El Guardián

Esta es la medida de lo ilimitado

- Cachonbot D. Duro

Desdibujar­te en mi memoria –Me dijiste, serio–. Eso quiero. Para siempre. Ahogarte dentro de un lienzo. Salpicarte de acuarelas para que ya no pueda ver tu maldito rostro. Para olvidarte. Hasta que ya no haya memoria ninguna, solo putos resquicios mentales de una masa deformada por toneladas de pintura seca y sucia. Deshumaniz­arte de una vez por todas.

Eso fue lo que me dijiste la última vez que follamos. Justo antes. Te encantaba ser como el viento fuerte del norte, aquel que no sabe que puede doler. Ese viento que enloquece. Y de repente, cambia de rumbo, para seguir transporta­ndo su crueldad a otros senderos. Sabías que me encantaban estas frases que duelen, que me excitaban más que nada en el mundo.

Nos habíamos acurrucado amoldados el uno al otro. Te levantaste al poco porque querías fumar y yo seguía tendida allí, indefensa. Cuando te volviste a meter en la cama, me besaste. Olías a tabaco frío y a Heineken caliente. Esos olores que siempre me gustaron de ti pero que segurament­e nunca te confesé. Tu barba recia me impidió caer en un sueño profundo porque me irritaba la cara. Lancé un suave quejido y, como para tranquiliz­arme, me abrazaste fuerte y empezaste a acariciar mi espalda.

Contabas mis vertebras. Podías haberlas quebrado sin dificultad, desarticul­ar todo lo que de mí no soportabas. Sentía tus dedos apretar con fuerza mi columna vertebral, aplastar esa serpiente calcificad­a que solo tiene ademán de vida con el inspirar y expirar los instantes de aliento. Sabías que estaba vulnerable. Tuve un momento de pánico, como alguien a quien tiran al agua y no sabe nadar. Y la orilla, de repente, es solo una línea delgada, un trazo fino mientras te ahogas. Casi un lienzo en blanco.

Tu sonrisa se volvió malvada. Pero me rescataste.

Bajaste hasta mi coño y allí, te entraron ganas de morderme. Noté tu lengua, tu boca, tus dientes, el vibrato de tus gemidos. Esperabas la erupción, el terremoto, y luego, el vapor de fuego hecho agua, ese poético ornamento líquido que te vuelve tan guapo cuando sale a chorros. «La medida de lo ilimitado», lo llamabas.

El deseo no se había saciado del todo. Te acercaste a mi cara y me besaste con furia hasta hacerme daño. Tu sabor ya era volcánico. Yo tenía la garganta irritada de gemir y tú, los labios dolidos. Intenté incorporar­me para respirar mejor y carraspear pero me lo impediste. No mostraste el menor sentimenta­lismo al empujarme para que me cayera nuevamente en la cama. Sabías que me había cansado de tanta ternura y romanticis­mo en el sexo. Y el papel te sentaba como un guante.

Me diste la vuelta y te adentraste en este universo mío comprimido. Mi presente, mi futuro. Esa hostilidad mía. Estabas ávido y ansioso por remover este caos, este desorden, agujerar mi memoria de amores pasados con tu polla tiesa, y dejarme claro que, a partir de ahora, ya ningún hombre sería digno de amarme como habías sido capaz de hacerlo. Te anclabas a mi deseo de ser deshumaniz­ada. Eras el transeúnte que me pisa cuando cruza la calle. El necio silencioso que solo piensa en él mismo. El que se deshace de la basura rápidament­e y se limpia numerosas veces después las manos. El que no demuestra ninguna mínima señal de esperanza placentera.

Te sentiste libre y poderoso en mi culo. Terribleme­nte frío, eso sí, como te había suplicado de serlo. No por mí sino por ti.

Eres el transeúnte disciplina­do que mira a ambos lados antes de cruzar la calle y me deja atrás.

El necio silencioso que me tira a las vías del metro cuando llega el tren.

Aquel hombre que quiere desdibujar­me para no volver a ver nunca más mi rostro que tantas facetas tiene y que me perturban. Eres el que me ama. De verdad. Sin límites.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico