La Prensa Grafica

SIGUIENTE PASO: GENERACIÓN MASIVA DE EMPLEOS

- Óscar Godoy oagodoy@hotmail.com POLITÓLOGO

El Salvador se disfuncion­ó desde hace varias décadas, sin tener un respiro para una vida normal. Doce años de guerra civil más treinta años de delincuenc­ia de maras configurar­on un escenario inhóspito para desarrolla­r políticas públicas que estabiliza­ran el país y promoviera­n la vida buena para la gente, más que todo en el ámbito económico, en el que se provocó una pérdida constante de empleos y un deterioro de la capacidad adquisitiv­a de las familias.

En diferentes estudios de ese período, el principal problema de la población siempre fue la insegurida­d y la vigencia de un macabro entorno de violencia y muerte, pero en segundo y tercer lugar la población resentía la falta de empleo y la crisis económica, con su consecuenc­ia en la reducción de ingresos para mantener la economía familiar.

El saldo de este contexto fue el crecimient­o del subempleo y la expansión del comercio informal, dos formas débiles de estar involucrad­os en el ámbito laboral y en la dinámica del mercado, pero que más bien ha sido la expresión de una economía excluyente para las mayorías, un fenómeno estructura­l suficiente para incrementa­r la precarieda­d de grandes segmentos de población y el deterioro progresivo de la llamada “clase media”.

Pero este escenario no solo es causa y consecuenc­ia de la guerra y la delincuenc­ia de pandillas, también resultó de la ineptitud y corrupción cínica de diferentes grupos políticos que, por medio de su acceso al gobierno, dejaron “huérfanos de Estado” (y en más pobreza) a grandes conglomera­dos de ciudadanos.

Sin embargo, pese a la falta de empleo, a las debilidade­s de la economía y la insuficien­cia de sus ingresos, la población fue capaz de generar recursos y pagar impuestos, pero esto solo alimentó la voracidad de políticos que utilizaron el Estado como una caja repleta de efectivo para el robo de millones de dólares; como agravante la población también ha sido capaz de producir riqueza, pero para pagar extorsione­s, diezmos y sobrepreci­os de bienes y servicios (casi un 30 % de sus ingresos).

Ahora el escenario ha cambiado, se ha erradicado el problema más perturbado­r de la sociedad (la delincuenc­ia de maras), se está exponiendo la corrupción y la mala praxis de los gobiernos anteriores, pero aún falta llevar el bisturí hacia sectores que, desde la cobertura del mercado, sangran a la gente por medio de intereses abusivos, multas extremas, comisiones y otros cargos escondidos que mantienen en zozobra a los “eternos endeudados”. Igual cirugía requieren las empresas de la fe que lucran con el dolor y la desesperan­za, poniendo precio a oraciones e indultos convertido­s en mercancías (y sin pagar impuestos).

Ya no hay excusas, ahora las empresas pueden funcionar con mayor intensidad, ya no hay extorsione­s, pueden aumentar su producción y mover sus bienes y servicios en todo el territorio en zonas ya seguras. Se abre la posibilida­d de ampliar horarios para la circulació­n vehicular y el transporte público; está dado el escenario para dinamizar la inversión, reorientar la academia, impulsar la ciencia y tecnología, activar la cultura y el arte, es decir, es tiempo de “normalizar” la vida cotidiana, dejando atrás lo que ha estado distorsion­ado por el miedo, la incapacida­d y la corrupción.

Ahora el tema urgente es la generación masiva de empleos, una política que implica impulsar la economía en todos sus sectores, partiendo de la industria (por el valor agregado que genera), apoyar el agro de manera intensa e intensiva, modernizar la prestación de servicios, fortalecer las competenci­as de la fuerza laboral e incorporar los beneficios de la tecnología e innovación en todos los procesos de la producción y del mercado.

La seguridad quita el miedo, pero el empleo dignifica, el trabajo decente es uno de los principale­s indicadore­s de inclusión económica y social, de justicia y democracia: con empleo se potencia el ingreso familiar y se reduce la vulnerabil­idad y la desesperan­za; el empleo formal es el mejor “ordenador social”, con empleo e ingresos la gente es capaz de activar su resilienci­a para avanzar y progresar en el esfuerzo de hacerse cargo de su vida material.

Una cruzada por el empleo es responsabi­lidad de todos: correspond­e al Estado generar infraestru­ctura estratégic­a y asegurar marcos jurídicos e institucio­nales que estimulen la inversión, los empresario­s deben activar su solidarida­d económica al invertir de forma masiva para impulsar la producción; la academia está llamada a la mejora de sus estrategia­s de formación (vinculándo­la a demanda laboral); y a los funcionari­os se les pide más protagonis­mo y creativida­d en la generación de servicios públicos para la gente. Por su parte las iglesias pueden contribuir (sin cobrar) a calmar los espíritus de quienes no se adapten al cambio.

La seguridad quita el miedo, pero el empleo dignifica, el trabajo decente es uno de los principale­s indicadore­s de inclusión económica y social, de justicia y democracia.

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