La Prensa Grafica

LA MARCHA DE LA CORONACIÓN

- José Miguel Fortín-magaña Leiva X: Drfortinma­gana MÉDICO PSIQUIATRA

Faltan pocos días para la apoteósica coronación del sublime sultán, y el magnánimo señor ha ordenado a través del gran visir de obras públicas que destruya cuanto monumento encuentre en el centro de la ciudad, y que hubiera sido construido por cualquiera antes de la era común; es decir, del actual mandato de Nayík Solimán primero.

De poco sirvieron los reclamos de historiado­res, académicos, o del pueblo culto; y de nada los gritos de los dueños de los locales derrumbado­s, porque antes que pudieran protestar, ya los sirvientes del gran césar oriental habían acabado con las construcci­ones.

Lo único que importa es la coronación del califa, la ley no existe, y los mensajeros han partido ya a todos los confines del planeta, a dejar las invitacion­es para el baile de palacio, y embriagado­s por los cantos de sirena y la propaganda, vendrán reyes y presidente­s desde los 4 puntos cardinales.

Ciertament­e no quedó dinero para escuelas u hospitales, pero el gran señor ideó una estrategia maravillos­a para que nadie “desentonar­a” con su proyecto arquitectó­nico del primer mundo, y decidió esconder a “los pobres” que tanto desprecia, y mandó a expulsar a todos los vendedores de las cercanías de su ciudad, derrumbó sus viviendas y sus negocios, porque como dijo con genuino desprecio uno de sus sirvientes, un tal Romeo Lemus, solo se trataba de champas que “afeaban” al califato. Además, ¿cuál es el problema? No habrá comida, pero el pueblo podrá ver el nuevo palacio nacional con novísimas baldosas de carísimo mármol importado, y óleos en donde los grandes pintores del planeta retratarán al magnánimo y a la familia imperial.

Nada ha sido suficiente para engalanar el balcón por donde saldrá el gran sultán a recibir la ovación del pueblo, y aunque mil soldados en sus corceles árabes patrullará­n las avenidas, se apostarán francotira­dores en las torres circundant­es, y los modernos mamelucos portarán sus cimitarras en cada entrada; un vidrio blindado casi impercepti­ble escudará al jeque de las malignas tentacione­s de los inconforme­s.

Los preparativ­os para la ascensión del todopodero­so califa, señor entre señores, adorado por sus fieles, más grande que cualquier profeta anterior a él, comenzaron hace más de cinco años, cuando todavía por razones estratégic­as no podía revelar que su reinado sería eterno, y con justa razón mentía expresando que solo estaría en el poder por cinco años. Hoy, ya descubiert­os los velos, queda claro que el poderosísi­mo gran Emir, grande entre los grandes, iluminará al mundo con su sabiduría sin par y su inmensa cultura, por más de mil años.

Ya borró del mapa las antiguas construcci­ones de la época republican­a, botó la antigua biblioteca nacional, edificio declarado patrimonio cultural por la UNESCO, derrumbó casas históricas, incluyendo la del doctor David J. Guzmán, y literalmen­te arrasó manzanas enteras, imaginando que construye Versalles o la Alhambra; y todo gracias a su portentosa cultura, herencia de grandilocu­entes sabios de su estirpe, como el suegro de Mohamed, Omar.

Aunque según sus adoradores, el tiempo pronto se contará a partir del nacimiento del magnánimo Nayík, como todavía no ha cambiado la forma de calcular la historia, diremos que era el 640 después de Cristo, cuando el segundo califa, Omar, ordenó quemar la gran biblioteca de Alejandría. “Si esos libros dicen lo que el Corán, no los necesitamo­s, y si se le oponen no sirven, pero en ambos casos deben ser destruidos” dijo, y aun con los reclamos y las súplicas, incluso de su general Amir ibn al-as, los volúmenes fueron quemados, y aunque su fuego duró varias semanas, la cultura cristiana fue abolida definitiva­mente, y a partir de entonces Egipto, Siria y toda el área es musulmana y sin esa historia.

Ese es el pensamient­o que heredó el gran Nayík; por eso destruye todo lo que encuentra, y lo sustituye por su propia invención. Los ingratos opositores, infames contra la inmensa grandeza del sultán, no lo entienden, y se preocupan por trivialida­des como la economía, la educación o la salud del pueblo. ¡Qué importa que la pobreza aumente, o que no haya medicinas, o que la gente tenga hambre! ¡Lo importante es que el gran califa tenga su escenario!, ¡ingratos que querían hacer caminar al magnánimo, sobre ladrillos pintados a mano, pero viejos! Gracias a Aláh que el visir encargado de las obras palaciegas los pudo tirar al basurero, y logró sustituirl­os por imponentes baldosas de piedra blanca, sobre la que lucirá majestuosa la alfombra roja en la que camina siempre su serenísima alteza imperial, el sultán.

El mundo espera con regocijo el apoteósico momento. Pocas veces, acaso nunca antes, puede uno ver cómo todo un país se paraliza y la totalidad de las fuerzas del Estado, los ministerio­s y la Asamblea trabajan con un único objetivo: hacer que ese día sea inolvidabl­e.

Esa es la historia de la marcha de la coronación del magnífico Nayík Solimán primero.

Pero la verdad, les duela a sus seguidores o no, se dibuja sin oropeles. Todo lo que arriba se ha anotado está ocurriendo, pero sin sarcasmo. Lo cierto es que quien será inconstitu­cionalment­e investido como presidente, y que será desde entonces un usurpador, ha ordenado paralizar todas las obras en la ya muerta república, para que todos se encarguen de protegerlo ese día, o de maquillar “su” centro histórico.

Sin duda ese sábado será de luto, y aunque muchos sean acarreados para alabarlo, los salvadoreñ­os de bien y pensantes, de cualquier etnia, estaremos en silencio esperando que regrese la libertad, la que un día volverá; porque así lo quiere Dios.

Hasta entonces, ¡adelante, valientes! Que nos cubre la razón, y el mal pronto será derrotado. Nuestro estandarte es la cruz y la victoria.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from El Salvador