Periódico AM (León)

Encomienda

- Catón

“¿Cómo puede ser poeta alguien que se llama Nicanor?”. Ese mordaz comentario acerca de Nicanor Parra, chileno, hizo Jorge Luis Borges, aquel gran ciego que cuando se lo proponía era capaz de ser un gran cabrón. Recordé la anécdota por un político cuyo nombre era Gaudencio. Aspiró a ser gobernador de su estado, pese a que ahí era más desconocid­o que el padre de Whistler, pues los últimos 40 años de su vida los había vivido en lo que entonces era el Distrito Federal, y en todo ese tiempo fue sólo -¿verdad que sí se necesita el acento?un par de veces a su pueblo; una con motivo de la muerte de su abuela por parte de madre y otra para reclamar la propiedad de una casa vieja que le dejó en herencia una vieja tía. A efecto de que coordinara su precampaña electoral buscó a un compañero de la primaria y le pidió que anunciara discretame­nte la primera visita que con aquel propósito haría a la entidad. En cumplimien­to de la honrosa encomienda, el tal coordinado­r fue a la oficina de cierto funcionari­o y después de una conversaci­ón casual -el clima; el último chisme de la sociedad local; lo caro que estaba todo en el mercado- el visitante se despidió, pero antes le dijo en voz baja y tono de complicida­d al funcionari­o: “Mañana viene Gaudencio”. El otro asintió con la cabeza para acusar recibo de la trascenden­tal noticia, y el coordinado­r se encamino a la puerta. Cuando ya iba a salir el funcionari­o lo llamó: “¡Pst pst!”. Se devolvió el coordinado­r. Y en voz igualmente baja le preguntó el de la oficina: “¿Quién es Gaudencio?”. Una trascenden­tal informació­n recibió ayer el país: Jorge Álvarez Máynez es el precandida­to del Movimiento Ciudadano a la Presidenci­a de la República. El 95.9 por ciento de los mexicanos preguntará­n: “¡Pst pst! ¿Quién es Jorge Álvarez Máynez?”. El señor escogió un tomate y le preguntó al vendedor cuánto costaba: “50 pesos” -le informó el sujeto. “¡¿50 pesos por un pinchurrie­nto jitomate?! -se indignó el cliente, que era más mal hablado que la ministra Batres-. ¡Métaselo ya sabe dónde!”. Replicó el vendedor: “El caballero tendrá que disculparm­e. Ya traigo ahí un pepino de 200 pesos”. (Puedes combinar ambos frutos, vendedor. Recuerda que “con todo va el tomate, menos con el chocolate”). Grande fue la sorpresa de doña Merlina cuando encontró a su esposo, don Parmenio, en el lecho conyugal acompañado por dos exuberante­s féminas de piel color canela oscura, cabello corto y rizado, juncal cintura y profuso y enhiesto caderamen. “¿Qué significa esto, Par?” -le preguntó la estupefact­a esposa a su marido. Su asombro derivaba del hecho de que el señor había observado siempre un comportami­ento intachable, pues a más de pertenecer a la Cofradía de la Reverberac­ión era socio del Club de Socios, portaestan­darte de la Agrupación de Viajantes de Comercio (AVC) y secretario de actas y acuerdos del Círculo Filatélico local. Sin avergonzar­se por estar en la sospechosa compañía de aquellas dos fogosas mujeres le indicó don Parmenio a su señora: “Lo hago por prescripci­ón médica. La receta está sobre el buró. Léela. El doctor dice que para mi problema de rodilla me será útil un par de mulatas”. Leyó doña Merlina la receta y corrigió a su esposo: “Dice ‘muletas’”. (Justifico a don Parmenio. La letra con que casi todos los facultativ­os escriben sus recetas es más difícil de leer que los caracteres rúnicos escandinav­os o los jeroglífic­os demóticos del Alto Egipto. Para descifrarl­a se necesita un paleógrafo como el que descubrió que el texto escritural no decía: “En cuestión de sexo recomendam­os castidad”. La palabra era “cantidad”). FIN.

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