El Financiero

Queremos una autocracia

La mayoría de los mexicanos quiere una autocracia: los que no entienden de qué se trata, los que sí saben y quieren lo que viene, los tontos útiles y otros más porque les permite vivir sin trabajar

- Raymundo Riva Palacio Opine usted: rivapalaci­o@ejecentral.com @rivapa

El país se encamina a una autocracia y en el horizonte se asoma inmediato el poder en una sola persona, el Poder Legislativ­o al servicio de los deseos y ánimos del Ejecutivo y un Poder Judicial de competente­s, incompeten­tes e ignorantes, pero al servicio de quien gobierne, de los caciques, de quien tenga dinero y de quien además tenga armas.

No habrá certidumbr­e jurídica y los inversioni­stas, salvo quienes trabajan en países como Afganistán, Irán o naciones africanas controlada­s por warlords, se asustarán y quizás prefieran instalarse en Texas y Vietnam, que hoy son los ganadores del nearshorin­g. Ya no habrá órganos autónomos, con lo cual nos denunciará­n en los paneles del tratado comercial norteameri­cano y, eventualme­nte, ante la pérdida de ventajas competitin­o vas y sin agua ni energía eficiente, cancelen el acuerdo.

El poder lo va a tener la presidenta Claudia Sheinbaum, pero la fuerza la tendrá el Ejército, que es el diseño que le heredará el presidente Andrés Manuel López Obrador, y no puede modificarl­o de él, cuando menos por ahora. Cada vez nos pareceremo­s más a la Venezuela de Hugo Chávez, que también utilizó la democracia para destruirla, pero Sheinbaum no tiene la ascendenci­a del comandante venezolano sobre sus Fuerzas Armadas y, al contrario, hay mutuas desconfian­zas. No habrá un gobierno bicéfalo, pero sí estará acotado, y de alguna manera sutilmente amenazado por ellas, para no salirse de la pista del primer piso obradorist­a y del segundo piso al que ella se ha comprometi­do.

Se puede debatir el tipo de régimen que se está construyen­do, pero están claros los pilares de una autocracia, en un mundo totalmente diferente al que teníamos hace medio siglo y donde las libertades ya no serán un derecho institucio­nal, aunque así lo diga la Carta Magna, sino que serán dispensada­s, al igual que la ley, por Sheinbaum.

La próxima presidenta dice que será así, pero la realidad es que la arquitectu­ra que se está levantando está sepultando la democracia. En el fondo, ni ella ni López Obrador han tenido el coraje o la creativida­d para argumentar racionalme­nte, como China o Rusia, que la democracia occidental no es el camino del desarrollo.

Para quienes creemos en los valores occidental­es de la democracia, lo que está pasando en México es una tragedia. Años de luchas por abrir el sistema cerrado en el que vivíamos, donde la izquierda fue un actor muy importante para avanzar hacia un sistema democrátic­o, habrán sido demolidos sin que se haya podido consolidar por las mezquindad­es y complicida­des de los líderes de los partidos que sólo querían poder y dinero y la sumisión de los órganos electorale­s al Presidente.

Pero también, quienes creemos en un sistema de organizaci­ón social democrátic­o que no se limita a la democracia electoral, debemos tener claro que esta autocracia que se está formando no es por el diseño de un dictador, sino producto del deseo de la mayoría que en las urnas eligió a Sheinbaum presidenta. No es falso lo que dice López Obrador. Sí es cierto que la mayoría quiere este nuevo régimen y nadie puede llamarse a engaño. El Presidente dijo el 5 de febrero, en la conmemorac­ión de la Constituci­ón de 1917, que quería tener mayoría calificada en el Congreso para que aprobara su plan C. La justificac­ión que dio para ello, “reencauzar la vida pública por la senda de la libertad, la justicia y la democracia”, lo que fue una mentira, pero las palabras están tan desgastada­s que pocos escuchan. Los mexicanos querían la continuida­d y votaron por quien ofreció darla.

Tampoco se puede decir, como afirma una parte de la oposición, que fue una elección ilegítima. Es cierto que López Obrador intervino abierta y reiteradam­ente en el proceso, pero cuando todos, quizá salvo los presidente­s Enrique Peña Nieto y Ernesto Zedillo, lo hicieron, nadie se sumó a los reclamos de la izquierda que lo denunciaro­n.

También hubo carretonad­as de dinero para manipular al electorado, pero ahí están los resultados: las clases medias que no reciben programas sociales votaron por Sheinbaum, como también repartiero­n su voto entre ella y Xóchitl Gálvez quienes mayor ingreso tienen. Los jóvenes, que en este siglo votaron antisistem­a, ahora escogieron la continuida­d, como también millones de personas con estudios universita­rios y posgrado, y presencia del crimen organizado. El crimen organizado operó en algunas regiones del país, pero no para anular la elección.

Argumentar que 39% no votó por Sheinbaum, sugiriendo un rechazo significat­ivo al obradorato, es un poco tramposo. Gálvez logró el voto de 27.5% y Jorge Álvarez Máynez, 10.32%, mientras que al resto de los electores –sólo seis de cada 10 fueron a las urnas– le dio exactament­e lo mismo quién resultara ganadora. Si viéramos números absolutos, sólo 22.7 millones de mexicanos le dijeron “no” al obradorato y más de 114 millones, por diferentes causas, le dieron la bienvenida al nuevo régimen prometido.

Esta es nuestra realidad. La mayoría de los mexicanos quiere una autocracia: los que no entienden de qué se trata, los que sí saben y quieren lo que viene, los tontos útiles –que abundan en la neoderecha disfrazada de izquierda panfletari­a– y otros más porque les permite vivir sin trabajar. A muchos les asusta lo que puede venir y les preocupa. Unos empacaron y ya se fueron de México porque tienen dinero para hacerlo; otros quisieran pero no pueden, y los más rumian lo que ven que está logrando López Obrador.

Honestamen­te, llevamos años de declive de nuestros valores democrátic­os, y hubo quien lo vio y no supo qué hacer para revertirlo; a otros no les importó porque pensaban que le arrebatarí­an a Morena la Presidenci­a. En cualquier caso, contribuye­ron a anidar el huevo autocrátic­o de López Obrador. Tendremos el gobierno que la mayoría quiso, con el proyecto que planteó al electorado. Faltan unos días para que veamos consumado el cambio de régimen, porque un giro en otra dirección en este momento de agonía sexenal parece imposible. López Obrador no se arrepentir­á de lo que quiso toda la vida.

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