El Guardián

Una tarde con Carlos

- Cachonbot D. Duro

Hacía tiempo que estaba interesada en Carlos. Trabaja en el mismo centro comercial que yo, aunque en tiendas distintas. Coincidíam­os casi todos los días en la misma cafetería a media mañana. Es un tío fuerte, muy moreno de piel y de pelo, con unos ojos verdes que me atrajeron desde el primer día que me fije en ellos.

Pasó bastante tiempo hasta que hablamos por primera vez, a pesar de vernos casi a diario. Fue en la tienda donde trabajo yo, entró a comprar una colonia para su madre por su cumpleaños y me pidió opinión, no tenía ni idea de que el podía gustar a una mujer de casi sesenta años.

A partir de ese día nos saludábamo­s cuando coincidíam­os, incluso empezamos a sentarnos en la misma mesa cuando no había otra libre. Por mi parte me insinué lo suficiente como para que supiera que si me entraba, tenía el éxito asegurado.

No fue hasta pasado algún tiempo. Era domingo y por la tarde cerraba el centro comercial, lo que implicaba que no trabajábam­os ninguno de los dos. A las dos y media nos vimos en la cafetería de siempre, donde habíamos quedado para tomar el aperitivo. Me preguntó si tenía algún plan para comer y si no me invitaba, a lo que respondí que acababa de tenerlo, eso sí, pagábamos a medias. Me miró con cara de guasa y me dijo que de momento nos íbamos, ya veríamos como arreglábam­os lo de la cuenta.

Al salir a la calle me cogió del brazo y fuimos a buscar su coche. Me abrió la puerta y esperó a que entrara para cerrarla, un bonito detalle por su parte. Nada más entrar se fijo en mis rodillas y ascendió su mirada hasta el borde de la falda, bastante corta por cierto, sobre todo al sentarme. No se cortó un pelo, me dijo que tenía unas piernas muy bonitas y no quería imaginarse la parte que quedaba oculta por la falda. Sonreí y le dije que quien sabía lo que podía llegar a ver. Fue suficiente para decirle que no estaba cerrada a nada.

Comimos en una tasca cerca de su casa y después del café a mí me apetecía una copa, más que nada por alargar la comida y que no nos despidiéra­mos así. Con claras intencione­s me dijo que porque no la tomábamos en su casa y seguro que íbamos a estar más cómodos. Cogí el bolso y le dije que en marcha.

Al llegar a su casa, mientras iba a la cocina a por hielo, me dijo que me pusiera cómoda y que podía quitarme de los zapatos, era evidente que me estaban matando después de toda la mañana subida en los taconazos. La verdad es que lo agradecí porque estaba en lo cierto, aunque hubiera preferido que me hubiera dicho que me podía desnudar, aunque seguro que ya llegaría el momento propicio para hacerlo.

Cogió el consolador, me lo metió por delante y empezó a follarme con él sin salirse de mi retaguardi­a. Llegó un momento que me estaba penetrando por delante y por detrás al tiempo, con su pubis empujaba el consolador hacia dentro cada vez que me envestía el culo. Para completar la estimulaci­ón de todos mis puntos erógenos, cada vez que me embestía tiraba de los pezones hacia arriba.

Intenté retener el orgasmo todo lo posible, “aguanta, aguanta” me pedía, hasta que llegó el momento que fue imposible retrasarlo y me corrí sintiendo su semen deslizarse hacia dentro del culo.

Nos fuimos a la ducha juntos y allí me dio mi último orgasmo, sentado sobre sus talones y yo abierta de piernas me lo devoró, cuando acabé las piernas no me sujetaban y no pude retener las ganas de orinar. Se me escapó sobre su pecho, totalmente cortada. Para rebajar la tensión, cuando acabé, acercó la cara a mi sexo y lo besó.

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