ESTAMOS ENTRANDO EN UNA NUEVA NORMALIDAD, Y ESO ACARREA MÁS COMPROMISOS QUE LICENCIAS. ENTENDÁMOSLO PARA ASEGURAR EL ÉXITO
Cuando se dan experiencias de cambio como la que vivimos actualmente en nuestro país, las tentaciones de dominar la dinámica del cambio rebrotan con especial intensidad. Recordemos que el cambio en marcha fue producto de la frustración ciudadana ante la irresponsabilidad de las fuerzas tradicionales que hegemonizaron el manejo de la realidad por tanto tiempo, y que vivieron instaladas en la seguridad de que su hegemonía no tendría fin. Todas esas resultaron ser puras imágenes, que se empezaron a desmontar y continúan haciéndolo, desde que la voluntad de la gente se hizo sentir. Pero el tema vivo es que no se trata de sustituir una hegemonía por otra, sino de ir creando esa nueva normalidad en la que el imperio de las libertades democráticas se vaya manifestando con plena funcionalidad.
A cada paso nos preguntamos, porque esto que vivimos ahora en el mundo y en nuestro país así lo determina: “¿Qué se necesita para que el proceso actual pueda dar de sí todo lo que se espera de él?” Y luego de hacer un juicio que llegue hasta los trasfondos de las circunstancias presentes, tres requisitos se van abriendo paso como aspectos indispensables si se quiere que este afán se mantenga saludablemente en pie: 1º. que las voluntades nacionales se vayan poniendo en línea de manera consciente; 2º. que los propósitos de solución sean integrales y apunten al fondo; y 3º. que las metas de país estén siempre presentes a lo largo del proceso. Y al completar en los hechos todos estos componentes, los resultados positivos quedarán a la vista.
El arraigo de esa “nueva normalidad” a la que estamos refiriéndonos no se dará sin dejar fuera de contexto las malas prácticas que se fueron haciendo valer en la “vieja normalidad”, que debemos dejar atrás a toda costa. Y tal cambio no es cosa de palabras sino de actitudes y de hechos. Esto último es la clave de lo realmente nuevo, que no necesita ser novedoso para ser fiel a su naturaleza innovadora. El que los planos nacionales e internacionales presenten una fusión tan íntima tiene que ser un punto de entendimiento globalizado, lo cual es ahora lo más natural del mundo. Así son las azoteas vivenciales del momento, que miran hacia todos los horizontes.
El poder, que en cuanto puede cuestiona los límites que lo ponen en orden, si bien ha tenido que aceptar la globalización a regañadientes, reacciona a todo lo que signifique reacomodo restrictivo. Y es que ahora ya no hay cómo activar ni siquiera simulacros de hegemonía. Y es por eso que están tan incómodos los antiguos poderes hegemónicos –Rusia y Estados Unidos, para decirlo con nombres y apellidos–, y ponemos como ejemplos la “guerra” de Ucrania y el choque en el Oriente Medio. Pero la fuerza de la evolución en marcha de seguro prevalecerá en todos los sentidos.
No hay que dejar que ninguna vacilación deje al descubierto al proceso que se despliega en el terreno global. La “nueva normalidad” exige cuidados de vocación continua, sobre todo en lo tocante a la salvaguarda de las libertades ciudadanas y a la vigilancia constante de la salud democrática. Esto antes no se hacía, y los resultados de ese descuido crónico fueron quedando a la vista en forma dramática y cada vez más cruda. Por fortuna, estamos hoy en otra ruta, en la que desde luego hay que cuidar muchas cosas vitales.
Y entre éstas la conductora es la racionalidad, que debe ser aplicada en la práctica con arraigo en la teoría. Si no hay suficiente y determinante energía racional, todo lo demás va quedando en el aire, sin garantía de estabilidad ni de permanencia. Esto lo tenemos largamente vivido, y sería absurdo que recayéramos en los vacíos que tanto daño les han hecho a nuestra sociedad y a los que nos movemos de ella. No vayamos a reincidir en ese desatino.
La ciudadanía, en sus diversos niveles y expresiones, tiene que aprender a funcionalizar sus tareas, propias del protagonismo que hoy ejerce dentro del nuevo esquema político y socioeconómico. Y tal aprendizaje exige un acomodo inteligente y constante entre los intereses generales y el interés individual generalizado. Hay que entenderlo así para experimentarlo así.
Resulta claro, entonces, que de lo que venimos hablando es de un giro completo en nuestro accionar como conglomerado que está abriendo los ojos cada día más sobre lo que el tiempo y sus propias circunstancias le acarrean y le demandan. Ya era hora de que todo esto fuera así.
En lo concerniente al quehacer nacional, no hay que casarse con ninguna idea ni mucho menos con personas concretas. Hay que dejar que fluya el ejercicio de la convivencia en el marco de las normativas libertarias.
El Salvador se ha ido volviendo un espejo, para sí mismo y para los demás; y esta condición, inimaginable hasta hace poco, es lo que más debemos cuidar.
El tiempo está de nuestra parte. Agradezcámoselo de modo comprometido.
No hay que casarse con ninguna idea ni mucho menos con personas concretas. Hay que dejar que fluya el ejercicio de la convivencia en el marco de las normativas libertarias.