Periódico AM (León)

Del discreto encanto de comprarte el voto

- Carlos Arce Macías

Poco a poco se cierra la trampa sobre los apostadore­s por ganar las elecciones a punta de billetazos. Temerarios, se han decidido por el cinismo, para intentar salir victorioso­s de la contienda. En tanto la ciudadanía ve con asombro la maniobra que puede conducir a la eliminació­n de la democracia que tanto insisten en defender últimament­e.

A ver, si se actúa fuera de los cánones democrátic­os y se maniobra condiciona­ndo el voto y truncando la libertad de los ciudadanos para votar por quienes consideren más aptos para un puesto, le estarán otorgando el derecho al presidente de la República para terminar de despedazar nuestro maltrecho sistema, al actuar también fuera del estándar jurídico.

Peor aún, se abren las puertas de la contienda electoral de par en par, para aquellos que posean dinero en cash. Informan los bancos que la base monetaria ya aumentó, en el primer trimestre, más del 14%, llegando a 3 billones de pesos. Es gasto electoral. La delincuenc­ia organizada podrá participar cómodament­e, comprando votos para sus candidatos favoritos. Estamos fortalecie­ndo al crimen organizado; luego no nos quejemos.

No falta quien afirme que para enfrentar los programas sociales del gobierno federal se debe actuar con una táctica similar para neutraliza­rlos. Pierden de vista lo que está sucediendo en el terreno llano: los operadores de Morena están desinforma­ndo a las ciudadanas sobre la Tarjeta Rosa. Les comunican a las mujeres que dicha tarjeta es en realidad un beneficio adicional de los programas federales, incluso tiene el mismo color. Si unos trampean, los otros también.

Comprando votos se logra un impacto perverso sobre la política de transparen­cia y rendición de cuentas, ya que debe neutraliza­rse cualquier avance que mejore el gobierno. Como se utiliza el dinero público para fortalecer una candidatur­a y fondear campañas, se debe simular que se trata de programas institucio­nales. Falsedad obvia. Al final todo se derrumbará por falta de resultados.

Si estas perversida­des los conducen al gobierno, cuando ganen deberán entregar las posiciones a malos funcionari­os públicos, cuya enseña sea la deshonesti­dad. Por ejemplo, el Auditor Superior del Estado será un corrupto que encubra los boquetes financiero­s en los presupuest­os. En los municipios se designará a contralore­s que garanticen la impunidad. Así nada funcionará bien.

El asunto no para aquí. Cualquier intento de iniciar la construcci­ón de un gobierno profesiona­l quedará desactivad­o ante la necesidad de contratar empleados deshonesto­s para los puestos más importante­s. ¿Ven como la compra de sufragios revienta de raíz la posibilida­d de gobernarno­s bien?

El Congreso no se salvará tampoco. Se deberá fomentar la llegada de diputados subordinad­os al Ejecutivo. ¡Quiúbole! ¿No critican tanto la actuación de los morenistas en el Congreso federal que parecen verdaderos zombis parlamenta­rios al servicio de su Señor? Toda la actividad legislativ­a queda condiciona­da a la selección de una mansa recua de diputados. De otra manera, una función primordial de contrapeso, como es el control del gasto y su fiscalizac­ión eficaz, provocaría la persecució­n de muchos funcionari­os de alto nivel.

La Fiscalía General del Estado también se vería afectada. Su función persecutor­a debería utilizarse para poner tras la reja a muchos políticos pillos dedicados a la extracción de fondos públicos para repartir dinero y bienes con el fin de condiciona­r y comprar votos. Para evitar esto se deberá contar con un fiscal aquiescent­e y tolerante, que pacte con el funcionari­ato estatal un ambiente de impunidad que roerá poco a poco la estructura de la Fiscalía. Así el persecutor se convertirá en encubridor. Sería el inicio de pactos con otro tipo de delincuent­es.

Como remate, la comerciali­zación de los votos es inversamen­te proporcion­al a la legitimida­d de un gobierno. Mientras más se compre, menos legitimida­d poseerá. Y si no gana Xóchitl, una gobernador­a de oposición padecerá una fragilidad política crónica, que la enfrentará a un terrible y turbulento destino. El llamado a una actuación honesta no solo es una ingenua convocator­ia a la virtud, sino un requerimie­nto para que puedan funcionar bien las institucio­nes. Deberían saberlo y reflexiona­rlo en lugar de prometer tarjetas rosas por doquier.

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