CONSTRUYENDO RESILIENCIA
La publicación “Construyendo resiliencias: lecciones aprendidas en América Latina y el Caribe” (BID, 2022) es un insumo técnico que ayuda a reflexionar sobre las limitaciones que han guiado la acción de los países de la región frente a desastres naturales y a transitar hacia una efectiva gestión de riesgos. Hay avances, pero falta mucho por hacer. Por ejemplo, en Centroamérica, se redujeron las muertes causadas por desastres en casi un 50 % respecto a la década anterior gracias a las mejoras en la preparación para emergencias (pero la migración ambiental es un tema regional que gana interés).
Hoy día, el cambio de paradigma más importante es transitar de un enfoque centrado en atender los efectos del desastre a uno orientado a la reducción de los riesgos y a mejorar la resiliencia.
“Déjà-vu” es una expresión francesa que se usa para referirse a aquella sensación de estar viviendo algo que se ha experimentado en el pasado. Yo siento un “déjà-vu” cada vez que hay un fuerte sismo o cuando anuncian una tormenta tropical (pronóstico de lluvias durante varios días consecutivos), ya que me recuerdo de los dos terremotos de 2001 y de las devastaciones sufridas tras el huracán Mitch en 1998.
En 2020, Centroamérica no solo fue golpeada por la pandemia del covid-19, sino que en apenas dos semanas la región fue impactada por dos huracanes, afectando principalmente a Honduras, Nicaragua y Guatemala. Primero el Eta, que llegó a Nicaragua el 3 de noviembre, y luego el Iota, que hizo lo propio el 16 del mismo mes. Ambos huracanes, que tocaron tierra como ciclones de categoría 4, hicieron un recorrido que causó enormes pérdidas y afectó a casi 10 millones de personas.
El referido informe del BID destaca que los expertos en gestión del riesgo insisten en que los “desastres naturales” no existen. En cambio, sí existen las calamidades que se dan como consecuencia de acciones u omisiones humanas, o porque las sociedades no se preparan adecuadamente ante fenómenos propios del planeta (como un sismo) o porque el mismo ser humano ha provocado nuevos fenómenos climáticos (por ejemplo, el aumento de lluvias extremas como consecuencia del calentamiento global).
En este entorno conviene recalcar que El Salvador es un país con un alto riesgo de sufrir un desastre (derivado de lluvias torrenciales, sismos, sequías, erupciones, etcétera). La vulnerabilidad socioambiental puede ser identificada desde varios ángulos: (1) degradación del suelo y las principales cuencas hidrográficas, (2) abandono del agro e inseguridad alimentaria, (3) migración externa e interna, (4) crecimiento de asentamientos populares urbanos y negocios informales, (5) falta de ordenamiento y desarrollo territorial, (6) obsolescencia y disfuncionalidad de los sistemas de drenaje del AMSS.
Lo antes expuesto significa que El Salvador enfrenta múltiples problemas. De ahí la conveniencia de priorizar, planificar y realizar acciones de corto, mediano y largo plazo, así como de favorecer la investigación y la generación de sinergias para solucionar problemas. Este tipo de acciones es urgente de llevar a cabo porque de ocurrir un “desastre natural” en estos momentos tendría graves consecuencias socioeconómicas, dado que ha aumentado la pobreza extrema y la elevada deuda pública limita la capacidad financiera del GOES para invertir en prevención y afrontar eventos difíciles.
Reflexión: partiendo de que ningún gobierno central es capaz de asistir a todas las personas y familias ante un evento catastrófico, el mayor reto es construir resiliencia desde la base de la pirámide social. ¿Cómo hacerlo? Capacitando, informando y organizando a la población en gestión de riesgos en el ámbito familiar, comunitario, empresarial y estatal. La gran tarea es construir resiliencia en todos los cantones, caseríos, barrios y colonias, para reducir la probabilidad de que los “desastres naturales” generen enormes pérdidas y trastornen los logros en desarrollo humano.
Hoy día, el cambio de paradigma más importante es transitar de un enfoque centrado en atender los efectos del desastre a uno orientado a la reducción de los riesgos y a mejorar la resiliencia.