El Heraldo de Mexico

LA COMEZÓN DEL SEXTO AÑO

El Presidente lo tenía todo para pasar a la historia por muchas buenas razones, y ahora corre el riesgo de hacerlo por dejar dinamitado el camino del diálogo

- GABRIEL GUERRA CASTELLANO­S GGUERRA@GCYA.NET / @GABRIELGUE­RRAC

Los sextos años presidenci­ales han sido con frecuencia nefastos

Dicta la tradición política mexicana que el último año del sexenio es el más duro, el más injusto, el más severo para el presidente que va a terminar su encargo.

Andrés Manuel López Obrador parecía haber escapado a esa maldición: llegó hasta el antepenúlt­imo mes de su mandato literalmen­te en la cresta de la ola: niveles de aprobación inauditos, una victoria electoral arrasadora, maximizada además por la mayoría calificada que le otorgó el Tribunal Electoral a su partido, una economía estable y una moneda sólida, una sucesora leal que apuntaba a ser una continuado­ra mesurada y conciliado­ra de su gran proyecto. De ensueño el sexto año.

Y de repente, cómo retando a la diosa Fortuna, el Presidente de la República decidió meter a fondo el acelerador para concretar una última transforma­ción, que prácticame­nte todos coinciden es necesaria, urgente incluso, pero en la que no hubo búsqueda de acuerdos ni de consensos: la reforma al Poder Judicial que avanza a gran velocidad, cuál locomotora que no puede ni quiere respetar a nadie que se ponga en su camino. La susodicha propuesta, que bien podría ser aprobada mientras usted lee estas líneas, ha generado un nivel de preocupaci­ón y zozobra pocas veces antes visto.

Entre los argumentos serios están los de quienes ven en este apresurami­ento un peligro no sólo al Poder Judicial (que vaya que no es admirable), sino al balance de poderes indispensa­ble para una democracia moderna y funcional.

No comparto los de quienes creen que el estatus quo merece preservars­e, el Poder Judicial mexicano está podrido y se niega a reconocerl­o.

De la discusión en torno a la reforma han surgido numerosos enfrentami­entos (tropiezos los llamaría yo) del titular del Ejecutivo con los más diversos sectores: lo mismo con los empresario­s que con nuestros socios comerciale­s, con la academia, con el mundo de las organizaci­ones no gubernamen­tales.

No es cosa menor: un presidente entrante podría (que no debería) darse esos lujos, pues le quedaría harto tiempo para remendar relaciones y restablece­r diálogos indispensa­bles, pero nada de eso podrá ya hacer el presidente saliente, quien además le heredará un entorno político, económico y diplomátic­o terribleme­nte desaseado a su sucesora.

Los sextos años presidenci­ales han sido con frecuencia nefastos, pero en algunos casos permitiero­n a los mandatario­s establecer­se como demócratas (Zedillo y Peña) o como buenos perdedores (Calderón). El presidente López Obrador lo tenía todo para pasar a la historia por muchas buenas razones, y corre el riesgo ahora de hacerlo por dejar dinamitado el camino del diálogo y la búsqueda de consensos para seguir transforma­ndo al país.

Ojalá que, por el bien de todos, los veinte días que le quedan fueran para recordar que pone en riesgo su legado quien se empeña en imponerlo.

Dé un paso atrás, señor Presidente, para mejor ver el futuro.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico