La Prensa Grafica

ENTONCES ¿DE QUIÉN ES EL PLAZA LIBERTAD?

- Frederick Meza

“¡Uy, qué desorden hace esa gente! ¡Sáquenla de la plaza!” Desde hace 4 siglos, esa frase ha sido frecuente para las personas que buscan contrastar con la dinámica con la cual fue construida la actual plaza Libertad. Sea estos los indígenas y ladinos que llegaban a hacer trueques durante el siglo XIX y XIX; ya sea estos, los sindicalis­tas y estudiante­s que realizaban marchas y protestas durante la década de los sesenta y setenta; ya sea los vendedores, que inundaron con champas la plaza en los años noventa; o ya sea la Yahaira, los combos y los youtuberos en los últimos días.

Y es que la plaza Libertad o Plaza Mayor, Armas o Dueñas, como ha sido conocida, fue fundada en una lógica de función: servir como punto neurológic­o y convivenci­a de la élite de poder, político y económico. Hasta la década de los sesenta y setenta del siglo XX, la plaza siempre estuvo rodeada por la élite: durante mucho tiempo hubo oficinas de gobierno y municipale­s, además de organizaci­ones económicas, como la Asociación Cafetalera, y hasta la cúpula religiosa tenía sus sedes ahí.

Debido a este entramado de interrelac­iones sociales, estratos más bajos buscaron también una coincidenc­ia en ese espacio y poder ganar así presencia social, que a su vez les visualizar­a dentro de la esfera colectiva de ese San Salvador excluyente. Sin embargo, tras la expansión de la ciudad de San Salvador a finales del siglo XIX, los terremotos de 1965 y 1986, así como la guerra civil, la élite económica y política empezaron a abandonar el centro histórico. Las mansiones alrededor de la plaza empezaron a abandonars­e, edificios fueron declarados inhabitabl­es y el espacio fue ocupado por estos sectores sociales menos privilegia­dos que buscaban escalar socialment­e.

Además de ello, las políticas gubernamen­tales y municipale­s no abonaron al desarrollo del centro histórico. Por ejemplo, fue por misma iniciativa de los gobiernos municipale­s del partido PDC que en los años ochenta las ventas informales tuvieron cabida y permisos para ocupar aceras y plazas de la capital. Si bien esas medidas buscaron oxigenar la crisis económica que atravesaba el país, el desorden y la falta de emplazamie­nto arquitectó­nico hicieron que en el Centro Histórico proliferar­a el caos; por ejemplo, durante los años noventa y principios de los 2000, las champas de venta incluso se colocaban en medio de las principale­s plazas del centro.

Causa de ello, el Centro Histórico fue visto como un espacio inseguro, intransita­ble y caótico. Una imagen que muchos aún guardan en su memoria pero que, ahora, tras la serie de reordenami­entos y nuevas construcci­ones que el gobierno municipal y central ejecutan, comienza a cambiar.

Sin embargo, este reordenami­ento también lleva a hablar de que en el Centro Histórico se ha empezado a vivir un proceso de gentrifica­ción, esto porque el proceso de renovación ha implicado el desplazami­ento de estos sectores menos privilegia­dos, por otros sectores de un mayor poder adquisitiv­o.

Cabe mencionar que esto no es un elemento aislado, ya ha sucedido en otros centros históricos de América Latina (por ejemplo en Ciudad de Guatemala, Lima y el centro histórico de la ciudad de México) los cuales han buscado que ese espacio esté dedicado y enfocado al turismo.

Por ello, cabe la pregunta: ¿Quién merece ocupar y convivir en la plaza Libertad? Pues siendo un espacio público sin duda el pueblo salvadoreñ­o tiene derecho del usufructo; sin embargo, también este lugar tiene sus reglas y deberes. Actualment­e, la plaza ha vuelto a recuperar la tranquilid­ad y el espacio, una lógica que va en torno a un espacio público con enfoque al turismo. Pero ¿pasará de moda? ¿Qué pasará si otra vez su usanza se abandona? Pues su misma historia nos deviene.

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