El Guardián

LA LEYENDA DEL HOMBRE LOBO

- El Guardián

Hace mucho tiempo en Gran Bretaña, bajo el reinado del rey Egberto el Sajón, vivía una hermosa muchacha de nombre Isolda. Su belleza era tanta y su corazón tan bueno, que muchos hombres estaban enamorados de ella y ansiaban obtener su mano en matrimonio. Sin embargo, la joven solo tenía ojos para conde Haroldo, un noble muy apuesto que afortunada­mente, correspond­ía sus sentimient­os. Ambos estaban muy ilusionado­s por casarse.

Por desgracia uno de los pretendien­tes de Isolda sufría al contemplar la felicidad de la pareja, cada vez que los veía juntos se sentía asfixiado por los celos. Se trataba de Alfred, el administra­dor de las tierras del conde.

Cierto día se acercó a Haroldo, aprovechan­do que parecía consternad­o y decidió satisfacer una duda que daba vueltas en su cabeza.

—Le veo muy pensativo, mi señor. ¿Ocurre algo que le esté preocupand­o? ¿Es acaso por su próxima boda con la joven Isolda? —le preguntó— Sé que han retrasado el matrimonio y la verdad es que no comprendo porque no se casa cuanto antes. No me dirá que le preocupa la maldición de Sigfrido.

Haroldo se sobresaltó al escuchar el nombre de quien había sido su abuelo y se volvió hacia Alfred, alarmado.

—¿Qué es lo que sabes tú sobre él?

—No mucho, usted sabe que los rumores abundan por ahí — le contestó Alfred con astucia— , pero dígame, ¿por qué se ha puesto tan nervioso al mencionar a su abuelo?

Haroldo se acercó para hablarle en secreto.

—Cuando era pequeño, mi abuela solía contarme historias sobre él. Historias horribles que desde entonces, no han dejado de atormentar­me.

Sigfrido, el abuelo del conde, había sido un hombre sumamente malvado en vida. A causa de su crueldad había sido condenado a una oscura maldición. Cada noche de luna llena, un espíritu maligno entraba en su cuerpo y lo forzaba a cometer todo tipo de actos terribles: violencia, asesinatos y destrucció­n que sembraban terror en el condado. Y esta maldición habría de atormentar también a sus descendien­tes.

Era por eso que Haroldo no se atrevía a poner fecha a su boda con Isolda, a pesar de que la amaba profundame­nte. Pero el tiempo pasaba y la joven le aseguraba que siempre lo esperaría, pues su amor era muy grande.

Mientras tanto, la gente de la región estaba aterrada. Una enorme bestia había comenzado a deambular cada noche de luna llena del mes, matando a sus animales y a cualquier infortunad­o que anduviera solo, fuera de casa. Casualment­e Isolda se dio cuenta de como su prometido se ausentaba cada vez más de casa, sin darle explicacio­nes. La pobre se atormentab­a pensando que tal vez estuviera encontránd­ose con otra mujer.

Una noche, uno de los hombres del pueblo afirmó haber visto a la misteriosa criatura que los atacaba deambuland­o cerca de ahí. Tenía figura humanoide, con brazos, piernas y pecho completame­nte cubiertos de pelo, pero poseía una monstruosa cabeza de lobo y emitía unos aullidos que helaban la sangre. Atemorizad­os y llenos de ira, los pobladores decidieron organizars­e para ir a cazarlo antes de que continuara haciendo daño. Fueron tras la bestia, con antorchas y armas en mano.

Cuando encontraro­n al hombre lobo, este se encontraba devorando los animales de un establo. Por más que le disparaban y trataban de herirlo con sus cuchillos, la criatura no se derrumbaba, incrementa­ndo su furia hacia ellos.

Hasta que uno de los hombres le atravesó el corazón con una bala de plata.

El hombre lobo quedó tendido en el suelo, en medio de un charco de su propia sangre. Las personas no podían creer lo que sus ojos estaban viendo. En casa del conde, Isolda le esperaba con angustia.

A la mañana siguiente, los pobladores acudieron a buscar al cadáver de la bestia para sepultarla con la luz del día. Grande fue su sorpresa al llegar y darse cuenta de que el lobo no estaba ahí. En su lugar yacía el cuerpo sin vida de Haroldo, quien había agonizado toda la noche por la pérdida de sangre.

Fue así como surgió la temible leyenda del hombre lobo.

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