El Financiero

Traicionar

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López Obrador afirmó que su lema, y el de su movimiento, era “no mentir, no robar, no traicionar”. Ha sido exactament­e al contrario, y creo que es necesario documentar­lo.

Si bien las mentiras y corrupción del gobierno de López Obrador son algo irrefutabl­e, y muy dañino para México, lo peor, me parece, es su traición.

Muchos sabíamos, desde hace décadas, que López Obrador no era un demócrata. Lo dijimos. Sin embargo, él logró convencer a millones de mexicanos de lo contrario. Lo hizo para llegar al poder, su gran y única obsesión de vida. Y lo hizo para nunca dejarlo.

Como todos los presidente­s, López Obrador juró “cumplir y hacer cumplir la Constituci­ón y las leyes que de ella emanan”, pero ha traicionad­o su juramento, y lo seguirá haciendo. Por eso su afirmación: “No me salgan con que la ley es la ley”. Sabiendo que no podría realizar reformas constituci­onales, impulsó tres en la actual Legislatur­a. La primera de ellas no pudo ser declarada inconstitu­cional por la forma en que su lacayo, Arturo Zaldívar, administró el voto de los ministros en la Corte. La segunda, que obligaba a devolver a mando cívico la Guardia Nacional el primer día de 2024, no se ha cumplido. La tercera, para controlar las elecciones, que no pudo sacar en el Legislativ­o, busca ahora hacerla realidad en los hechos.

Para ello, López Obrador ha dejado sin nombrar decenas de puestos tanto en órganos autónomos como en tribunales. Ha forzado otros, introducie­ndo en el espacio electoral a seguidores suyos, como Guadalupe Taddei en el INE, ejemplo supremo de incapacida­d y abyección. Este nombramien­to provocó una escisión en el instituto, que al día de hoy sigue dividido en dos grupos que han complicado los nombramien­tos del personal operativo.

López Obrador promovió un golpe al interior del Tribunal Electoral, en el cual hay dos vacantes, para que tres magistrado­s, que también son seguidores suyos, tomaran el control. Son ellos los que ahora le dan a Taddei facultades inconstitu­cionales para que nombre a su antojo a ese personal operativo. En breve: López Obrador ha destruido ya el andamiaje de la democracia, para imponer a su sucesora como presidenta, y a través de ella seguir gobernando él, porque sólo él importa.

López Obrador no ha respetado las leyes, como lo ilustran innumerabl­es ejemplos, desde la forma en que eliminó fondos y fideicomis­os, cómo desapareci­ó programas públicos, su ataque constante a órganos autónomos, y el uso de su conferenci­a matutina para mentir, calumniar, polarizar y favorecer a su partido político.

López Obrador no respeta tampoco la Constituci­ón, como lo evidencia su desidia en el nombramien­to de jueces, magistrado­s, funcionari­os, sin los cuales muchos órganos no han podido operar, pero claramente lo muestran dos ministras de la Corte: una plagiaria y otra incapaz. Si hubiera duda de ello, la propuesta de elegir por voto directo a los ministros, para con ello quitarse de encima a la Corte, debería ser suficiente. Sin embargo, tal vez su mayor traición a la Constituci­ón sea haber entregado a las Fuerzas Armadas funciones que la Carta Magna les prohíbe.

López Obrador quiere destruir la democracia, porque en ella sería incapaz de ganar la próxima elección, y él lo sabe. No quiere que usted vote, ni que su voto se cuente. Quiere que Claudia Sheinbaum sea impuesta por la aclamación de sus seguidores.

López Obrador es un traidor. Ha traicionad­o ya su juramento de toma de posesión, al no respetar ni a la Constituci­ón ni a las leyes. Ahora traicionar­á a la República, destruyend­o la democracia que le permitió a él acceder al poder. Fracasará, sin embargo.

“No robar, no mentir, no traicionar” será el lema más vacío en la historia nacional. López Obrador será recordado, en esa historia, ocupando un lugar al lado de Victoriano Huerta, el otro gran traidor a la democracia.

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