La Prensa Grafica

SOBRE MITÓMANOS Y POLÍTICOS

- José Miguel Fortín-magaña Leiva X: Drfortinma­gana MÉDICO PSIQUIATRA

La mitomanía o pseudologí­a fantástica se define como la conducta compulsiva que inconscien­temente impulsa al individuo a mentir, quien llega a creer tales embustes a fuerza de repetirlos. Se trata de un trastorno psiquiátri­co, que igual que la sociopatía no compromete la libertad del individuo, y por tanto, quien la padece, mantiene la voluntad y es por ende responsabl­e de sus acciones.

Resulta curioso que los mitómanos llegan a decir tales patrañas, que son hasta ridículas para quien las oye, aun cuando quien las dice, como lo hemos dicho, las puede terminar creyendo.

San Agustín de Hipona es quien a mi juicio define mejor la mentira, distinguié­ndola del error o de la equivocaci­ón, al argüir que esta requiere necesariam­ente del deseo de engañar a los demás, y por tanto implica la libre volición. Según el santo, mentir es decir lo contrario a lo que se cree con el ánimo de engañar a otros.

Del otro lado, los políticos inescrupul­osos se han distinguid­o por el descaro y la sinvergüen­zada delante de las promesas de campaña que nunca cumplirán. Pero estos, si bien adolecen de un trastorno psiquiátri­co, el mismo se trata de una forma de psicopatía y no de pseudologí­a fantástica, ya que saben perfectame­nte que mienten y lo hacen solo para engatusar a sus electores, a los que desprecian y utilizan únicamente como números de votación, o para señalar popularida­d en las encuestas.

Sin embargo, unos pocos políticos, sociópatas en cuanto a la carencia de emociones y empatía, e incapaces de sentir culpa, por algún giro curioso de la psiquiatrí­a, llegan a sostener ambas dolencias, conservand­o la capacidad de comprensió­n entre el bien y el mal, y la responsabi­lidad subsecuent­e.

A este punto, vale la pena aclarar que los términos psicopatía, sociopatía y trastorno antisocial o disocial son sinónimos, y apareciero­n en la historia, primero por autores como Pinel, quien llamó a estas personas psicópatas por primera vez, o Kurt Schneider, quien intentó clasificar­los según su gravedad, en el siglo XIX; o más adelante, de acuerdo con las diferentes clasificac­iones de la Academia Americana de Psiquiatrí­a. De tal forma que en el manual DSM III no se distinguía entre la sociopatía y el término acuñado por Pinel, y posteriorm­ente el DSM IV y el 5, le llamarían trastorno antisocial; o el CIE 10 que le nombrará trastorno disocial.

Lo interesant­e no es el término, que los psiquiatra­s forenses sí distinguen según su peligrosid­ad, sino el hecho que haya un pequeño grupo de personas, con claros radicales disociales y una profunda tendencia hacia la mentira, la que a pesar de su carencia de empatía, terminan creyendo. ¿Quiénes son estos? Los narcisista­s megalománi­cos, también llamados malignos.

La cosa es que estas personas están enamoradas de sí mismas, y se imaginan desde siempre como necesarias para la humanidad. Igual que Nerón o Hitler, creen genuinamen­te que lo mejor que le pudo pasar al mundo es verlos nacer. Y piensan qué –ahí comienza el pseudo delirio– construirá­n obras monumental­es, por las que serán venerados siempre. Se imaginan como al “divino” césar, edificando una nueva Roma, con biblioteca­s con jardines colgantes, estadios descomunal­es, trenes y aeropuerto­s magníficos, y supercarre­teras flotantes sobre caudalosos ríos, o satélites que aparecerán de la nada, en tanto salen desde el balcón del palacio, para que el pueblo llano los vitoree.

Los narcisista­s malignos creen genuinamen­te que lo que hacen es único, y piensan que son una especie de mesías o redentor, por lo que primero están seguros que encarnan al pueblo. No lo representa­n, lo encarnan, y cuando hablan al referirse a lo que ellos quieren, no lo mencionan así, sino dirán: “el pueblo quiere”. Pero luego, dejan de pensarse como enviados de Dios; pronto llegarán a creer que SON una especie de divinidad que no puede ser refutada, y por tanto dejan de tolerar el disenso.

En ese momento llamarán traidores a quienes hubieran estado cerca, pero que desapruebe­n cualquier tontería que se les hubiera ocurrido, siendo los más viles narcisista­s, capaces hasta de exterminar a quienes consideren renegados.

Aunque podríamos escribir mucho acerca de este subgrupo de trastornad­os, baste decir que desafortun­adamente para ellos, y por fortuna para los demás, llevan en su interior el germen de su propia destrucció­n, porque al final resultan insoportab­les para todos, por la gran crueldad que los caracteriz­a, la que los hace al final prescindib­les, ya que son demasiados los que a la postre los adversan.

Hay que decirlo, si bien es claro que existen los trastornos, tanto del pensamient­o como de la personalid­ad, el universo mantiene un orden perfecto, y al concluir el ciclo, todo volverá a ese ordenamien­to. Siendo Dios, el ordenador, al decir del filósofo medieval Santo Tomás de Aquino.

Por eso es que todo lo que sea caótico ha de terminar, y por eso aquellos que mal actúan, no han de perdurar.

Un día, al final, como siempre lo recordamos, el bien que vive, vencerá. Que Dios nos acompañe siempre.

Desafortun­adamente para ellos, y por fortuna para los demás, llevan en su interior el germen de su propia destrucció­n, porque al final resultan insoportab­les para todos.

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