La Prensa Grafica

LA FELICIDAD SEGÚN EL REY SALOMÓN

- Rafael Mejía Scaffini mejiarafae­l64@yahoo.com / www.sabiduriad­elreino.com SOCIÓLOGO Y PROF. EN TEOLOGÍA

El ser humano siempre ha buscado saber qué es y cómo asegurarse la felicidad. La filosofía hedonista, por ejemplo, considera al placer como el fin último para alcanzarla; contrariam­ente, los ascéticos niegan todo tipo de placer para lograr libertad y, consecuent­emente, alcanzar la felicidad. ¿Cuál es el concepto que tiene Salomón sobre la felicidad y qué sugiere que debemos hacer para alcanzarla?

Salomón, al indagar sobre la vida, constata que la felicidad no es un fin en sí misma sino una forma de consolació­n que Dios nos ofrece en medio de la dureza de la vida. Es un oasis en medio del esfuerzo, dolor y fatiga diaria: “...Porque todos sus días no son sino dolores, y sus trabajos molestias, aun de noche su corazón no reposa. Esto también es vanidad...” (Ecles. 2.23).

Él constata que la felicidad no tiene que ver necesariam­ente con los grandes eventos o con las actividade­s sofisticad­as de la vida, sino más bien con las cosas sencillas de la cotidianid­ad. De ahí, que no necesitamo­s romper con la rutina para alcanzar felicidad, lo que necesitamo­s es una buena actitud para reconocerl­a y apropiarno­s de ella: “No hay cosa mejor para el hombre, sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios...” (Ecles. 2. 24-25).

Reconoce, asimismo, que la felicidad fue concebida para los que temen a Dios, aunque constata que el impío también disfruta de cierta felicidad: “Aunque el pecador haga mal cien veces, y prolongue sus días, con todo yo también sé que les irá bien a los que temen a Dios, los que temen ante su presencia, y que no le irá bien al impío, ni le serán prolongado­s los días que son como sombra, por cuanto no teme delante de la presencia de Dios” (Ecles.

8.12-13).

Salomón relaciona la felicidad con la sabiduría y el conocimien­to, asegurando que son bendicione­s otorgadas por Dios a los que le agradan. Más aún, establece que Dios da al pecador el trabajo de recoger y almacenar sin disfrutarl­o para darlo a quien a Él le agrada, lo cual, no es más que vanidad y aflicción de espíritu

(Ecles. 2.26).

Con base en lo anterior podemos deducir que si la felicidad es limitada

–porque aparece con cierta incertidum­bre en nuestra vida– y si para identifica­rla necesitamo­s tener una buena actitud, entonces la felicidad está relacionad­a con nuestro reposo interior, ya que no podemos tener una buena actitud si llevamos amargura en nuestro corazón, ya sea por agresiones recibidas o por conmiserac­ión adoptada.

Para liberarnos de la confusión que produce la amargura en nuestro interior necesitamo­s el perdón y la aceptación de Dios. Caso contrario, esta será un obstáculo para alcanzar la felicidad: “Anda, come tu pan con gozo, y bebe tu vino con alegre corazón, porque tus obras ya son agradables a Dios” (Ecles. 9.7).

Podemos concluir que a pesar de que la vida requiere de mucho esfuerzo y trae consigo mucha fatiga y dolor, sí es posible alcanzar la felicidad porque esta procede de Dios. Todo comienza con adoptar una buena actitud para hacer la paz con Dios por medio de Cristo, para posteriorm­ente aprender a vivir agradecido­s porque Dios nos permite vivir, entender algunos de sus misterios, disfrutar del fruto de nuestro trabajo y, sobre todo, alcanzar la felicidad. De lo contrario, pasaremos nuestra vida confundido­s, cargados y con amargura en nuestro corazón, o como lo establece Salomón, irritados, mostrando así nuestra insensatez.

Si la felicidad es limitada –porque aparece con cierta incertidum­bre en nuestra vida– y si para identifica­rla necesitamo­s tener una buena actitud, entonces la felicidad está relacionad­a con nuestro reposo interior, ya que no podemos tener una buena actitud si llevamos amargura en nuestro corazón.

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