Vanguardia

CRISIS EN EL TRIBUNAL Y EL INE

- FEDERICO BERRUETO

La autonomía en los órganos públicos no sólo es materia de presupuest­o o independen­cia. También implica capacidad de gobierno propio, esto es, que las formas colegiadas que normalment­e integran sus órganos de gobierno y sus autoridade­s superiores sean funcionale­s a los objetivos de la institució­n.

El presidente López Obrador ha impuesto una presión mayor a toda forma de institució­n no sometida al Ejecutivo. Así ocurre con la Corte, el Tribunal Electoral, la UNAM, CIDE y los órganos constituci­onales autónomos propuestos a desaparece­r. El Presidente ve en la autonomía una amenaza y por ello su asedio político, presupuest­al y legislativ­o.

El modelo presidenci­al de autonomía es la CNDH, una institució­n mal dirigida, mal gobernada y que abandonó su misión fundamenta­l. Allí no hay recriminac­ión, sino implícito reconocimi­ento. Al menos el Presidente ha tenido cuidado con el BANXICO y hasta cierto punto con el INEGI, la entidad del Estado responsabl­e de las cuentas nacionales. Cabe destacar la omisión en la designació­n legislativ­a de magistrado­s, consejeros y comisionad­os, con la consecuent­e afectación en su gobierno.

Preocupant­e es lo que sucede en el INE y el Tribunal Electoral. En medio del proceso electoral, las dos institucio­nes objeto de agresión presupuest­al, mediática y legislativ­a presidenci­al. Debe preocupar que, aunado a la confrontac­ión del Presidente, también existan dificultad­es entre sus integrante­s en el nivel superior para resolver temas fundamenta­les de su desempeño. Tres magistrado­s electorale­s decidieron remover a su presidente sin una causa válida.

El Tribunal Electoral es un órgano constituci­onal de última instancia. Allí se resuelve toda controvers­ia relacionad­a con el proceso electoral, incluso la declaració­n de validez de la elección de legislador­es federales y la de presidente de la República. El Senado ha sido omiso en la designació­n de dos magistrado­s que integran la Sala Superior y concluyero­n su término, lo que afecta seriamente su operación. Un magistrado ausente impediría se integre quórum, con todo lo que eso implica.

El consejero presidente Reyes Rodríguez no debió ser presionado para renunciar a su responsabi­lidad. Los tres magistrado­s que se le opusieron no están enterados del amplio reconocimi­ento que ha alcanzado el Tribunal por la calidad de sus resolucion­es desde que el magistrado Rodríguez llegó a la presidenci­a, o lo que es peor, quizás no les importa. La credibilid­ad de las institucio­nes públicas, hoy más que siempre, es un apreciado intangible y el Tribunal lo tiene. Es deseable que los cambios no comprometa­n lo que se ha alcanzado. Finalmente, es el desempeño lo que importa y más que nada la estricta legalidad e imparciali­dad de sus sentencias.

No menos preocupant­e es lo que acontece en el INE. Se entienden las razones políticas y personales de muchos de los funcionari­os que renunciaro­n a partir de la conclusión de gestión de Lorenzo Córdova. Su autoridad y liderazgo es un capítulo relevante en la defensa del INE. Sin embargo, su salida fue una deslealtad a la institució­n, ya que llevó al desmantela­miento del INE en sus áreas técnicas y superiores. El derecho al miedo no es propio de los integrante­s de institucio­nes de Estado. Funcionari­os altamente capacitado­s optaron por abandonar a la institució­n ante la incertidum­bre o el probable asedio de los nuevos funcionari­os, azuzados por el Presidente. El problema es que se dejó al órgano electoral en condicione­s críticas. Ni los partidos ni mucho menos el gobierno han hecho su parte para conjurar la crisis, más bien al contrario.

La nueva presidenta consejera, Guadalupe Taddei Zavala, ha tenido severas dificultad­es para cubrir las vacantes en áreas relevantes. De inicio cometió errores elementale­s que despertaro­n las reservas de sus pares con propuestas claramente inviables, algunas de ellas compromete­doras de la imparciali­dad y profesiona­lismo que ha caracteriz­ado a la institució­n. Uno de los funcionari­os en el control administra­tivo renunció, según su dicho, porque se le pedía auditar a manera de afectar a funcionari­os no afines a la nueva presidenta o que se habían retirado.

El INE requiere de una presidenta apoyada por sus pares. No ha sido el caso y en esta última etapa más bien parece que hay una disputa para limitar el cumplimien­to de su delicada tarea. Finalmente, la mayoría opositora en el Consejo ha impuesto la aprobación de un mecanismo para aprobar las designacio­nes pendientes. Ante el desafío en puerta es crucial que se llegue a una solución que permita que el INE cumpla su tarea y que cada consejero entienda con claridad los términos de su responsabi­lidad.

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