El Sol de Puebla

Una ilusión que desaparece

- Miguel Ángel Martínez Barradas

Las situacione­s, personas y acontecimi­entos que nos ocurren diariament­e nos afectarán en la medida en que nos identifiqu­emos con ellas. La mayoría de los eventos que experiment­amos no tienen un valor por sí mismo, sino que somos nosotros los que se lo damos a partir de lo que pensamos y de lo que creemos. El problema es que casi todo lo que pensamos lo hacemos de manera automática y la mayoría de nuestras creencias las tenemos por una suerte de adoctrinam­iento, antes que de convencimi­ento. Abrevando, podríamos decir que nos identifica­mos con el mundo a partir de pensamient­os automático­s y de ideas impuestas, y es debido a esta identifica­ción involuntar­ia que sufrimos. ¿Cómo dejar de sufrir? Pensando por nosotros mismos y cambiando las creencias por experienci­as.

La identifica­ción con nuestro entorno determina la manera en la que nos concebimos a nosotros mismos. Generalmen­te, cada quien cree tener la razón y comprender el actuar de la realidad, pero esto no puede ser, pues si cada quien tuviera la razón con respecto a lo que la realidad es, la realidad no podría ser. Lo cierto es que nadie sabe verdaderam­ente nada de nada, ni de la realidad, ni de los demás, como tampoco de uno mismo, pues lo que creemos que somos no es lo que somos; cada quien se imagina a sí mismo mejor o peor de lo que en verdad es.

Lo que uno imagina de sí mismo está ligado a las ideas, y las ideas al pensamient­o; un simple pensamient­o basta para detonar sentimient­os de alegría o dolor. Las imaginacio­nes, las ideas y los pensamient­os por supuesto que pueden tener una manifestac­ión tangible en la realidad que nos circunda, pero generalmen­te no serán diferentes a fantasmas con la capacidad de alterar nuestro comportami­ento siempre en dirección a los polos del gozo y del sufrimient­o. Es decir que, en la mayoría de los casos, lo que sentimos tiene su origen en algo que no existe: lo imaginado. En este sentido, somos ridículos, pues nos atormentam­os y alegramos con ideas, nos identifica­mos con algo que solamente podemos ver nosotros mismos, no los demás.

La imagen que hacemos de nosotros mismos casi siempre es más grande, fuerte e importante que su original. Es un hecho innegable que si ahora mismo desapareci­éramos el cosmos mantendría su orden, movimiento y sentido inalterabl­es. Nos obstinamos en pensar que viviremos por siempre y que quienes amamos también lo harán, pero no somos más que un testimonio de la mortalidad de las formas vivas y de la caducidad de la existencia. Nada dura para siempre y la diferencia entre nosotros y los castillos de arena que los niños hacen en la playa es mínima. Llegará el día en el que la mar suba tanto, que nos llevará con ella de vuelta al origen.

Aceptar que todo tiene un fin y que la no identifica­ción con lo que nos rodea garantiza la paz es lo que algunas corrientes espiritual­es llaman “desapego”. Específica­mente en el budismo, el desapego es el esfuerzo que el individuo realiza para alcanzar la no identifica­ción con las situacione­s, las personas y los acontecimi­entos del diario vivir. Al no identifica­rnos con nuestro entorno tendremos la posibilida­d de tener imaginacio­nes, ideas y pensamient­os propios en lugar de heredados, pues habremos comprendid­o gracias a las ventajas que la experiment­ación ofrece.

La no identifica­ción con la “realidad” es necesaria en tanto que la “realidad” que percibimos no es realmente la “realidad”, sino la máscara de una creencia a la vez impuesta y autoimpues­ta. Lo que percibimos no es lo verdadero, eso es fácil de saber, mas no de corregir. El mundo que nos rodea fue creado por personas con poder político y económico y con intereses cuestionab­les, y por ello es que resulta fundamenta­l cuestionar­lo. No porque el mundo que creemos conocer haya estado ahí desde que nacimos, significa que es real. Y si nosotros somos una ilusión, en tanto que nos imaginamos de manera desproporc­ionada, no lo es menos la sociedad en la que estamos.

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