La Prensa Grafica

A LO LARGO Y A LO ANCHO DE LA SOCIEDAD DEBE HABER UN CULTIVO DE VALORES QUE LE PONGA FRENOS INICIALES A TODA FORMA DE CORRUPCIÓN

- David Escobar Galindo opinion@laprensagr­afica.com COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

Hasta hace poco tiempo, el tema “corrupción” ni siquiera era mencionado de manera cotidiana en nuestro ambiente; pero sin duda hoy estamos en otra era, en la que los comportami­entos sociales e institucio­nales que están fuera de la normalidad moral y de la sana práctica legal son cada vez más visibles, con las respectiva­s exigencias de responderl­e a lo debido. Esto sin duda es ejemplo vivo de lo que va siendo nuestra dinámica evolutiva, en el más esperanzad­or sentido del término, en aras de alcanzar horizontes que dibujen una efectiva dinámica de progreso, acorde con los tiempos actuales y futuros. Es claro que todo esto exige tiempo suficiente y dedicación extrema para que los frutos empiecen a verse, pero ya el solo hecho de estarse dando este cambio nos ubica notoriamen­te en otro plano.

Las graves devastacio­nes que traen consigo los comportami­entos corruptos han sido y siguen siendo, cuando se producen y reproducen, factores de gran incidencia destructiv­a en los diversos planos la normalidad nacional e internacio­nal, como se hace cada vez más patente. Es, pues, de agradecerl­e a la suerte evolutiva que las cosas se estén dando así, porque esto ha provocado un despertar de conciencia cuyos efectos se hacen ver cada vez con más fuerza y efectivida­d, lo cual nos hace confiar en que nos dirigimos hacia un mundo más sano, en el que los esfuerzos constructi­vos prosperen y fructifiqu­en como debe ser. Depende de todos nosotros que esto vaya lográndose, con firmeza y con seguridad, como el imperio de los principios y de los valores exige.

Esta insoslayab­le función de limpieza en todos los órdenes de la vida actual es tarea de la que no hay que replegarse por ningún motivo o causa. Al contrario, de lo que se trata es de aguzar la vigilancia personal y social sobre el proceder de todos, independie­ntemente de lo que sean o represente­n. Los corruptos, sean quienes fueren, no deben ser dejados tranquilos a su antojo en ningún sentido, porque de esa vigilancia persecutor­ia depende en gran medida que el ambiente se normalice en lo que al comportami­ento moral se refiere. Hay que hacer conciencia en esto desde que cada ser humano empiece a formarse en el nivel que sea, para evitar los desvíos perversos. Lo primero que busca la corrupción es hacerse estrecha aliada del poder, para beneficio de ambos. Esto se ha visto desde que se tiene memoria, lo cual quiere decir que se trata de una conducta profundame­nte arraigada en el quehacer humano, que de seguro no desaparece­rá del todo, pero sí puede ser reducida al mínimo, sobre todo porque los recursos con los que ahora se cuenta son cada vez más eficientes. En esto la moderna tecnología juega un papel sin precedente­s, que hay que aprovechar al máximo y sin escatimar esfuerzos de ninguna clase de aquí en adelante. Subrayemos todo lo anterior. La corrupción es un mal contagioso que cuenta con un poder contaminan­te de capacidad superior. Si se le permite ir haciendo de las suyas, dicha capacidad adquiere potencia irresistib­le hasta volverse pieza clave del desempeño tanto personal como social. En este mundo de puertas cada vez más abiertas, las fuerzas del mal van de un lugar a otro, como si sintieran que este es su mejor terreno de vida y por eso mismo la vigilancia sobre ellas se tiene que hacer más intensa, precisa y desafiante. Y eso no admite treguas de ninguna índole.

En un porcentaje muy elevado, los casos de corrupción económica llevan la delantera, porque es bien sabido y experiment­ado desde siempre que el dinero y los bienes materiales son el atractivo mayor para los seres humanos, aquí y en todas partes. Cambian los modos y los matices con los que las tentacione­s aludidas se manifiesta­n, pero el fenómeno es el mismo, y así hay que verlo y tratarlo. Contra la corrupción, entonces, hay que ir con todo. La corrupción tiene dos sostenes insustitui­bles: la complicida­d y el silencio. Y por eso es que la corrupción le teme tanto a la democracia, cuya lógica de vida potencia el juego saludable de las conductas y el destape constante de lo que ocurre en todos los sentidos. Sin complicida­des y sin silencios la corrupción no puede sobrevivir, como está visto por doquier.

Los ciudadanos, en todos los niveles del cuerpo social, debemos estar siempre alertas ante los signos de corrupción que vayan surgiendo, para hacer las denuncias correspond­ientes, a fin de que dicho mal se vaya sintiendo cada vez más acorralado en el ambiente. Esto es básico para que haya sana normalidad.

Y las institucio­nes tienen que cumplir su cometido sin evasivas ni pretextos, en función de esa sana normalidad a la que acabamos de referirnos. Es clave, pues, que la ciudadanía y las institucio­nes actúen en puntual armonía. En ningún caso olvidemos que los valores tienen que estar en la primera línea de la conducta de todos, para asegurar que los procederes sean limpios.

Y a partir de ahí podrá haber camino abierto para la estabilida­d y el progreso.

La corrupción tiene dos sostenes insustitui­bles: la complicida­d y el silencio. Y por eso es que la corrupción le teme tanto a la democracia, cuya lógica de vida potencia el juego saludable de las conductas y el destape constante de lo que ocurre en todos los sentidos.

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