LA MAGIA DEL LUNES
Su costumbre habitual en el primer momento después de despertar por las mañanas era prácticamente saltar de la cama, como si alguien estuviera llamándolo con apremio. Había sido así siempre, desde que tenía memoria, pese a que, cuando era muy niño, su madre le advertía, en forma con frecuencia parecida a un regaño:
–¡Muchachito loco, tené cuidado, no vayás a golpearte al caer!
Pero él no cejó en su práctica, y cuando llegó al borde de la adolescencia aquel modo de desprenderse del reposo nocturno pareció darle una pauta para su futuro vivir.
“Ya tengo la clave de mi futuro: voy a ser acróbata, y como aquí no hay circos disponibles, voy a tener que hacerlo en la calle…”
Pero como la vida, con voluntad que casi siempre aturde, tiene rutas que uno ni siquiera sospecha, él en algún momento empezó a sentir que sus energías motoras iban en otro sentido. Esta es una época de creatividad abierta, y las acrobacias de dicha creatividad le hacían saltar del lecho mental en cuanto se anunciaban los primeros rayos del sol matutino. –¿Qué día es hoy? ¡Sí ya sé: lunes, mi día favorito, ya voy para mi nuevo trabajo! ¡Arriba, mente y voluntad! ¡Voy a ser reinventor de imágenes en una fábrica de espejos!
En cuanto salió a la calle, que estaba muy poco concurrida pese al día y a la hora, sintió que alguien iba a su lado, y lo identificó como por arte de magia:
–Sí, yo soy tu otro yo. Conozco todo lo que sueñas y anhelas. Hemos convivido en la misma almohada, y hoy vamos a hacerlo en la misma mesa de trabajo… ¡Vamos, pues!