SOBRE MITÓMANOS Y POLÍTICOS
La mitomanía o pseudología fantástica se define como la conducta compulsiva que inconscientemente impulsa al individuo a mentir, quien llega a creer tales embustes a fuerza de repetirlos. Se trata de un trastorno psiquiátrico, que igual que la sociopatía no compromete la libertad del individuo, y por tanto, quien la padece, mantiene la voluntad y es por ende responsable de sus acciones.
Resulta curioso que los mitómanos llegan a decir tales patrañas, que son hasta ridículas para quien las oye, aun cuando quien las dice, como lo hemos dicho, las puede terminar creyendo.
San Agustín de Hipona es quien a mi juicio define mejor la mentira, distinguiéndola del error o de la equivocación, al argüir que esta requiere necesariamente del deseo de engañar a los demás, y por tanto implica la libre volición. Según el santo, mentir es decir lo contrario a lo que se cree con el ánimo de engañar a otros.
Del otro lado, los políticos inescrupulosos se han distinguido por el descaro y la sinvergüenzada delante de las promesas de campaña que nunca cumplirán. Pero estos, si bien adolecen de un trastorno psiquiátrico, el mismo se trata de una forma de psicopatía y no de pseudología fantástica, ya que saben perfectamente que mienten y lo hacen solo para engatusar a sus electores, a los que desprecian y utilizan únicamente como números de votación, o para señalar popularidad en las encuestas.
Sin embargo, unos pocos políticos, sociópatas en cuanto a la carencia de emociones y empatía, e incapaces de sentir culpa, por algún giro curioso de la psiquiatría, llegan a sostener ambas dolencias, conservando la capacidad de comprensión entre el bien y el mal, y la responsabilidad subsecuente.
A este punto, vale la pena aclarar que los términos psicopatía, sociopatía y trastorno antisocial o disocial son sinónimos, y aparecieron en la historia, primero por autores como Pinel, quien llamó a estas personas psicópatas por primera vez, o Kurt Schneider, quien intentó clasificarlos según su gravedad, en el siglo XIX; o más adelante, de acuerdo con las diferentes clasificaciones de la Academia Americana de Psiquiatría. De tal forma que en el manual DSM III no se distinguía entre la sociopatía y el término acuñado por Pinel, y posteriormente el DSM IV y el 5, le llamarían trastorno antisocial; o el CIE 10 que le nombrará trastorno disocial.
Lo interesante no es el término, que los psiquiatras forenses sí distinguen según su peligrosidad, sino el hecho que haya un pequeño grupo de personas, con claros radicales disociales y una profunda tendencia hacia la mentira, la que a pesar de su carencia de empatía, terminan creyendo. ¿Quiénes son estos? Los narcisistas megalománicos, también llamados malignos.
La cosa es que estas personas están enamoradas de sí mismas, y se imaginan desde siempre como necesarias para la humanidad. Igual que Nerón o Hitler, creen genuinamente que lo mejor que le pudo pasar al mundo es verlos nacer. Y piensan qué –ahí comienza el pseudo delirio– construirán obras monumentales, por las que serán venerados siempre. Se imaginan como al “divino” césar, edificando una nueva Roma, con bibliotecas con jardines colgantes, estadios descomunales, trenes y aeropuertos magníficos, y supercarreteras flotantes sobre caudalosos ríos, o satélites que aparecerán de la nada, en tanto salen desde el balcón del palacio, para que el pueblo llano los vitoree.
Los narcisistas malignos creen genuinamente que lo que hacen es único, y piensan que son una especie de mesías o redentor, por lo que primero están seguros que encarnan al pueblo. No lo representan, lo encarnan, y cuando hablan al referirse a lo que ellos quieren, no lo mencionan así, sino dirán: “el pueblo quiere”. Pero luego, dejan de pensarse como enviados de Dios; pronto llegarán a creer que SON una especie de divinidad que no puede ser refutada, y por tanto dejan de tolerar el disenso.
En ese momento llamarán traidores a quienes hubieran estado cerca, pero que desaprueben cualquier tontería que se les hubiera ocurrido, siendo los más viles narcisistas, capaces hasta de exterminar a quienes consideren renegados.
Aunque podríamos escribir mucho acerca de este subgrupo de trastornados, baste decir que desafortunadamente para ellos, y por fortuna para los demás, llevan en su interior el germen de su propia destrucción, porque al final resultan insoportables para todos, por la gran crueldad que los caracteriza, la que los hace al final prescindibles, ya que son demasiados los que a la postre los adversan.
Hay que decirlo, si bien es claro que existen los trastornos, tanto del pensamiento como de la personalidad, el universo mantiene un orden perfecto, y al concluir el ciclo, todo volverá a ese ordenamiento. Siendo Dios, el ordenador, al decir del filósofo medieval Santo Tomás de Aquino.
Por eso es que todo lo que sea caótico ha de terminar, y por eso aquellos que mal actúan, no han de perdurar.
Un día, al final, como siempre lo recordamos, el bien que vive, vencerá. Que Dios nos acompañe siempre.
Desafortunadamente para ellos, y por fortuna para los demás, llevan en su interior el germen de su propia destrucción, porque al final resultan insoportables para todos.