ENTONCES ¿DE QUIÉN ES EL PLAZA LIBERTAD?
“¡Uy, qué desorden hace esa gente! ¡Sáquenla de la plaza!” Desde hace 4 siglos, esa frase ha sido frecuente para las personas que buscan contrastar con la dinámica con la cual fue construida la actual plaza Libertad. Sea estos los indígenas y ladinos que llegaban a hacer trueques durante el siglo XIX y XIX; ya sea estos, los sindicalistas y estudiantes que realizaban marchas y protestas durante la década de los sesenta y setenta; ya sea los vendedores, que inundaron con champas la plaza en los años noventa; o ya sea la Yahaira, los combos y los youtuberos en los últimos días.
Y es que la plaza Libertad o Plaza Mayor, Armas o Dueñas, como ha sido conocida, fue fundada en una lógica de función: servir como punto neurológico y convivencia de la élite de poder, político y económico. Hasta la década de los sesenta y setenta del siglo XX, la plaza siempre estuvo rodeada por la élite: durante mucho tiempo hubo oficinas de gobierno y municipales, además de organizaciones económicas, como la Asociación Cafetalera, y hasta la cúpula religiosa tenía sus sedes ahí.
Debido a este entramado de interrelaciones sociales, estratos más bajos buscaron también una coincidencia en ese espacio y poder ganar así presencia social, que a su vez les visualizara dentro de la esfera colectiva de ese San Salvador excluyente. Sin embargo, tras la expansión de la ciudad de San Salvador a finales del siglo XIX, los terremotos de 1965 y 1986, así como la guerra civil, la élite económica y política empezaron a abandonar el centro histórico. Las mansiones alrededor de la plaza empezaron a abandonarse, edificios fueron declarados inhabitables y el espacio fue ocupado por estos sectores sociales menos privilegiados que buscaban escalar socialmente.
Además de ello, las políticas gubernamentales y municipales no abonaron al desarrollo del centro histórico. Por ejemplo, fue por misma iniciativa de los gobiernos municipales del partido PDC que en los años ochenta las ventas informales tuvieron cabida y permisos para ocupar aceras y plazas de la capital. Si bien esas medidas buscaron oxigenar la crisis económica que atravesaba el país, el desorden y la falta de emplazamiento arquitectónico hicieron que en el Centro Histórico proliferara el caos; por ejemplo, durante los años noventa y principios de los 2000, las champas de venta incluso se colocaban en medio de las principales plazas del centro.
Causa de ello, el Centro Histórico fue visto como un espacio inseguro, intransitable y caótico. Una imagen que muchos aún guardan en su memoria pero que, ahora, tras la serie de reordenamientos y nuevas construcciones que el gobierno municipal y central ejecutan, comienza a cambiar.
Sin embargo, este reordenamiento también lleva a hablar de que en el Centro Histórico se ha empezado a vivir un proceso de gentrificación, esto porque el proceso de renovación ha implicado el desplazamiento de estos sectores menos privilegiados, por otros sectores de un mayor poder adquisitivo.
Cabe mencionar que esto no es un elemento aislado, ya ha sucedido en otros centros históricos de América Latina (por ejemplo en Ciudad de Guatemala, Lima y el centro histórico de la ciudad de México) los cuales han buscado que ese espacio esté dedicado y enfocado al turismo.
Por ello, cabe la pregunta: ¿Quién merece ocupar y convivir en la plaza Libertad? Pues siendo un espacio público sin duda el pueblo salvadoreño tiene derecho del usufructo; sin embargo, también este lugar tiene sus reglas y deberes. Actualmente, la plaza ha vuelto a recuperar la tranquilidad y el espacio, una lógica que va en torno a un espacio público con enfoque al turismo. Pero ¿pasará de moda? ¿Qué pasará si otra vez su usanza se abandona? Pues su misma historia nos deviene.