Vida eterna
En el Antiguo Testamento encontramos libros que hablan de la Historia de Israel. Algunos como las Crónicas utilizan el recurso literario de la relectura. La denominación mencionada actualiza, en clave de fe, acontecimientos significativos que fortalecieron su identidad como pueblo de Dios. Una Teología de la Historia ha impregnado en las páginas y en la memoria de Israel el amor a su único Rey y Señor que nunca lo abandona y tampoco lo olvida. El hombre que cree en la alianza celebrada repetidas veces agradece las muestras de misericordia. El salmista canta con ternura las maravillas de su Dios: “Junto a los canales de Babilonia nos sentábamos a llorar con nostalgia; de los sauces que estaban en la orilla colgamos nuestras arpas”. La misericordia y el amor de Dios son muy grandes. En la intensidad de la fe que profesa, San Pablo respira, lleno de energía y plenitud, el presente de su intimidad con quien vive en un amor eterno. Es Jesús, su guía y su norte. La razón de su apostolado: Dios, “con Cristo y en Cristo nos ha resucitado y con Él nos ha reservado un sitio en el cielo”. Somos hechura de Dios, creados por medio de Cristo Jesús, para hacer el bien que Dios ha dispuesto que hagamos. En cada palabra de su Cristología encontramos más de un motivo para disfrutar de una vida llena de gracia. Un impulso a una vida eterna. Jesús, Camino, Verdad y Vida, cambia nuestros paradigmas habituales, para recordarnos que todo el que cree en Él tiene vida nueva. En una tertulia nocturna, Jesús dialoga con un personaje que tiene deseos de cambiar los esquemas de su judaísmo por los de Alguien que ofrece autenticidad, más allá de la novedad. Nicodemo, en la visión de San Juan, busca una luz en la oscuridad de sus dudas. Jesús habla de las cosas que este inquieto personaje quiere escuchar. La esencia de un verdadero amor: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”. En su estilo narrativo el autor sagrado acude a la contraposición de términos: nochedía; luz-tinieblas; salvación-condenación. Quiere captar la atención del lector en su proceso de descubrimiento de una verdad transformante hasta el extremo: Jesús, es la Palabra hecha carne, que vive con nosotros. Ha venido a recordarnos que “todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien, conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que descubra que sus obras están hechas según Dios”. A modo de invitación, vamos a continuar valorando nuestro peregrinaje por la senda de la Cuaresma. Nos detenemos a pensar en la razón de la búsqueda de una profunda contemplación. El pecado ha encadenado el mundo del creyente. Lo ha convertido en esclavo de todas sus pasiones. Por ello, la renovación de nuestro bautismo es urgente. Ganamos el pasaje hacia un viaje que nos lleva a disfrutar de la verdadera libertad de los Hijos de Dios. La vida eterna es don gratuito.