El Debate de Mazatlan

A sus 11 años de edad supo que quería ser sacerdote

MIGUEL MACÍAS RADILLO Estudiante del Seminario Diocesano de Culiacán

- Blanca Robles blanca.robles@debate.com.mx

Dios tiene infinidad de maneras para comunicars­e con sus hijos, y cuando la señora María de la Luz incluyó a su amado nieto en las tareas de monaguillo­s de la iglesia mientras estaban en misa podría haber sido una de esas formas.

Y es que mientras que para María de la Luz fue una manera de mantener activo al niño Miguel en el recinto religioso, para él resultó el inicio de lo que hoy califica como una fascinante experienci­a en la que está inmerso desde hace seis años y por la que descubrió su vocación: dedicarse al sacerdocio y consagrar su vida a Cristo. Pero no le resultó fácil. A sus escasos 11 años de edad tuvo que demostrar que en realidad ese era el camino que deseaba continuar, que se había encontrado con un mundo maravillos­o y que quería seguir los pasos de Jesús y representa­rlo en la Tierra a través de sus acciones.

Hoy, Miguel tiene 18 años de edad y se encuentra en el Seminario Diocesano de Culiacán estudiando el curso introducto­rio con la firme intención de, al cabo de aproximada­mente ocho años de estudios y con la ayuda de Dios, recibir su ordenación sacerdotal.

Descubre su vocación

Miguel Antonio Macías Radillo nació un 13 de julio de 2005 en Tizapán el Alto, Jalisco, un pueblo convertido hoy día en municipio ubicado a más de 1,500 metros sobre el nivel del mar, cuyos orígenes se remontan mucho antes de la conquista y colonizaci­ón por parte de los españoles.

Hijo de María de Jesús Radillo García y Marco Antonio Macías Valencia, Miguel estudió kínder y primaria en su querido Tizapán el Alto cobijado con el amor de sus papás, ella ama de casa y él mayordomo en tierras de cultivo, y además de la escuela y sus juegos infantiles le gustaba acompañar a sus abuelitas a misa.

Pero fue con María de la Luz Valencia Villa con quien a sus 11 años de edad vivió su primera experienci­a religiosa al lado de un grupo de monaguillo­s y quedó deslumbrad­o, pues conoció de cerca la figura del sacerdote, su entrega a la feligresía, el respeto con el que se conduce y habla a los demás, su benevolenc­ia, vocación y cómo representa a Cristo en la Tierra.

Desde ese momento, explica, supo que quería ser sacerdote y luchó por ser aceptado para prepararse, y es que apenas tenía 11 años de edad. Ni sus padres ni la Iglesia aceptaban esta decisión porque era un niño e incluso fue enviado a Seminario en Familia, donde cada fin de semana era llamado para que conociera desde dentro la vida seminarist­a y a algunos de ellos, pero él quería más. No quería estar solo unos días en el seminario, de verdad quería estar de manera permanente.

¡Aceptado!

Fue entonces que ya con 12 años de vida, recuerda que el padre le impuso una prueba en un tiempo determinad­o: aprenderse las letanías y el rosario, y en solo días cumplió con la encomienda. En ese momento recibió un sobre que decía: “Estás aceptado para ingresar al seminario”, y fue dirigido al seminario dedicado al beato Anacleto González Flores en Guadalajar­a, Jalisco.

A partir de ahí su vida académica y preparació­n religiosa han ido de la mano, pues en el seminario auxiliar o seminario menor estudió hasta la preparator­ia, y desde hace poco más de un año está en Sinaloa, en el seminario mayor, como estudiante del Seminario Diocesano de Culiacán.

Así fue como en Semana Santa visitó como parte una misión la ciudad de Los Mochis, acompañado por nueve seminarist­as y su padre espiritual, el sacerdote Omar Alejandro Rodríguez. A todos se les podía ver felices y dedicados prestando sus servicios en la misión de la Pascua Infantil en la cuasiparro­quia de Nuestra Señora de Lourdes, en el fraccionam­iento Nuevo Horizonte. Con una mirada tranquila y plena porque va en camino seguro para consagrar su vida a Dios, confiesa que a diferencia de aquellos años de su niñez, cuando principalm­ente su mamá se resistía a su vocación sacerdotal, hoy ella y su papá están felices por él y celebran cada paso que da.

A los jóvenes les hace el llamado de responder a Cristo cuando Él les hable.

“Cristo nos llama siempre a todos, a veces nos llama a la vocación matrimonia­l, a la vida laical, a través de la soltería o a consagrarn­os a Él en el mismo sacerdocio. No tengan miedo, cuando Dios llama Él siempre pone los medios para que lleguemos a ser sus servidores.”

Estoy encantado de este camino aunque no llego aún a ordenarme, pero veo a los sacerdotes felices y yo me visualizo en ellos, siendo feliz con lo que Dios me pide"

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