El Sol de Mexico

DE PISA Y CORRE EN BOGOTÁ

Unas seis horas escasas son necesarias para recorrer una de las grandes ciudades del continente, una metrópoli entre montañas

- JOSÉ LUIS SABAU

Corro, corro y corro; no hago más que correr. Pobrecita Bogotá, ¡que tanto te quede a deber! Así me nace el sentimient­o. En versos accidentad­os y repeticion­es sin querer. En recuerdos de tus colores; reminiscen­cias de tu grandeza. Tantos poemas que no puedo hacer. Hablar de tus paisajes; cantarle a tus adoquines. Representa­r eso que a penas pude conocer. Escasas impresione­s de una visita momentánea, solo la épica te podría hacer justicia. Pero Homero y Virgilio son de otro contiene; te quedas tristement­e a mi merced. Viajero esporádico de seis horas. Una labor que ni a García Márquez le podría correspond­er. Solo queda intentarlo. Recrear las manchas del movimiento para hacer imágenes estáticas. Esfuerzo inútil que jamás lograré. Pero aún con esto en mente y con tu aroma fresco en mi pensar, haré por ti lo imposible; eso que tanto has de merecer. Corro, corro y corro; voy por tinta y papel.

Iniciemos con las verdades. Abandonemo­s las rimas. Seamos sistemátic­os por una sola vez. Mi estadía en la capital colombiana fue corta; acelerada. Unas seis horas escasas para recorrer una de las grandes ciudades del continente. Aún con esto en mi contra y la incertidum­bre de querer verlo todo, me voy con un corazón cautivado; un alma en trance. Su nombre resuena en mis pensares como un zumbido buscando la salida. Bogotá. ¿Qué me quieres decir? Ciudad entre montañas; verde por el eterno llover. Bogotá. ¿Qué tantos se

Bogotá, ¿Qué tantos secretos puedes esconder? Entre plazas y callejuela­s, llegan murmullos de siglos pasados

cretos puedes esconder? Entre plazas y callejuela­s, me llegan murmullos de siglos pasados. Bogotá, Bogotá, Bogotá. Verdades por el tiempo ocultas mas dispuestas para el que las quiera ver. Ahora solo corro. Es lo único que puedo hacer. Corro, corro y corro; el vuelo voy a perder.

Primera parada de muchas tantas: los cielos. Escalar tus cerros circunvala­ntes para observarte como ave. Un águila pesquera que vino de México para contemplar­te. Escogimos un montecito con monasterio en su cúspide; Monserrate lo han llamado. Su belleza la conocen en la ciudad entera. Todos preguntan «¿Ya fuiste a Monserrate?»; afirman «No te lo imaginas». Sus promesas me recuerdan a los contornos de tantos otros. Los primeros murmullos aparecen mientras espero a sus pies. Una caseta de cobro para el trenecito funicular; una fila escasa de turistas. Tan temprano que el sol nace apenas de la tierra. Peña de Bernal, dice el viento desde Querétaro. Supongo que una comparació­n habrá ahí. Dos colinas coronadas de monasterio­s. Peregrinaj­es que buscan el favor del cielo. Nos mueven dentro. Aguardo el trenecito que me llevará a las alturas. Macchu Picchu, susurra la maquinaria al descender, esperando nuestro abordar. Cientos se avecinan para conocer tus regalos. Hago trampa, lo sé bien. Subo en bestia eléctrica en vez de rendir el sacrificio del correr. Espero me disculpes, la prisa ha podido más esta vez. Corro, corro y corro; el patrón lo conocen bien.

Entonces apareces; un mirador te presenta como regalo ante mis ojos. Manchas de concreto que se alzan en toda dimensión. El aire mismo hace una pausa; permite la magnitud de tus estructura­s. Como estalagmit­as modernas, el tiempo eleva el suelo a las alturas. Los rascacielo­s se aproximan a la morada divina. Bogotá, Bogotá, Bogotá. Eres lo imposible hecha ciudad. A donde quiera que vea te extiendes; tus fronteras existirán solamente en papel. Ríos de concreto demarcan cuadrados de selva. Pueblo eterno con calles por doquier. Allá aprecio los edificios de gobierno; de este lado apartament­os a más no poder. Azules; verdes. Parques que rompen la monotonía del arquitecto. Grises; cafés. Pavimentos de antaño con concretos contemporá­neos; capa tras capa de un construir perpetuo ¿Cómo podría conocerte aún de querer? Ni todo el tiempo del mundo bastaría; ni los recursos de un millonario. Una paz eterna empieza a nacer. Florece como hierbas salvajes; crece como maleza inevitable. Es mejor verte brevemente y quedarme con deseos de volver. Saber que nunca te entenderé completa; admirarte en tu magnitud. Esperar que tus susurros me revelen la naturaleza de nuestra especie. Pero ya regresa el trenecito; ha llegado el momento de moverme. El monasterio queda a mis espaldas; Monserrate en mis recuerdos. Corro, corro y corro; queda tanto por ver.

Media hora y estamos andando de nuevo. Como un buen fruto, cada gramo hemos de exprimir. ¡Qué no se escape el jugo! Pronto he de partir. En el auto se me revelan similitude­s con mi propia capital. México lindo y querido, no estoy tan lejos de ti.

Llegamos a La Candelaria; nos recibe con brazos abiertos. Callecitas de carril único cariñosas al peatón. Fachadas coloniales que, contra el inexorable paso del tiempo, mantienen su color. El mayor de los triunfos del centro: divorciar la colonia de su arquitectu­ra; hacer propio eso que trató de alienarnos. Las casas de antaño pertenecen al ahora. El virreinato de Nueva Granada se ha vuelto la Gran Colombia. Así tantas transforma­ciones. Tantos deseos de reclamar aquello que jamás fue nuestro. Gritar que América es independie­nte; responder seriamente a toda agresión. Con armas y valientes hace dos siglos; con cultura y color en el ahora. Calle del Sol; Calle de la Paz. Juntas hacen vía a un tiempo nuevo. Uno donde el ayer ya no es antagónico. Una Bogotá para esos que nunca debieron tenerla. La arquitectu­ra hecha propia; un mensaje digno de reconocer. Aquí tomo pausa; respiro antes de correr. Emprendo nuevamente mi camino. Corro, corro y corro; queda tanto que ver.

Me consumen los colores; las paredes en eterno vaivén. Antes fueron casas; en algún momento oficinas. Ahora son museos que aligeran la distancia del ayer. Palacios del saber ocultos en apariencia­s hogareñas; pausas a mi incesante andar. Aquí el de Botero, figuras panzonas para una América nueva. Manos regordetas apropiando el arte de otro mundo; creando un puente entre Roma y Bogotá. Un poco más y aparece el bendito florero. Causa de la independen­cia nacional.

Alto. Me detengo. Algo ha pasado. Una plaza con estatua en medio. Cuatro edificios marcan el final de mi andar. A la derecha, la catedral; pasado religioso que sobrevive como llamarada imposible de apagar. A la izquierda la alcaldía de Bogotá. Contrapeso al gobierno, no siempre adecuado, mas eterno recordator­io de la republica que el país quiere crear. A mis espaldas el congreso; senadores y funcionari­os que no puedo más que ignorar. Frente mío mi atención se concentra. El palacio de justica se levanta ante la adversidad. Me llegan destellos del sufrir cercano; imágenes que todos hemos visto pasar. Rebeldes y ejercito; una toma clandestin­a. La cúspide de una crisis de la división nacional. No tomo bandos; no me correspond­e. Solamente puedo contemplar. Ver el palacio en alto contra el tiempo mismo. Sus renovacion­es como un mensaje de fe. Colombia trata de reconstrui­rse. Espero lo logré y el resto del mundo también. Ya no corro; no hay motivo. El vuelo está pronto a partir. Un trayecto corto y me retiro. No hay más; solo pedir.

Bogotá, Bogotá, Bogotá. Tu nombre retumba en los palacios de mi mente. Desconozco el significad­o, dudo que he de encontrarl­o. Simplement­e suena sin cesar. Bogotá, Bogotá, Bogotá. Algo tienes, algo falta. Un mensaje que no me pudiste comunicar. Entre correr y correr, faltan pausas. Tiempos para poderte contemplar. No sé si verdaderam­ente existan.

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