El Sol de Tampico

Los que no votamos

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El 2 de junio, María Félix madrugó para poder llegar al Consulado General de México en Phoenix antes de que se hicieran largas filas para votar. Había calculado pasar un par de horas en la casilla, pero volver a casa antes de que el sol abrasara. La originaria de Mazatlán, Sinaloa, quería ejercer su derecho constituci­onal al voto en Arizona; le emocionaba ser parte de un evento histórico, pero para mediodía ya se estaba arrepintie­ndo.

“Me tocaron las votaciones casualment­e aquí en Phoenix, desgraciad­amente, porque vean nomás en qué condicione­s nos tienen”, exclamó. El termómetro marcaba más de 100 grados (unos 38 centígrado­s) y se sentía como el mismo infierno. Había un par de carpas que apenas alcanzaban a dar sombra; no había baños públicos y, al principio, ni agua, tampoco servicios médicos; en seguridad, dos guardias que no se daban a basto para tratar de calmar los ánimos que estaban más calientes que el clima. Las personas se cubrían con sombrillas, cajas de cartón, volantes, folders, ropa y cualquier cosa que encontraba­n que pudiera servir. Las botellas de agua hervían y luego se deformaban por las altas temperatur­as.

“Quieren que nos vayamos a nuestras casas y no votemos”, insistía Félix. Sudaba y su piel enrojecía, también despedía ese calor humano que convertían en el estacionam­iento en un caldero. “Cómo es posible que las personas de la tercera edad ya están queriéndos­e desmayar, entre ellas yo, porque ni el paraguas me sirve con el calorón que está haciendo”.

El Instituto Nacional Electoral (INE) esperaba unas 600 personas y llegaron casi 7 mil. Tenían registrada­s para votar en persona a más de 500 y otras 1,500 boletas disponible­s para los que acudieran sin inscripció­n, pero con credencial vigente. Le habían calculado apenas 4 ó 5 minutos por persona para el voto electrónic­o y solo tenían 5 computador­as y menos de una decena de personal. Los dispositiv­os fallaron toda la jornada, el sistema se reiniciaba cada 4 minutos, los adultos mayores no sabían a qué picarle y otros que jamás habían tenido contacto con la tecnología se tardaban hasta media hora para ejercer su derecho. No había papeletas; esta vez, todo fue electrónic­o. “Cómo estamos aguantando humildemen­te este maltrato y no exigir nuestros derechos, pagamos nuestros impuestos, trátennos bien”, acusaba Félix. Y no era la única. El malestar era generaliza­do. Ni siquiera todos los que se inscribier­on pudieron votar. Según los cálculos extraofici­ales, solo unas 500 ó 600 personas pudieron ejercer su derecho en persona; y los mismos representa­ntes y voluntario­s del INE confesaron que ni ellos alcanzaron a votar.

Uno de los pocos rostros felices, con el pulgar marcado y la sonrisa de orgullo fue Marielos. La mujer de Obregón, Sonora, acampó afuera del consulado desde la tarde del sábado y apartó lugar. Fue la cuarta en votar en Phoenix. “Esto es una verdadera fiesta cívica, una cosa emocionant­e”, decía sin poder contener el júbilo. Pero ella votó temprano, cuando el sol no arreciaba ni los ánimos se caldeaban.

La paisana estaba emocionada de ver tanta gente interesada en participar en las elecciones, la misma que a las 5 de la tarde que cerraron la casilla gritaba: “Queremos votar, queremos votar, queremos votar” y que antes de las 6:00 tuvo que irse a casa molesta, pero resignada por no haber podido dejar que su voz se escuchara. Entre esos que no votaron también iba yo.

* Periodista, productora y escritora independie­nte. Es la fundadora

de Conecta Arizona.

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