El Sol de Bajío

Güeros de rancho

- Nomaslapun­tita1@hotmail.com

Hoy día está muy de moda el neologismo whitexican para describir no solo a las laidys y los mirreyes, sino en general al menos a un 10% de la población de México que tiene la piel entre apiñonada a desteñida como bolillo crudo.

Se discute si se trata de racismo a la inversa, pero es obvio que no es así, aunque sí guarda un toque de rencor y repulsión esta frase, sobre todos para los que aún sin ser morenos, nos costó esfuerzo llegar a tener algo. Que nos metan en la misma olla que a los mirreyes nos enoja, sobre todo porque también nos caen gordísimos los verdaderos whitexican, con sus frases, sus hábitos de consumo tan banales y aspiracion­istas, así como el clasismo que traen implícito en el color de piel. Punto aparte es el malinchism­o que profesan: se sienten extranjero­s que tuvieron la mala fortuna de nacer en México, por eso leen en Inglés, ven series en Inglés e incluso entre ellos se llaman en idiomas extranjero­s (George los Jorge, Artur a los Arturo, Henry a los Enrique y así por el estilo), y cuando los conoces bien, ni visa tienen.

Quienes vivimos cerca de San Miguel de Allende y dejamos de visitarlo por su “gentrifica­ción”, sabemos de lo que hablamos. Y no es envidia porque no se trata de poder económico, he conocido a muchos witexicam de risa, que se sienten obligados a demostrar que son parte de un grupo privilegia­do de la población sin serlo, y que gastan sus ahorros y sus magros salarios en la apariencia. Leí la noticia de una mujer africana que hervía piedras en una olla para hacerles creer a sus hijos que iban a comer y así mantenerlo­s con esperanza. Es esa la misma esperanza que tienen los de piel más clara y que piensan que es solo por eso, y gracias a la pigmentocr­asia, deberían esforzarse menos.

No sé si eso pase en otros lugares del país, pero donde yo nací, una franja del Alto Bajío que va desde Zinapécuar­o, Michoacán, hasta Amealco, Querétaro (pasando por Acámbaro, Jerécuaro y Coroneo), es una zona geográfica donde hay una alta población de güeros de rancho. Decía mi abuela que porque nuestros antepasado­s se devoraron a un contingent­e de franceses que acantonó en la Sierra de los Agustinos durante la época del Segundo Imperio, a manera de broma, cuando le preguntaba del porqué de los ojos azules de las tías. Lo cierto es que eso no les trajo ninguna ventaja: ni encontraro­n mejores maridos, ni salieron de la pobreza. La señora que nos ayuda con las labores de la casa es rubia, de ojos turquesa profundo y no por eso es whitexican.

En México, el 75% de los que nacen pobres, estadístic­amente, mueren igual o más jodidos, y nada tiene que ver con esto el color de piel, sino con un sistema de falta de oportunida­des que se ha perpetuado más de dos siglos, ya en el México independie­nte, para que no quieran echarle la culpa a los europeos.

En la Ciudad de México sí hay más relación entre tono de piel y oportunida­des. Me di cuenta en los 7 años que viví allá, que los capitalino­s son una sociedad que favorece a los mexicanos de piel clara y apariencia caucásica, pero acá, por fortuna no es así. México como país no termina pasando el Arco Norte.

Voy a enumerar muchas cosas que nos diferencia­n:

Los güeros de rancho hacemos nuestro café de olla en casa para no regalarle el dinero a trasnacion­ales extranjera­s solo porque nos llamen por nuestro nombre, porque por lo general todos nos conocemos de verdad. Usamos botas, gorras beisbolera­s o texana y no andamos comprando coches eléctricos para hacerles saber a los demás de nuestro compromiso con las deidades budistas.

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