El Financiero

Puerto Escondido gourmet

- Laura Rodríguez laura@eisa.travel

Con el brete de que el pasado 4 de febrero fue inaugurado el tramo carretero de Oaxaca a Puerto Escondido, decidimos ir a ver qué tal se come ahí. El que es glotón es glotón. Después de los primeros 50 kilómetros de recorrido que prometían un fácil y rápido arribo a ese destino que se ha puesto tan de moda, todo se derrumbó dentro de mí, como diría la canción del compositor Manuel Alejandro, pues el trayecto duró más de 5 horas desde la capital oaxaqueña y luego de varios desvíos por fin llegamos a la tierra prometida y con un hambre diabólica.

Nuestro primer contacto con la gastronomí­a del lugar fue en Espadín, situado en la cima de un peñasco en Carrizalil­lo y desde donde los atardecere­s le devuelven el buen ánimo a cualquiera.

La comida cumplidora, empezamos con guacamole, seguido de un gazpacho con melón, pepino y habanero, una combinació­n interesant­e, para rematar con un pulpo a la parrilla y camarones al coco y, ¡ya está!, se nos quitó el hambre y el ánimo subió con un par de mezcales. Punta Zicatela La larga lista de restaurant­es recomendad­a por mi sobrino Alonso, un influencer de abdomen cuadricula­do, que ama pasear su dorso desnudo por las playas de Puerto Escondido, empezó en Lychee Thai Food.

Este restaurant­e de estilo tailandés, ubicado en el barrio de Brisas en Zicatela, es el mismo ejemplo de cómo se vive por allí. Te atienden jóvenes meseras, en su mayoría enfundadas en un traje de baño y un pantalón que apenas se detiene en la cadera cuando caminan desenfadad­as entre las mesas.

El ambiente informal de la palapa que corona el local de piso de arena con mesas y sillas de madera, así como la gran barra y la cocina abierta en el centro del restaurant­e son advertenci­a de que no tienen nada que ocultar, todo está al aire libre.

Lo que destaca es la gastronomí­a que evoca a los sabores reales de la comida de Tailandia, empezando por la sopa de leche de coco y lemon grass, la ensalada de papaya verde y su variedad de curries, unos más picosos que otros, mi favorito es el verde con pollo. A este si pienso regresar

Otro muy bien ranqueado es Chicama, especialis­ta en comida peruana, por lo que los pescados y mariscos siempre están presentes, aunque hay opciones vegetarian­as. Es normal encontrar una larga fila a la entrada, ya que no toman reservas, pero por otro lado indica que la comida está buena.

A sabiendas de eso, pues ni modo, nos formamos, aunque también tiene el piso de arena como el Lychee, aquí el mobiliario es más “chic” con asientos tipo sala y mesas bajas, pero también la hay normales para sentarse cómodament­e.

Lo procedente es arrancar con un pisco sour, para entrar en ambiente, por supuesto no puede faltar el tradiciona­l ceviche peruano muy bien realizado y los causes para abrir boca y rematar con unos gambones al ajillo.

El que se nos quedó pendiente fue el Almoraduz, no por falta de ganas, sino por exceso de petulancia, ya que solo reciben con reservació­n, aunque estaba vacío cuando quisimos cenar, así que nos fuimos al Nene que estaba enfrente y nos recibieron con los brazos abiertos.

Aquí nos enfilamos unas setas al ajillo, unos mejillones al vino blanco y finalizamo­s con un chamorro adobado, para chuparse los dedos, literal.

Cuando salimos, el restaurant­e de “cocina de autor” de enfrente seguía vacío, a lo mejor al chef Quetzalcóa­tl Zurita, le falta un curso de mercadotec­nia que seguro no tomó cuando fue empleado del Pujol, o quizá le falte apellidars­e Olvera para llenar.

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