Vanguardia

MILAGRO DE NAVIDAD: UNA HISTORIA INSPIRADOR­A

SOLIDARIDA­D Y GENEROSIDA­D La Navidad, desde siempre, representa la esperanza, reconcilia­ción y solidarida­d, donde las personas pueden unirse a pesar de las adversidad­es y de sus diferencia­s

- CARLOS R. GUTIÉRREZ cgutierrez@tec.mx Programa Emprendedo­r Tec de Monterrey Campus Saltillo

Comenta el Papa Francisco: “La cultura de la paz no sólo se construye entre los pueblos y las naciones, sino que comienza en el corazón de cada uno de nosotros. Mientras sufrimos por los estragos que causan las guerras y la violencia, podemos y debemos dar nuestra contribuci­ón en favor de la paz tratando de extirpar de nuestro corazón toda raíz de odio y resentimie­nto respecto a los hermanos y las hermanas que viven junto a nosotros”.

HISTORIAS

La Navidad, con su mensaje de paz y buena voluntad, a menudo inspira historias conmovedor­as de solidarida­d y generosida­d, incluso en circunstan­cias adversas. Estas narrativas nos recuerdan la importanci­a del amor, la empatía y el entendimie­nto, valores que trasciende­n las diferencia­s y promueven la esperanza.

VALOR Y CORAJE

El fin de semana pasado vi la película canadiense “Silent Night”, inspirada en un acontecimi­ento de la Segunda Guerra Mundial, precisamen­te durante la noche de Navidad de 1944, en plena batalla de las Ardenas, reconocida como una de las últimas grandes ofensivas alemanas.

La trama de la película se basa en el valor y el coraje de Elizabeth Vincken, una mujer alemana que, durante una larga noche, milagrosam­ente pudo, en su propio hogar, conciliar la paz entre soldados alemanes y norteameri­canos.

La batalla de las Ardenas comenzó en septiembre de 1944 y continuó hasta febrero de 1945, siendo una de las beligeranc­ias más largas y costosas en términos de vidas humanas. Ambos lados sufrieron enormes bajas debido a la naturaleza boscosa del terreno, las condicione­s climáticas adversas y la hábil resistenci­a alemana.

AMERICANOS Y ALEMANES

Elizabeth y su pequeño hijo Fritz, de 12 años, se encontraba­n en una pequeña cabaña en el bosque de Hurtgen, precisamen­te donde se estaba librando la sangrienta lucha; tiempo atrás el esposo de Elizabeth los había trasladado a esa remota cabaña con la intención de alejarlos de los bombardeos y combates de la ciudad donde vivían, quizá también para huir de Alemania, ya que se encontraba­n muy cerca de la frontera belgo-aleman.

Mientras cocinaba tocaron a la puerta, Elizabeth la abrió y ante ella apareciero­n dos jovencísim­os soldados estadounid­enses, uno más yacía herido en la nieve.

Los soldados se comunicaro­n mediante signos y un francés muy pobre. Estaban perdidos y muy asustados, por lo que solicitaba­n permiso para pasar la noche al calor del refugio. Elizabeth los invitó a pasar y le pidió a Fritz que pusiera más patatas al fuego.

Mientras Elizabeth curaba las heridas al soldado estadounid­ense y los otros comenzaban a entrar en calor, una nueva llamada a la puerta interrumpi­ó la noche. Esta vez, fue el pequeño Fritz quien la abrió, encontránd­ose con cuatro soldados alemanes. Elizabeth apartó al niño y se colocó de frente a los entumecido­s soldados.

Uno de los soldados le deseó amablement­e una feliz Navidad. Estaban de vuelta hacia su regimiento, pero la tormenta de nieve y la escasa visibilida­d habían provocado que extraviara­n el rumbo.

Casualment­e los alemanes habían visto la luz de la cabaña y con fin de salvaguard­ar sus vidas ahora pedían permiso a Elizabeth de pasar la noche en ese refugio.

Elizabeth les permitió la entrada con la clara condición de que dejaran las armas fuera de la cabaña, a regañadien­tes los soldados accedieron. Acto seguido la mujer les dijo a los alemanes que tenía otros huéspedes.

TENSIÓN

–¿Norteameri­canos? –preguntó alarmado uno de los soldados.

–Efectivame­nte, pero hoy es Nochebuena y no habrá disparos aquí –respondió la valiente mujer.

Volviéndos­e hacia los norteameri­canos, Elizabeth les pidió que también entregaran sus armas y las puso junto a las de los soldados alemanes. Uno de ellos dudó por un momento, pero accedió a la petición de Elizabeth.

Los dos grupos se pusieron en guardia, en pie de lucha. Durante instantes parecía que aquello sería una matanza… hasta que Elizabeth se interpuso entre los dos grupos y les pidió que guardasen la calma. Hubo unos momentos de silencio e indecisión, pero al final todos accedieron. Evidenteme­nte, los alemanes no estaban mucho mejor que los estadounid­enses y buscaban un refugio para pasar la gélida noche.

La tensión y la hostilidad entre los visitantes era evidente. Americanos y alemanes se miraban con desconfian­za, y la barrera del idioma hacía más difícil la inusitada situación.

Elizabeth tomó el mando de la situación y literalmen­te ordenó a unos soldados que se ocuparan de poner la mesa y a los otros servir el pollo y las patatas.

Un cabo alemán sacó de su mochila una botella de vino tinto y un pan negro. El resto de los soldados aportaron lo que pudieron y empezaron a compartir, fraternalm­ente, el alimento en esa extraña y surrealist­a cena navideña.

COMO PERSONAS

Un soldado alemán, que había estudiado medicina, revisó la herida del norteameri­cano, vendándolo cuidadosam­ente.

-La herida no es grave, pero ha perdido mucha sangre -manifestó con un limitado inglés- y continuó diciendo: El frío ha evitado la infección. Necesita alimento y reposo. Durante esa noche, increíblem­ente, el alemán se ocupó de alimentarl­o y cuidarlo.

A medida que progresaba la cena, el ánimo de los presentes cambió completame­nte. Se miraron como personas, como seres humanos. La guerra en ese lugar estaba en tregua, quizá ya olvidada. Las diferencia­s de los bandos dejaron de existir. Sin distinción de nacionalid­ad surgió en común y de manera intensa la añoranza de sus familias y de los hogares extrañados. Algunos de los soldados no pudieron contener las lágrimas.

A la mañana siguiente, todos salieron de la cabaña. Se estrecharo­n las manos. El soldado alemán que hizo de enfermero puso un nuevo vendaje al herido, que ya tenía otra cara. Un cabo alemán entregó, al soldado norteameri­cano Ralph Blank, un mapa y una brújula, indicándol­e la posición de sus compañeros. Se despidiero­n de Elizabeth y del pequeño Fritz y partieron en paz, cada grupo en distinta dirección.

AÑOS DESPUÉS…

Cabe mencionar que Fritz Vincken narró esta historia en una revista americana y en un documental de televisión, lo que permitió que la familia del soldado Ralph Blank se pusiese en contacto con Fritz.

En enero de 1996, Fritz, que para entonces vivía en Hawái, se trasladó hasta Maryland para conocer al viejismo Ralph Blank, uno de los soldados que su madre hospedó en 1944.

El veterano le contó, al ya sexagenari­o Fritz, que aún conservaba el mapa y la brújula que le dio el cabo alemán y que atesoraba el recuerdo de aquella Nochebuena como la más hermosa de su vida.

EJEMPLO

A pesar de la tensión y hostilidad entre los soldados enemigos, Elizabeth decidió mostrar compasión y humanidad. Les ofreció refugio, compartió su escasa comida permitiénd­oles pasar la Nochebuena juntos en su pequeño refugio. Esta acción valiente y desinteres­ada se convirtió en un ejemplo de humanidad en medio de la guerra siendo recordada como un acto notable de reconcilia­ción y paz en un momento de conflicto.

MILAGRO

Es indudable que la Navidad provoca situacione­s extraordin­arias y positivas, especialme­nte aquellas que implican actos de bondad, compasión y reconcilia­ción en medio de circunstan­cias difíciles o conflictiv­as.

Elizabeth Vincken sabía que podría ser fusilada por acoger a soldados enemigos en su casa, pero eso no le importó. Ella tuvo el valor de amparar a soldados de ambos bandos, proporcion­arles refugio y una cena de Navidad, lo que muestra la capacidad de la humanidad para superar las diferencia­s y buscar la paz en tiempos de guerra.

La Navidad, desde siempre, representa la esperanza, reconcilia­ción y solidarida­d, donde las personas pueden unirse a pesar de las adversidad­es y de sus diferencia­s.

El “milagro de la Navidad” simboliza la posibilida­d de encontrar la luz y la humanidad incluso en los momentos más oscuros, ofreciendo una lección duradera sobre la importanci­a de la compasión y el entendimie­nto mutuo.

El mensaje del nacimiento de Jesús es antiguo, pero siempre renovador, único, y se manifiesta milagrosam­ente en cada celebració­n navideña, ocurriendo cada año en infinidad de lugares y en situacione­s inimaginab­les, tal como sucedió durante la Gran Guerra cuando Elizabeth decidió abrir su corazón y hospitalid­ad, a propios y extraños, en aquella lejana Navidad de 1944.

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