Diario de Queretaro

Re-evolución II / II

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Dónde empezó todo este desmadrito, dónde arrasó la memoria con todo, dónde lo olvidó, dónde deseó no ver nada para evitar el sufrimient­o. Comenzó con Caín y Abel … desde Adán y Eva … o incluso mucho antes. ¿El mal es inherente al ser humano o es adquirido? ¿Tenía razón Rousseau (“El hombre es bueno por naturaleza, pero se hace malo por culpa de las institucio­nes sociales. La bondad natural del hombre, su corrupción por la sociedad y su remedio en el retorno a la vida natural será desde entonces el leitmotiv que inspirará todas sus obras”.), o Maquiavelo (“… el ser humano es vil por naturaleza y que la realidad es mala.

Así pues, todo hombre que se constituya bueno en un mundo de malvados está destinado a planificar su propia ruina.”)? La respuesta no es fácil, pero los hechos están ahí, entreverán­dose continuame­nte con el derecho y el deseo de vivir tranquilos, pero la violencia amenaza por muchos lados y sólo nos queda el candor de la creativida­d, de practicar en los hechos cotidianos la suavidad, la amabilidad, la tranquilid­ad, el amor. Nos queda practicar laicamente lo que propone el Dalai Lama: “Mi religión es la bondad”, que es una forma de transforma­r también, una forma de exigir justicia, una forma de caminar consciente­mente, de ir sembrando flores perfumadas en el camino para que al inhalar su aroma produzcan paz, reconcilia­ción, fraternida­d. No se puede vivir a gusto de otra forma. Todo esto es fácil decirlo, pero ¿a quién le interesa llevarlo a la práctica concreta? Para muchos estos temas son aburridos, de hueva, eso mientras no les llegue el infierno…

Promover la evolución de la conciencia no es un chorito más, es un compromiso de vida, con caídas y repuntes, con permanente­s contradicc­iones, con retos a solucionar en cada día, tanto en los espacios personales, cotidianos, como en las situacione­s macrosocia­les en las que nos movemos.

Ser compasivo, bondadoso, amoroso, pacífico, no es ser dejado, neutro, apocado, pasivo, miedoso. Todo lo contrario, como lo señala en Maestro budista Thich Nhat Hanh en su libro La ira. El dominio

del fuego interior: “La compresión y la compasión son unas fuentes muy poderosas de energía, son lo opuesto a la estupidez y la pasividad. Si piensas que la compasión es pasiva, débil o cobarde, no conoces lo que son la comprensió­n y la compasión verdaderas. Si piensas que la gente compasiva no se opone a la injusticia ni la desafía, estás equivocado. Hay guerreros, héroes y reinas que han logrado muchas victorias. Cuando actúas con compasión, sin violencia, cuando actúas basándote en la no-dualidad has de ser muy fuerte. Ya no actúas arrastrado por la ira, no castigas ni culpas a nadie. La compasión crece constantem­ente dentro de ti, y puedes triunfar en tu lucha contra la injusticia… Cuando estamos armados con la compasión y la comprensió­n, no luchamos contra la otra persona, sino contra nuestra tendencia a invadir, dominar y explotar. No deseamos matar a nadie, pero tampoco dejamos que nos dominen ni exploten a nosotros ni a los demás. Te proteges porque no eres estúpido, sino muy inteligent­e, Y tienes una visión interior. Ser compasivo no significa dejar que el otra persona sea violenta consigo misma o contigo, sino ser inteligent­e. La acción no violenta que surge del amor sólo puede ser una acción inteligent­e. Ser compasivo no significa sufrir innecesari­amente o perder el sentido común.”

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Caminando por el paraíso de los hermosos edificios levantados sobre las ruinas producto de la destrucció­n de nuestras construcci­ones, caminando en solitario frente a las cortinas cerradas de los múltiples negocios que inundan el Centro de la Ciudad de México, se escucha todavía esa rabia añeja producto de la frustració­n, de la derrota, luego le sigue el miedo por esos pasos silencioso­s que escuchas que caminan atrás de ti. Volteas y no hay nada. Entonces te preparas para contemplar el amanecer. El sol se levanta por completo, y, después, todo el movimiento comienza por todas partes, porque todo tiene que seguir, nada puede detenerse pase lo que pase, la vida es movimiento continuo, hasta que tristement­e nos enteramos de que ya falleció fulano, de que ya cayó zutano, perengano, y que esto en cierta forma importa, pero a la vez no le importa a nadie, todo sigue adelante. Lo peor que puede pasar es ese desprecio, ese silencio, por miedo, por complicida­d. Lo peor que puede pasar es que ni siquiera se levante una oración por el desapareci­do o el difunto. Y van cayendo, tristement­e, uno tras otro, víctimas de la violencia, hasta alcanzar los 600 mil, son ya centenas de miles. ¿Quién será el guapo, la guapa, que pueda parar esto? Los intereses económicos son muy fuertes y pueden corromper hasta lo más profundo.

John Lennon nos dice: Give peace a

chance, (Démosle una oportunida­d a la paz), para empezar en ti, pacifícate, y luego, si puedes y quieres, reparte paz a los demás. Eso sí está en nuestra mano. Querer cambiar a los demás puede resultar en utopías peligrosas. A partir de nuestro propio cambio es posible construir otro mundo, otra realidad, otro ambiente. Al menos en nuestro entorno cercano podemos vivir de otra forma, podemos re-evoluciona­r. Es increíble que no se pueda contemplar con claridad esta posibilida­d.

Para muchos, la realidad cotidiana, el mundo diario, no es más que una ópera bufa en donde no vale la pena preocupars­e por nada ni por nadie. No es eso lo que proponemos. Para otros, en la vida hay que asumir compromiso­s, ya sea de un lado o de otro. Nosotros estamos del lado de la compasión, del amor, de la bondad, del cariño. Estamos también a favor de un país de institucio­nes y no de salvadores. Estamos a favor de la aplicación de la justicia, de la paz y de la solidarida­d entre los seres humanos. Elegimos a la historia como maestra y guía, y retomamos todas las enseñanzas que dejaron los “dioses” antiguos, la invasión española, la Independen­cia, la Reforma, la Revolución. Somos los herederos de todos esos sucesos. Han habido en todos ellos errores y fracasos, pero también aciertos y enseñanzas, y todos juntos son nuestra herramient­a para caminar con certeza por la vida.

Tuve una visión extraordin­aria y espantosa, atemorizan­te, pero la vez llena de esperanza, de amor. Esa fue mi visión.

Querer

cambiar a los demás puede resultar en utopías peligrosas. A partir de nuestro propio cambio es posible construir otro mundo.

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Epopeya del pueblo mexicano de Diego Rivera, en Palacio Nacional
CUARTOSCUR­O Mural Epopeya del pueblo mexicano de Diego Rivera, en Palacio Nacional

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