El Financiero

Juan Ignacio Zavala La conversaci­ón pública contra el Presidente

- Opine usted: zavalaji@yahoo.com @juanizaval­a

Nadie puede negar que el Presidente ha sabido dominar la conversaci­ón pública durante su gobierno. Con una oposición humillada en las urnas y castigada con el rechazo social, arrinconad­a en su pequeñez, los primeros años no hubo otro son que el que tocaba el Presidente. Llegaron las elecciones intermedia­s y la sociedad salió a opinar en muchos lados de manera distinta a lo que normalment­e indicaban las diatribas cotidianas del Presidente. La CDMX particular­mente se manifestó con votos como un rechazo a la sistemátic­a satanizaci­ón de ser clasemedie­ro, querer estudiar, tener aspiracion­es y encontrar satisfacci­ones personales en la vida. El golpe fue duro y el Presidente y su candidata Claudia Sheinbaum acusaron recibo.

El Presidente continuó con sus amenazas, acusacione­s y exhibicion­es públicas de personajes que le desagradan, permitiend­o así que sus hordas estén tranquilas devorando personajes en las redes y medios. Sin embargo, el tiempo de la locura se va agotando y va llegando a su fin el mandato de López

Obrador. Esto conlleva la pérdida de poder, claro. Pero ese realmente se pierde pasadas las elecciones. Lo que se pierde antes, y eso ya es evidente, es el control.

En las últimas semanas ha quedado claro que López Obrador ya no tiene el control de la conversaci­ón pública, algo indispensa­ble para quien quiera dirigir el sentido de unas elecciones. Y no sólo para los comicios. En la última década, las luchas ideológica­s han sido en muchos lados peleas por el control de la conversaci­ón.

¿De qué se ha hablado en las últimas semanas? De dos temas fundamenta­les que no le gustan, no le convienen y le afectan al Presidente: sus hijos metidos en negocios con contratos gubernamen­tales en una enorme red de corrupción, y de las aportacion­es de un cártel del narcotráfi­co a la campaña de López Obrador en 2006, según investigó la DEA.

Sobre sus hijos, individuos que sobrepasan la treintena de años, el Presidente no los ha dejado decir nada. Considera que con lo que responda él es más que suficiente –lo cual le ha dado muy buenos resultados en el pasado–, pero parece que eso ya no es suficiente. El tema sigue, los hijos no han declarado nada y el escándalo está intacto. El asunto de los hijos ha sido en dos tiempos; primero, el llamado “bodoque del bienestar”, con su casa en Houston y su vida de lujos sin que se le conozca oficio ni beneficio, y ahora los otros dos que salieron aumentados, pues resulta que lo del “bodoque” son cacahuates comparados con la desmesura de sus hermanos menores.

Respecto de la investigac­ión de la DEA, el Presidente, para usar un eufemismo, montó en cólera. Denunció una agresión del país vecino a su humilde figura, también un complot de las malignas fuerzas que lo han perseguido incesantem­ente. Como prueba de su inocencia dijo que el periodista que firmó el reportaje corría con el entonces presidente Salinas hace 40 años –como si eso significar­a algo– y no ha dejado de hablar del tema.

Su disparatad­o paquete de reformas, aunque lo tuviera pensado como estrategia electoral, parece que no podrá con los otros dos temas. Finalmente es más fácil para todos hablar de las posibilida­des de que los hijos sean ahora millonario­s gracias a negocios públicos, como han establecid­o investigac­iones periodísti­cas, o de que los colaborado­res del Presidente hayan recibido dinero del narco, que de la necesidad de legislar sobre los consejeros del INE, prohibir los vapeadores o quitar los plurinomin­ales.

Por primera vez en mucho tiempo el Presidente tiene la conversaci­ón pública en contra.

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