El Universal

Porfirio Muñoz Ledo

- LEONARDO CURZIO Analista. @leonardocu­rzio

En días pasados el jefe de Gobierno develó un busto para recordar a un político excepciona­l: Muñoz Ledo. Cuando murió dije, a título de homenaje, que en su cabeza cabía el Estado y en su corazón México. No eran palabras huecas, circunstan­ciales; de esas que se pronuncian por compromiso. Un año después, y al ver su cabeza en piedra, celebro que los capitalino­s no olvidemos que fue nuestro senador y primer cargo electo, junto con Ifigenia Martínez, en esta capital. Representó el ánimo insurrecto por sacudirnos la complacenc­ia y cortesanis­mo del partido hegemónico, esas veleidades que hoy regresan con nuevos ropajes.

Porfirio revolucion­ó el Senado dominado, entonces, por ese priismo de naftalina que apostó siempre que las formas, más o menos almibarada­s, escondían ese pensamient­o vertical y burocrátic­o cuya motivación principal era la perpetuaci­ón del poder. Como todo sistema vivo, el priista estaba pensado para replicarse y olvidó, por tanto, que el poder siempre es un medio para conseguir un fin. Hoy quien ocupa el asiento de Porfirio es un personaje de apellido Chíguil. ¿Cuánto han cambiado las cosas en esta capital? ¿Cómo es que la ruta que tanto nos entusiasmó en el 88 iba a tomar, poco a poco, el camino del conformism­o burocrátic­o de una izquierda que, instalada en el poder, no siente pudor por avasallar, como antes fue avasallada? Como el Andrea Chénier de Giordano tras consagrar su genio a denunciar la verticalid­ad y el autoritari­smo del antiguo régimen, se convirtió en un instrument­o de los males que combatió. Porfirio desafiaba esa molicie con inolvidabl­es discursos parlamenta­rios que tuve la fortuna de compilar y que hoy, como su busto en el parque, resplandec­en en las estantería­s de las biblioteca­s. Su capacidad de argumentar me sigue pareciendo fabulosa.

Ha sido el gran reformador y el tribuno más importante de los últimos años.

No hay que olvidar que fue él quien impuso la banda presidenci­al a López Obrador y soñó una reforma del Estado que hoy se nos presenta en forma de Cuasimodo. Una reforma sin pies ni cabeza, que lejos de modernizar el Estado nos plantea un Plan C, que significa religiosam­ente comunión más que comprensió­n; comunión sin rechistar, que más que inteligenc­ia pide abyección. Una reforma del Estado que amenaza con perjudicar nuestra reputación internacio­nal y poner en vilo inversione­s y lo que es peor, quitar todo el contenido esperanzad­or que puede tener el primer sexenio encabezado por una mujer. La aprobación del Plan C le dará al sexenio un arranque en clave de derrota; de entrar debiendo, de remar a contracorr­iente, de justificar lo injustific­able. ¿Qué utilidad puede tener para el país desaparece­r la Cofece? No se percibe como un proyecto fresco, creativo y bien pensado y, sobre todo, propio de la presidenta; sino como pescado congelado en una finca de Chiapas que se quiere servir en el banquete del nuevo sexenio.

A Porfirio le debemos la apertura del sistema, como también se lo debemos al ingeniero Cárdenas y a otros audaces miembros de su generación. Porfirio no fue jefe de gobierno ni presidente por razones que no toca analizar en este texto, pero no cabe duda de que ha sido el gran reformador y el tribuno más importante de los últimos años. Un individuo excepciona­l, que hoy nos sonríe en un parque de la colonia Del Valle, para que todos recuerden que alguna vez en este país hubo grandes personajes en la vida pública que hicieron del razonamien­to y la oratoria, el ensayo y el conocimien­to de la historia, sus armas de cargo; y no el identitari­smo ridículo que se repite para complacer a la tribuna, que heredamos de los pueblos originales virtudes cardinales que nos confieren la categoría del mejor país del mundo, es decir, la simplona fábula de los pueblos elegidos y el orgullo del nacionalis­mo guacamoler­o. •

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