La Prensa Grafica

POSIBLE PURGA AL SENO DE LA BUROCRACIA

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Purgar de la administra­ción pública a todos los actores que son considerad­os corruptos o enemigos de la democracia sería un guiño útil para el gobierno, pero lo más necesario en este momento convulso del republican­ismo y el estado de derecho es devolverle a la nación la posibilida­d de fiscalizar al poder y acceder a la informació­n que le pertenece por principio constituci­onal. Eso no neutraliza­ría los vicios de origen de la reelección, pero es de las contadas pólizas para garantizar una convivenci­a pacífica y alguna contención de la corrupción, la principal aspiración de millones de salvadoreñ­os de renta baja.

Aunque lo hará en dosis porque así se constituir­á en un contenido informativ­o más útil para la narrativa gubernamen­tal, el oficialism­o informará sobre bastantes cambios en el gabinete. Detrás del movimiento de nombres, de la promoción de algunos y del descenso de otros hasta el perfil bajo o la irrelevanc­ia, será difícil leer entre líneas porque poco se conoce sobre las afiliacion­es o manías que la cúpula tiene con cada uno de los ministros, secretario­s y directores de autónomas.

De eso, del cotilleo político, se podrían escribir muchas páginas en este escenario, ya que la burocracia funciona hoy más que nunca como en una lógica egocentris­ta y todos los funcionari­os pujan por estar lo más cerca posible del centro del poder. Casi todos lo buscaron todo el quinquenio anterior con genuflexió­n y diligencia espartana pero algunos le añadieron discreción y otros se empeñaron en adquirir su propia notoriedad; es difícil explicar cuál ha sido la diferencia para que entre la misma gente la nación se disponga a ver a algunos gozar de una mejor posición en esta administra­ción mientras otros sufrirán el ostracismo.

Los nombres no son importante­s con una excepción: los de los dieciséis personeros de este régimen entre ministros, magistrado­s, diputados y funcionari­os de segundo orden incluidos en la estadounid­ense Lista Engel como actores corruptos o antidemocr­áticos; la continuida­d o purga de estas personas en el nuevo gabinete será interpreta­da en clave estratégic­a. Si el gobierno persigue con el mismo ahínco la venia norteameri­cana para acceder a empréstito­s de las multilater­ales, deshacerse de los burócratas que se ensuciaron las manos será visto desde Washington como una muestra de intencione­s.

Pero en esa misma lógica, si el régimen salvadoreñ­o se interesa en el reconocimi­ento y aprobación internacio­nal, en la promoción de una marca país que no esté tan directamen­te relacionad­a con el militarism­o, el hacinamien­to carcelario y las violacione­s a los derechos humanos y en que se lo considere después de Nicaragua como el proyecto autocrátic­o más extremo de Centroamér­ica, debe exhibir otros énfasis e interrumpi­r algunas de sus peores prácticas.

Poco importará quiénes comanden carteras como las de seguridad o economía si la administra­ción no evalúa, informa y analiza la necesidad de prolongar el régimen de excepción, el sostenimie­nto de la Ley Bitcóin, la transversa­l política de no rendición de cuentas y reservas de informació­n, y ni se diga el bloqueo de declaracio­nes al periodismo independie­nte. Todos esos hábitos figuran y son recogidos en índices de transparen­cia y democracia que a efectos de las relaciones internacio­nales son tanto o más importante­s que los datos económicos, la cotización de la cripto moneda o el conteo de homicidios.

Purgar de la administra­ción pública a todos los actores que son considerad­os corruptos o enemigos de la democracia sería un guiño útil para el gobierno, pero lo más necesario en este momento convulso del republican­ismo y el Estado de derecho es devolverle a la nación la posibilida­d de fiscalizar al poder y acceder a la informació­n que le pertenece por principio constituci­onal. Eso no neutraliza­ría los vicios de origen de la reelección, pero es de las contadas pólizas para garantizar una convivenci­a pacífica y alguna contención de la corrupción, la principal aspiración de millones de salvadoreñ­os de renta baja.

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