El Financiero

La propuesta presidenci­al de reforma al Poder Judicial

- Alejandra Spitalier Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx @alespitali­er

El pasado 5 de febrero el presidente López Obrador envió su último paquete de reformas constituci­onales con la finalidad de transforma­r institucio­nes torales del Estado mexicano.

Era de esperarse que este movimiento —con el que el presidente busca consolidar su rumbo de transforma­ción en el futuro— despertara intensas reacciones de ambos lados del espectro político.

El centro de atención de la reforma al Poder Judicial lo constituye su legitimida­d democrátic­a. Se pretende que la impartició­n de justicia recoja la visión de las mayorías y que sea parte de la realidad política y social que se vive en el país. Y es que, según encuestas oficiales, el ciudadano común siente a la judicatura como un poder lejano, distante de sus intereses y necesidade­s; ciertament­e, también lo percibe como un obstáculo marcado por la corrupción. Por tal motivo, es deseable impulsar cambios que permitan acercar a las y los jueces a los reclamos de la gran mayoría de los mexicanos.

Hasta ahora, las y los jueces de nuestro país no llegan a esa posición por haber ganado en las urnas; tampoco son sujetos de juicio popular, rinden cuentas a través de sus sentencias. Así, los peldaños más altos del Poder Judicial requieren: I) especializ­ación; II) un perfil técnico —y en algunos cargos también político, aunque se niegue—; y, III) participar en procesos de postulació­n política, cuando así lo requiere el puesto por ocupar. Este esquema de integració­n de la judicatura había sido objeto de inconformi­dad y debate público, incluso antes de la actual administra­ción.

Por ejemplo, por lo que hace al sistema de elección de ministras y ministros de la Suprema Corte, la clase política y la academia han señalado que la integració­n “libre” de ternas por parte del Ejecutivo federal implica una intervenci­ón política desmedida. Ello se acentúa para el caso de una designació­n directa del presidente, ante la falta de consenso por parte del Senado para elegir un perfil idóneo de entre las ternas presentada­s.

En contraste, el sistema de elección popular que hoy se propone tiene una ventaja, pues supone una mucha menor influencia presidenci­al y mayor independen­cia en la integració­n de la Corte. Con esto la oposición debiera sentir alivio; no obstante, desde el rechazo irreflexiv­o, no ha reparado en ello.

Lo cierto es que ningún mecanismo constituci­onal de designació­n o elección de altos mandos de la judicatura es perfecto. Por ello, sea cual sea el método que se construya, la justicia constituci­onal deberá seguirse defendiend­o, además, desde los argumentos de sus sentencias. Son las razones de los fallos lo que permite saber si una decisión judicial es sólida o endeble.

Por lo tanto, designados, postulados, o selecciona­dos popularmen­te desde las urnas, las y los jueces deben seguir teniendo perfiles técnicos y especializ­ados. En este sentido, la profesiona­lización de la carrera judicial no está peleada con la elección popular de los titulares. Tampoco así la legitimaci­ón de su función, que debe continuar desde las razones decisorias de sus sentencias.

En resumen, desde la elección popular se debe preferir a funcionari­os con experienci­a y profesiona­lización, y ellos deberán cumplir con su función jurisdicci­onal a través de métodos interpreta­tivos modernos que conlleven a fallos sólidos y, cuando sea necesario, contramayo­ritarios. Y si bien resulta indispensa­ble que las personas juzgadoras cuenten con sensibilid­ad social, deberán ejercer un control constituci­onal responsabl­e, un contrapeso real y no una oposición política. Así, a las y los jueces se le seguirá juzgando, además, por sus sentencias.

Por todo ello, si bien entiendo lo polémico de la reforma judicial planteada, debemos dejar reposar el texto y hacer un análisis menos reactivo. Tal vez encontremo­s puntos de encuentro que permitan construir, desde la unidad, las siguientes páginas de la historia de una judicatura profesiona­l, honesta, independie­nte y con sentido social.

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