Periódico AM (León)

Memoria selectiva

- Maca Arena

Mi bisabuela era muy simpática, pero tenía un tic de recordar las historias más fatalistas de actividade­s de lo más cotidianas.

Me contaron una vez que mi abuelo, muy joven e impresiona­ble, le dijo que tenía que ir al dentista. A lo que ella respondió que conocía una persona que se había muerto porque al doctor se le había ido la mano con la anestesia. El pobre fue traumatiza­do a la cita y por alguna extraña razón la anestesia no le hizo efecto y tuvo que curarse la caries sintiendo todo.

Pues este tic, lo tenemos casi todos en la familia. Es difícil disfrutar de un baño sabiendo que alguien se resbaló y se desnucó intentando enjabonars­e. O que alguien se metió al mar sin haber hecho la digestión y le dio un calambre y se ahogó. A ver, muchas historias nos sirven para sobrevivir, definitiva­mente.

La mayoría somos tan despistado­s que seguro hubiéramos caído en alguna actividad de estas de manera inconscien­te y seríamos parte del repertorio histórico de mi bisabuela.

Hace unos días estaba sentada en el comedor disfrutand­o de una sobremesa. Con un bebé recién nacido, disfrutar de una comida completa es un privilegio raro… pues bien, estaba allí y saqué unas fresas del Costco. Por alguna razón, estas fresas son grandes, rojas y jugosas.

Decir que son deliciosas es quedarse corta. Mientras mordía la sexta y disfrutaba de ese pequeño placer alguien de mi familia mencionó que siempre le daba miedo comer fresas así, por si tenía un cisticerco.

Mi cabeza y atención bajó del paraíso en el que estaba para decir: ¿cisti-quéééé? Si quieren disfrutar de las fresas como yo lo estaba haciendo, recomiendo encarecida­mente no googlear lo que es un cisticerco.

Hace un par de noches, mientras veía a mi bebé comer, envidié esa paz que se le notaba en cada poro. Ese bebé no tiene miedo a morir o a que yo (su fuente de alimento constante) muera. Él solo es feliz durmiendo, comiendo y siendo paseado por su pequeño mundo.

Él no tiene miedo a los cisticerco­s, ni a la anestesia, ni a nadar en el mar. Me encantaría ser así. Porque mientras él duerme plácidamen­te, yo lo miro y se me vienen un sinfín de cosas a la mente de lo que podría pasarle y la angustia que se siente en cada poro de mi ser arruina mucho más momentos que mi reciente pasión por las fresas.

Ojalá pueda controlar esas historias fatídicas que ocupan mi cabeza y mandarlas a la zona de la memoria donde una vez puse las tablas de multiplica­r y las capitales del mundo.

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