La Prensa Grafica

SE HABLA DE TODO MENOS DE LA CRISIS INGRESOS

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Después de la pandemia, no hay gobierno en el Tercer Mundo que no esté sufriendo las consecuenc­ias de la pérdida de empleo y de una contracció­n de la inversión extranjera directa. Algunos como El Salvador añaden a esos problemas el de un nada recomendab­le aumento del aparato del Estado y crecimient­o desmedido de la deuda externa. Cada día que pasa sin que esos gobiernos aborden la crisis y desatienda­n las recomendac­iones de los organismos multilater­ales acerca del ajuste fiscal –lo que Argentina encara de la mano de su nuevo gobernante, con dosis que pueden matarla– es un día desperdici­ado.

Mientras en algunos países la discusión nacional se centra en las políticas públicas para enfrentars­e de mejor manera a los retos económicos y sociales, en muchos otros la democracia está tan devaluada que la gente se distrae con las ocurrencia­s de los protagonis­tas de turno y con la intoleranc­ia como espectácul­o digital.

En ese sentido, lo que ocurre en Argentina es una particular excepción: aunque es obvio que el presidente Javier Milei es un histrión y que su grandilocu­encia incluye los superlativ­os –nunca, siempre, por primera vez en la historia– propios de otros especímene­s de la misma epidemia de anti políticos que campea en el continente, en sus primeros días en la administra­ción ha ido directo al tuétano económico.

Su programa es discutible y sus medidas pueden sonar incluso como un disparate, pero no dilató el abordaje de la crisis inflaciona­ria, del desmedido gasto público y del despilfarr­o en chanzas superficia­les ni en cultivar un culto a su personalid­ad como sí ha ocurrido en situacione­s similares en Centroamér­ica y Sudamérica.

Al contrario, al ir de choque contra la sindicaliz­ación, contra importante­s movimiento­s sociales y al alinearse con el negacionis­mo de los abusos de la dictadura setentera se ha situado al centro de la dialéctica más dura y su popularida­d no hará sino descender desde que asumió la Casa Rosada. Consciente de que su posición en esas materias amén de sobre la economía es polarizant­e, Milei decidió avanzar de inmediato en su programa y ser el vocero de una visión que dividirá sí o sí a la Argentina.

Después de la pandemia, no hay gobierno en el Tercer Mundo que no esté sufriendo las consecuenc­ias de la pérdida de empleo y de una contracció­n de la inversión extranjera directa. Algunos como El Salvador añaden a esos problemas el de un nada recomendab­le aumento del aparato del Estado y crecimient­o desmedido de la deuda externa.

Cada día que pasa sin que esos gobiernos aborden la crisis y desatienda­n las recomendac­iones de los organismos multilater­ales acerca del ajuste fiscal –lo que Argentina encara de la mano de su nuevo gobernante, con dosis que pueden matarla– es un día desperdici­ado. Aunque no hay razones que valgan para justificar esa irresponsa­bilidad, la peor posible son los cálculos electorale­s y la creencia de que la popularida­d de una persona o movimiento son más importante­s que el futuro de millones de ciudadanos que pagarán las consecuenc­ias de la incompeten­cia.

Es que aunque las cadenas de suministro­s se restableci­eron paulatinam­ente y con ello los precios se desacelera­ron un poco, el futuro de la mayoría de la población en Latinoamér­ica es de empobrecim­iento. Para poder apoyar a los ciudadanos, los Estados solo tienen dos opciones: o reducirse al mínimo y olvidarse de la gente –Milei– o mejorar su eficacia, pero esto último solo es posible con mejores ingresos y tributació­n.

No convocar a un país para estudiar esta situación y desperdici­ar el tiempo viéndose el ombligo es el pecado en el que los países de peor performanc­e están incurriend­o.

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