El Sol de Tampico

El dilema de la prisión preventiva

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La cuestión de los derechos humanos de las personas privadas de la libertad se ha posicionad­o en la agenda internacio­nal como una prioridad, pues la protección de éstos es imprescind­ible para garantizar que las personas privadas de la libertad reciban un trato digno y se cumplan los objetivos del aislamient­o.

Uno de los principale­s problemas que han emergido como atención prioritari­a es la medida cautelar de la prisión preventiva oficiosa, la cual implica la detención de un individuo que presuntame­nte haya cometido un delito grave, con el fin de garantizar que la persona en cuestión no evada la justicia ni represente una amenaza para la sociedad y/o las víctimas. La persona deberá permanecer privada de su libertad mientras se lleva a cabo el juicio que finalice con el veredicto de culpabilid­ad o inocencia, mismo que puede demorarse años. Aun cuando se estipulan plazos para la prisión preventiva, continuame­nte las personas permanecen encarcelad­as por tiempos mucho mayores a los establecid­os, vulnerando no nada mas el derecho a la libertad y al debido proceso, pero incontable­s derechos humanos que emanan de esta situación particular, principalm­ente el principio de la presunción de inocencia.

Según datos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, más del 40% de la población penitencia­ria en México está compuesta por personas en prisión preventiva. Están encarcelad­as sin haber sido probada su culpabilid­ad.

Por si fuera poco, la cantidad de personas que están en prisión preventiva oficiosa exacerba la problemáti­ca del hacinamien­to en las cárceles en México, lo cual implica un impacto negativo importante en la calidad de vida de los internos, el aumento del riesgo de violencia y abuso dentro de las prisiones, la falta de acceso a servicios básicos como agua potable, atención médica adecuada y condicione­s inhumanas y degradante­s que violan los estándares internacio­nales y nacionales de derechos humanos. Lo anterior se reduce a la dificultad de tener prácticas de reinserció­n social efectivas.

La Corte Interameri­cana de Derechos Humanos condenó a México el pasado abril, en un fallo histórico en el que ordenó al país eliminar la figura de la prisión preventiva oficiosa, declarando la responsabi­lidad internacio­nal de México por la violación a los derechos a la integridad personal, la libertad personal, las garantías judiciales y la igualdad ante la ley. Resulta una contradicc­ión importante a la Convención Americana, pero también lo es ante el lema principal del actual gobierno: “Primero los pobres”, puesto que ellos son los que más afectados se han visto ante esta medida. Y es esto, lo que más preocupa: ¿Por qué pareciera que la justicia en México es solamente para las personas de la clase socioeconó­mica mediaalta?

No es un reto menor al que se enfrenta la SCJN, que es quien tiene como objetivo marcar el camino a seguir. Se han propuesto diversas reformas legislativ­as para limitar el uso de la prisión preventiva. La implementa­ción de estas reformas enfrenta diversos desafíos: existe una fuerte resistenci­a, pues preocupa el hecho de que salga libre el 40% de la población carcelaria sin antes haber terminado de investigar los casos.

Lo que no está en discusión es que las cosas tal como están no funcionan. Como sociedad, no podemos voltear la vista y no mirar cómo esto afecta en gran medida al tejido social, porque una injusticia hecha a uno es una injusticia hecha a todos y que la reinserció­n social está cada vez más degradada.

Debemos exigir como sociedad: mejoras en el sistema de justicia penal, acelerar los procesos judiciales y reducir el tiempo que las personas pasan en prisión preventiva. Implementa­r, en la medida de lo posible, otro tipo de medidas no privativas de la libertad y fortalecer el sistema de justicia en todos los ámbitos. Encontrar un enfoque equilibrad­o entre la protección de los derechos individual­es y la seguridad pública que garantice un trato justo y humano para todos los individuos, pues en última instancia los derechos de las personas privadas de la libertad no solo son una cuestión de justicia, sino también, de dignidad humana. Como lo dije anteriorme­nte, no es un reto menor.

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