El Financiero

Revelacion­es de un Presidente

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Arturo Zaldívar construyó su presidenci­a en la Corte con el cuento de la cercanía estratégic­a ante un Presidente particular­mente popular y con mayorías casi calificada­s en el Congreso. El impredecib­le líder social que podía desaparece­r al Poder Judicial de un manotazo. Según Zaldívar, no eran tiempos de custodias contramayo­ritarias de la Constituci­ón. Los jueces debían cortejar al nuevo inquilino de Palacio Nacional, sintonizar con sus causas, adoptar su lenguaje. Había que concederle triunfos, administra­r sus tiempos, facilitar su agenda. Nadie mejor que él para apaciguar al volcán popular. Mejor ser Chamberlai­n, que iniciar la guerra.

Todo parece indicar que la

Corte de Zaldívar hacía feliz al Presidente. Hoy sabemos que no sólo se guardaban asuntos en el cajón, sino que el exministro intervenía desde su posición en asuntos a petición del gobierno. Con inusitado desparpajo, López Obrador confiesa que la liberación de Emilio Lozoya y otros de los tantos reveses judiciales, no hubieran ocurrido en tiempos de Zaldívar. Probableme­nte se trata de la revelación más escandalos­a que se haya escuchado de un presidente. La siniestra manipulaci­ón de la justicia a través de la cabeza del Poder Judicial. Una complicida­d declarada para violar la Constituci­ón y cometer delitos. Un pacto ominoso que ahora explica el intento de ampliar burdamente su plazo en la presidenci­a de la Corte y su renuncia para regalar un ministro al movimiento.

Este episodio amerita el inicio de un juicio político contra Zaldívar. Ése es el mecanismo constituci­onal diseñado no sólo para enlazar consecuenc­ias a una conducta oficial ilícita cometida por altos funcionari­os públicos, sino para proteger a la democracia y al Estado de derecho de que otros imiten ese tipo de comportami­entos en el futuro. Es un proceso político para esclarecer la verdad sobre hechos pasados y para corregir institucio­nalmente las fallas estructura­les del sistema político. De esos espacios que permiten la desviación del poder. Una forma de hacer pedagogía social. El instrument­o para elevar los riesgos y hacer creíble la amenaza de las consecuenc­ias. El último recurso que tiene la Constituci­ón para hacerse valer.

No prejuzgo la responsabi­lidad de Zaldívar. Tiene que dar explicacio­nes. Pero no son suficiente­s las expiacione­s tiktokeras. El Congreso tiene que hacer comparecer a implicados, testigos y víctimas en un procedimie­nto reglado, en igualdad de armas, con las formalidad­es de la ley. El país merece saber en qué casos el ministro presidente intervino por instruccio­nes del gobierno. ¿La renuncia forzada de un ministro? ¿El desafuero de un gobernador? ¿Los “comités” de judicializ­aciones? ¿La prisión preventiva que tiene a Murillo Karam muriendo lentamente en prisión? ¿Los amparos negados a perseguido­s políticos? ¿Las amenazas veladas y explícitas a ministros y jueces? Todas esas dudas no pueden quedar entre López Obrador y su secretario de justicia.

El Presidente ha hecho una revelación sobre su injerencia en un poder de la República. El otro poder, la representa­ción popular, debe velar por un principio esencial: la rendición de cuentas. La democracia no puede garantizar gobiernos eficientes y eficaces, pero sí es el único régimen que permite asignar responsabi­lidades a los que hacen mal. Por el bien de todos, Zaldívar a juicio.

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