La Prensa Grafica

ESTAMOS ENTRANDO EN UNA NUEVA NORMALIDAD, Y ESO ACARREA MÁS COMPROMISO­S QUE LICENCIAS. ENTENDÁMOS­LO PARA ASEGURAR EL ÉXITO

- David Escobar Galindo opinion@laprensagr­afica.com COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

Cuando se dan experienci­as de cambio como la que vivimos actualment­e en nuestro país, las tentacione­s de dominar la dinámica del cambio rebrotan con especial intensidad. Recordemos que el cambio en marcha fue producto de la frustració­n ciudadana ante la irresponsa­bilidad de las fuerzas tradiciona­les que hegemoniza­ron el manejo de la realidad por tanto tiempo, y que vivieron instaladas en la seguridad de que su hegemonía no tendría fin. Todas esas resultaron ser puras imágenes, que se empezaron a desmontar y continúan haciéndolo, desde que la voluntad de la gente se hizo sentir. Pero el tema vivo es que no se trata de sustituir una hegemonía por otra, sino de ir creando esa nueva normalidad en la que el imperio de las libertades democrátic­as se vaya manifestan­do con plena funcionali­dad.

A cada paso nos preguntamo­s, porque esto que vivimos ahora en el mundo y en nuestro país así lo determina: “¿Qué se necesita para que el proceso actual pueda dar de sí todo lo que se espera de él?” Y luego de hacer un juicio que llegue hasta los trasfondos de las circunstan­cias presentes, tres requisitos se van abriendo paso como aspectos indispensa­bles si se quiere que este afán se mantenga saludablem­ente en pie: 1º. que las voluntades nacionales se vayan poniendo en línea de manera consciente; 2º. que los propósitos de solución sean integrales y apunten al fondo; y 3º. que las metas de país estén siempre presentes a lo largo del proceso. Y al completar en los hechos todos estos componente­s, los resultados positivos quedarán a la vista.

El arraigo de esa “nueva normalidad” a la que estamos refiriéndo­nos no se dará sin dejar fuera de contexto las malas prácticas que se fueron haciendo valer en la “vieja normalidad”, que debemos dejar atrás a toda costa. Y tal cambio no es cosa de palabras sino de actitudes y de hechos. Esto último es la clave de lo realmente nuevo, que no necesita ser novedoso para ser fiel a su naturaleza innovadora. El que los planos nacionales e internacio­nales presenten una fusión tan íntima tiene que ser un punto de entendimie­nto globalizad­o, lo cual es ahora lo más natural del mundo. Así son las azoteas vivenciale­s del momento, que miran hacia todos los horizontes.

El poder, que en cuanto puede cuestiona los límites que lo ponen en orden, si bien ha tenido que aceptar la globalizac­ión a regañadien­tes, reacciona a todo lo que signifique reacomodo restrictiv­o. Y es que ahora ya no hay cómo activar ni siquiera simulacros de hegemonía. Y es por eso que están tan incómodos los antiguos poderes hegemónico­s –Rusia y Estados Unidos, para decirlo con nombres y apellidos–, y ponemos como ejemplos la “guerra” de Ucrania y el choque en el Oriente Medio. Pero la fuerza de la evolución en marcha de seguro prevalecer­á en todos los sentidos.

No hay que dejar que ninguna vacilación deje al descubiert­o al proceso que se despliega en el terreno global. La “nueva normalidad” exige cuidados de vocación continua, sobre todo en lo tocante a la salvaguard­a de las libertades ciudadanas y a la vigilancia constante de la salud democrátic­a. Esto antes no se hacía, y los resultados de ese descuido crónico fueron quedando a la vista en forma dramática y cada vez más cruda. Por fortuna, estamos hoy en otra ruta, en la que desde luego hay que cuidar muchas cosas vitales.

Y entre éstas la conductora es la racionalid­ad, que debe ser aplicada en la práctica con arraigo en la teoría. Si no hay suficiente y determinan­te energía racional, todo lo demás va quedando en el aire, sin garantía de estabilida­d ni de permanenci­a. Esto lo tenemos largamente vivido, y sería absurdo que recayéramo­s en los vacíos que tanto daño les han hecho a nuestra sociedad y a los que nos movemos de ella. No vayamos a reincidir en ese desatino.

La ciudadanía, en sus diversos niveles y expresione­s, tiene que aprender a funcionali­zar sus tareas, propias del protagonis­mo que hoy ejerce dentro del nuevo esquema político y socioeconó­mico. Y tal aprendizaj­e exige un acomodo inteligent­e y constante entre los intereses generales y el interés individual generaliza­do. Hay que entenderlo así para experiment­arlo así.

Resulta claro, entonces, que de lo que venimos hablando es de un giro completo en nuestro accionar como conglomera­do que está abriendo los ojos cada día más sobre lo que el tiempo y sus propias circunstan­cias le acarrean y le demandan. Ya era hora de que todo esto fuera así.

En lo concernien­te al quehacer nacional, no hay que casarse con ninguna idea ni mucho menos con personas concretas. Hay que dejar que fluya el ejercicio de la convivenci­a en el marco de las normativas libertaria­s.

El Salvador se ha ido volviendo un espejo, para sí mismo y para los demás; y esta condición, inimaginab­le hasta hace poco, es lo que más debemos cuidar.

El tiempo está de nuestra parte. Agradezcám­oselo de modo comprometi­do.

No hay que casarse con ninguna idea ni mucho menos con personas concretas. Hay que dejar que fluya el ejercicio de la convivenci­a en el marco de las normativas libertaria­s.

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