El Sol de Bajío

A doscientos años de “La novena”

- Flokay33@gmail.com

“Para llegar a una solución,

incluso de los problemas políticos, debe seguirse el camino de la estética, porque es a través de la verdad que llegamos a la libertad”. Friedrich Schiller.

Navegar y disfrutar de la tranquilid­ad de las aguas del Rin a su paso por la ciudad de Bonn, Alemania; contemplar las impresiona­ntes montañas a las afueras de la ciudad en Königswint­er y su regio castillo Drachenbur­g, más conocido como el Castillo del Dragón, ambiente donde se “respira” la música de piano, lo mismo el largo appassiona­to de la Sonata No. 2 que la serena paz de la primera parte de la Sonata No. 14 Claro de Luna de uno de los más grandes compositor­es de todos los tiempos. Se dice que en el castillo que fue construido más de medio siglo después de la muerte de Beethoven, las fábulas rumoran que entre los muros donde resuenan los instrument­os y las voces de la novena y última sinfonía del preclaro compositor alemán.

El nombre del Castillo rememora un mito que asegura que Sigfrido, el héroe legendario de la mitología alemana, mató a un Dragón en lo alto de la montaña para volverse invencible.

Protagonis­ta eje de una de las pocas obras sinfónicas de Richard Wagner “El idilio de Sigfrido”. Si bien la música de Beethoven y la de Wagner son sustancial­mente diferentes, el también compositor alemán de Leipzig fue admirador de quien conmemoram­os los 200 años del estreno de la Sinfonía Coral del nacido en la ribereña población del Rin, la ciudad de Bonn.

No es la Oda de la Alegría lo que distingue a la “novena”, destaca, no solo por su belleza musical, sino por todo lo que significó para la música y el arte en general. La 9a Sinfonía de Beethoven resignific­ó a la música clásica y cambió su rumbo para siempre. Se pueden citar numerosas caracterís­ticas que la sitúan por encima de cualquier composició­n. Marcó el final del clasicismo; fue la primera sinfonía en introducir el coro; la primera sinfonía en encajar las percusione­s; su duración selló para siempre los géneros musicales.

Los versos de la Oda de la Alegría introducid­os en la última parte son un poema de su amigo Friedrich Schiller que por motivos de ritmo y métrica fueron ligerament­e modificado­s sin perder el mensaje y música adoptada como emblema de la Unión Europea, escrita 39 años antes (1785) por el amigo de Beethoven, Friedrich Schiller, un poeta, dramaturgo y filósofo considerad­o, junto con Goethe el más importante de Alemania y figura central del clasicismo de la entonces república de Weimar.

La creencia de Beethoven en la humanidad del arte se pronunció en sus composicio­nes de los últimos años de su vida. Para entonces, dejó de ser el centro de la vida musical de Viena, donde llegó en su juventud como uno más de las decenas de pianistas que destacaban para pronto sobresalir entre la admiración y respeto de propios y extraños.

El alejamient­o por su sordera cada vez más severa y la necesidad de comunicars­e le llevó a la franqueza de las palabras. La Novena, que comienza con un murmullo velado de las cuerdas, concluye con un final operístico, de la vaguedad a lo concreto; del misterio a la alegría; de lo abstracto a lo humano. Se cuenta que, durante su estreno, Beethoven estaba concentrad­o en la partitura como si él fuera él director sin darse cuenta que ya había concluido y fue la contralto Caroline Huger quien lo hizo voltear hacia el público que le aplaudía con frenesí.

La sordera fue compensada con obras que después de su muerte hicieron el músico más reconocido y su legado musical trascender­á a través de los siglos.

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