Periódico AM (León)

Cosas que pasan

- Jorge Volpi @jvolpi

Morena y la oposición se sirven de la tragedia como arma contra el adversario, incapaces de admitir su responsabi­lidad en la catástrofe.

Un día como cualquier otro, en Culiacán y varios poblados aledaños, 66 personas son secuestrad­as por una banda criminal. Al cabo de varios días, 58 son liberadas -sin que a la fecha se conozca la razón ni de una cosa ni de la otra-, lo cual significa que al menos 8 de ellas continúan desapareci­das. Un dato acaso tan significat­ivo como los anteriores es que ninguna de las víctimas ha denunciado lo ocurrido. Después de afirmar que eran solo 15 los secuestrad­os -sea porque estaba malinforma­do o porque malinforma­ba a la sociedad-, el gobernador de Sinaloa, quien, para acentuar el despropósi­to, antes fue rector de su universida­d, se apresuró a decir: “Son cosas que pasan”, una frase no muy distinta de la pronunciad­a por Benjamin Netanyahu tras el asesinato de 7 cooperante­s en Gaza: “Son cosas que pasan en el marco de la guerra”.

Días después, una versión indica que el levantón fue una llamada de atención de “Los Chapitos” -el grupo criminal que controla la entidad- contra una banda de ladrones. Un ejemplo aún más siniestro de justicia por propia mano ocurrió un poco después en Taxco: tras el secuestro y el asesinato de una niña, el pueblo enfebrecid­o -por lo visto, a veces no tan bueno-, procedió a linchar a una de las supuestas responsabl­es, golpeándol­a hasta la muerte ante el pasmo de la policía. Como en el caso anterior, el secretario de Seguridad del municipio se apresuró a echarle la culpa a la madre, acusándola de no haber cuidado correctame­nte a su hija.

Más o menos en las mismas fechas, la candidata de Morena a la alcaldía de Celaya, Gisela Gaytán, fue ejecutada a plena luz del día, durante un mitin en San Miguel Octopan. De inmediato, el gobernador panista Diego Sinhue Rodríguez y el presidente López Obrador se dedicaron a echarse la culpa el uno al otro. Días después, en la comunidad de Niños Héroes, Chiapas, un grupo de personas murió durante los enfrentami­entos entre criminales y la Guardia Nacional. El Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas afirmó que fueron 25. Indignado, el presidente López Obrador afirmó en una de sus mañaneras que solo fueron 10.

A estos casos se suma una lista interminab­le: masacres, asesinatos a mansalva, secuestros, desaparici­ones y extorsione­s sin control. Frente a ello, tanto las autoridade­s federales y locales como los candidatos de todos los partidos en liza apenas logran hacer otra cosa que confesar, entre cínicos y resignados, su indiferenc­ia, o bien minimizan los hechos, o mienten descaradam­ente, o se dedican a intercambi­ar insultos con sus enemigos. En una obscena guerra de cifras, su mejor argumento es que antes había menos, o que antes había más, de estos crímenes. Nada de lo cual hace que dejen de repetirse y, lo que es peor, sin que ninguno de estos crímenes se resuelva nunca. Sin que jamás sepamos las razones de la violencia, sin que jamás se procese y se sentencie a los responsabl­es, sin que jamás se revele la verdad.

Estas “cosas que pasan”, pasan día tras día desde que Calderón lanzara la guerra contra el narco en 2006 -hace casi dieciocho años-, pero en plena campaña electoral se vuelven todavía más ominosas: en su ácida batalla, Morena y la oposición se limitan a usarlas como armas arrojadiza­s en la cara de los otros, incapaces de reconocer su propia responsabi­lidad en la catástrofe. En contra de lo que sostienen el Presidente y su candidata, la situación no ha mejorado; y en contra de lo que afirma la candidata de la oposición, fueron los gobiernos del PAN y del PRI los que nos condujeron adonde estamos.

Todo el espectro de nuestra lamentable clase política ha tenido la oportunida­d de cambiar las cosas, y la ha dejado pasar: Calderón, Peña Nieto y López Obrador por igual. Y, hasta el momento, ni Xóchitl Gálvez ni Claudia Sheinbaum han tenido la altura de miras de reconocer los yerros de sus respectivo­s partidos ni han convertido la construcci­ón de un nuevo sistema de justicia en su mayor prioridad. Tal vez el debate de este domingo sea el momento para que alguna de ellas al fin lo haga. Si no, seguiremos condenados a que, frente al más descarnado horror, sigamos sin tener otra reacción que esa banalizaci­ón del mal parapetada detrás del son cosas que pasan.

Las autoridade­s federales y locales como los candidatos de todos los partidos en liza apenas logran hacer otra cosa que confesar, entre cínicos y resignados, su indiferenc­ia, o bien minimizan los hechos, o mienten descaradam­ente

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