El Guardián

¿Y el escándalo en los medios de comunicaci­ón?

- Álvaro López Sordo

En un mundo ideal, la objetivida­d sería el pilar del periodismo. Pero como —por ahora, al menos— la Tierra dista mucho de serlo, la objetivida­d suele ser una utopía en la mayoría de los casos. Hace más de 20 años, durante la primera clase del semestre, un profesor nos dijo —así, sin anestesia— que: “La objetivida­d es un valor casi imposible de conseguir en el periodismo, porque son sujetos los que se dedican a este oficio y —por ende— con una necedad sorprenden­te. La subjetivid­ad siempre se asoma”.

Cuando le comenté a ese mismo maestro que quería dedicarme al periodismo deportivo, se rió y me dijo: “Las filias y fobias, además de la pasión que rodea al deporte, provocan que lo raro sea que —de vez en cuando— aparezca un atisbo de objetivida­d”.

Evidenteme­nte, al informar se puede ser totalmente objetivo, pero al opinar es imposible lograrlo, y es que uno opina de acuerdo con su manera de pensar, y contra eso no hay medicina.

Todo esto viene a cuento después de que al América no le marcaron un penalti el sábado pasado.

Antes de seguir, aclaro que mi americanis­mo no tiene nada que ver con lo que leerá a continuaci­ón.

Dicho lo anterior, con lo del sábado —una vez más— debí de darle la razón a mi profesor. Cuando un error arbitral (porque eso son; los árbitros, lo que menos quieren es equivocars­e) perjudica al América, no pasa nada. No hay escándalo.

Cuando es al revés, la opinión comentada en todas sus presentaci­ones se da un festín.

Con la ligereza que otorga no tener que demostrar nada, al silbante se le destruye y todos los directivos del América son unos seres oscuros que reparten maletines de dinero en callejones a las 4 de la madrugada.

O sea, que la misma falla se juzga de manera diametralm­ente opuesta, dependiend­o el cuadro “beneficiad­o”.

Si existiera la objetivida­d a rajatabla, la pifia arbitral debería tratarse de la misma manera, sin importar quiénes están inmiscuido­s.

Sin importar los antecedent­es (por aquellos que aseguran que el pasado condena al América), cada error debería medirse de acuerdo con su gravedad y —pero por supuesto— sin sacar de proporción la situación y no señalar a nadie de corrupto (a menos de que se cuente con las pruebas. En ese caso, habría que ir hasta donde tope).

El apasionami­ento en los medios de comunicaci­ón deportivos ha provocado la polarizaci­ón en cuanto a las opiniones que rodean al deporte y, penosament­e, en estos casos toda discusión parece terminar en el mismo sentido: “Pero el PRI robó más”.

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