Domingo 21 de abril de 2024. 4° de Pascua. Ciclo B.
En aquel tiempo dijo Jesús: «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.»
PALABRA DEL SEÑOR
Quien cuenta con un Pastor sabe contar diariamente con un guía para el camino que le es, al mismo tiempo, compañero, un dueño que vive sirviéndole, un guardián que le ayuda a encontrar comida y reposo; el pastoreo implica autoridad indiscutida y entrega abnegada, superioridad reconocida y servicio permanente. Al presentarse como pastor, Jesús pretendía proponerse como señor y como siervo, como guía y como compañero; se declaraba dispuesto a relacionarse con quien le quisiera como pastor como un pastor bueno hace: conviviendo con quienes apacienta, compartiendo con ellos el cansancio y el reposo, el alimento y la necesidad, el sol y el mal tiempo, el día y las noches.
Más aún, Jesús llega a declararse dispuesto a perder la vida antes que perder el rebaño: por eso es bueno como pastor, porque prefiere convivir con nosotros a vivir sólo él, porque antepone exponer su vida antes que exponerse a perdernos. No es como el pastor asalariado, que vive de sus ovejas y que las deja cuando ve peligrar su propia vida. La voluntad de convivencia le ha llevado a Jesús a entregar su vida por nosotros: y no es que diga que piensa ser nuestro Pastor, que nos lo prometa ser un día; es que ya ha pagado el precio por serlo, muriendo por nosotros. Nos ha demostrado, pagando con su propia vida, su bondad.
Saberse apacentados por Jesús lleva a vivir sin temor la propia vida, sabiendo que nuestro presente está en buenas manos y que nuestro futuro está ya asegurado en quien amó su vida menos que la nuestra. No deberíamos nosotros que queremos tener como pastor a Jesús, contarnos entre quienes con más miedos y prejuicios, afrontan el mundo de hoy, el día de mañana; la certeza de tenerle junto a nosotros, mientras caminamos por la vida, y de tenerle a nuestra disposición siempre que seguimos sus caminos, nos ha de liberar de nuestros miedos y de la angustia que el mundo actual y el futuro incierto puedan producirnos: nuestra seguridad no se apoya en promesas por cumplir, sino en hechos ya realizados: Cristo ha dado ya la vida libremente por nosotros y Dios le ha hecho, por ello, pastor de nuestras vidas.
¡A disfrutar la presencia de Dios en la Misa y en familia!