Con el extraño del banco
Diana, mi mejor amiga, me había pedido que la acompañara al banco a hacer unos trámites. Pasó por mí y llegamos al lugar, donde había muchas personas. Ella se puso a hacer la fila mientras yo esperaba sentada en una salita para acompañantes. En la sala, solo había un chico sentado a mi lado. Era alto, moreno, con cabellos castaños oscuros y ojos cafés muy claros.
Llevaba un pantalón beige y una camisa azul. Se veía bastante bien y tenía buen cuerpo. Descaradamente, me miraba el escote, y me di cuenta de que un pezón se me había escapado del brasier, pero no hice caso. De alguna manera, lo disfrutaba y me hacía gracia. Yo lo miraba de vez en cuando y le sonreía, mordiéndome y pasándome la lengua por los labios.
Ese juego me estaba calentando, y me daba cuenta de que a él también porque en su pantalón se veía una incipiente erección. Me encantaba haber excitado a un desconocido. En una de esas, coloqué mi mano en su pierna y comencé a acariciarla.
Veía cómo él contenía la respiración y me animé a subir un poco más, casi hasta su entrepierna. Él me tomó la mano, y de apresuradas y largas zancadas salimos del banco y nos dirigimos al estacionamiento. Allí me pegó a su auto y comenzó a comerme la boca con un beso apasionado. Aquella situación me parecía increíble, pero de verdad me estaba pasando. Estuvo un rato comiéndome la boca mientras acariciaba mis piernas y mis muslos hasta llegar a mi trasero. Su erección estaba chocando contra mi vientre y me hacía suspirar.
—Aquí hay cámaras —dije gimoteando.
—Tienes razón —respondió, llevándome de la mano hasta el baño. Entramos y me arrecuestó contra la puerta mientras seguía besándome. Su boca bajaba por mi cuello, y me encantaba. Empezó a desabrochar mi camisa, y yo acariciaba sus cabellos mientras suspiraba. Tomó mi pezón, ese que se había escapado, entre sus dedos y llevándoselo a la boca, dijo:
—No sabes cuántas ganas tenía de que estuviéramos a solas.
—Trátalo bien —respondí en un hilo de voz. Comenzó a chuparlo y yo empecé a gemir. Me encantaba cómo lo hacía, era tan brusco y tan sutil a la vez. Cambió de pezón y hizo lo mismo. Con sus manos, desabotonó mi pantalón y metió sus dedos.
—Estás muy húmeda, ¿quieres...? —dijo mientras me masturbaba. —Assh, sí —respondí suspirando. Sacó sus dedos y colocó mis manos sobre su paquete. —Vamos, puedes jugar con él antes.
Me arrodillé y bajé su bragueta, sacando su pene. Era perfecto, grande de largo y de ancho. Lo masturbé un poco y chupé la punta. Veía cómo sus venas se marcaban, y él me pidió que parara y le colocara el preservativo que me dio. Lo coloqué y él me tomó por los hombros, me puso de pie y, besándome, me pidió que me pusiera de espaldas. Lo hice y él bajó mi pantalón y mi braguita, separando mis piernas y metiendo la suya en medio. Acarició mi trasero y luego empezó a pasar su pene entre mis nalgas, llevándolo hasta mi vagina y penetrándome, haciéndome gritar. Me dio cinco fuertes embestidas y dijo: —Esto es por provocarme.
Yo gemí.
—Por ser tan sexy —añadió, dándome cinco más. —Y por andar exhibiéndote.
No paraba de bombearme fuerte. Yo gemía, y él metió sus dedos en mi boca. Yo los chupaba y los mordía. Él aumentó más la velocidad, si es que era posible, llevándome al orgasmo. Siguió con sus frenéticas embestidas, y nuevamente me fui, y él me siguió. Se quitó el preservativo y lo tiró a la basura, guardó su pene dentro del pantalón, subió los míos y me besó el cuello. Me ayudó a abotonarme la camisa y dijo:
—Me llamo Pablo.
—Mucho gusto, Pablo. Me llamo Vicky. Nos besamos y nos despedimos. Yo volví a entrar al banco, asegurándome de que todo estuviera en su lugar.