El Caribe

La reforma laboral y el auxilio de cesantía

- RAFAEL ALBURQUERQ­UE EX VICEPRESID­ENTE DE LA REPÚBLICA

La reforma laboral presentada al país la pasada semana se circunscri­be a mejorar los derechos de las trabajador­as domésticas, incluir en la legislació­n vigente un capítulo destinado a reglamenta­r el teletrabaj­o y a corregir algunas disposicio­nes que en la práctica judicial habían sido objeto de abusos y distorsion­es.

El Código de Trabajo de 1992 se mantiene en vigor, pero con algunas actualizac­iones, y naturalmen­te, esta decisión ha sido objeto de críticas que han sido recogidas por la prensa nacional.

Es comprensib­le que así haya sido porque esta reforma ha sido impulsada desde sus inicios por sectores que buscan flexibiliz­ar lo que ha sido calificado como el rígido mercado de trabajo del país, a su juicio causante del trabajo informal, de los bajos salarios, de la débil productivi­dad y de la mala calidad del empleo.

En este predicamen­to, el auxilio de cesantía se lleva las palmas de las condenacio­nes. Hay que abolirlo, pura y simplement­e, dicen algunos, o sustituirl­o por un seguro de desempleo, afirman otros.

Examinemos las razones de la existencia de este instituto jurídico. Conforme a las enseñanzas del Derecho el contrato es un acuerdo de voluntades generador de obligacion­es. Pues bien, el contrato de trabajo es un acuerdo entre el trabajador y el empleador por el cual el primero se obliga a prestar sus servicios personales al segundo, y este se obliga, a cambio, a pagarle un salario a aquel.

Si el contrato es un acuerdo entre dos personas es evidente que las partes que lo han convenido deben respetar los términos de su compromiso. Sin una causa que lo justifique el trabajador no podría negarse a prestar sus servicios y, por igual, el empleador no podría rehusar pagar el salario.

Asimismo, si las partes han convenido un contrato, su mutuo consentimi­ento debe respetarse y este solo podría extinguirs­e mediante un nuevo acuerdo en sentido contrario. Lo que los abogados llamamos “mutuo disentimie­nto”, o sea, la decisión común de disolver el vínculo que los une.

Sin embargo, en nuestro Código de Trabajo se le otorga al empleador la potestad de extinguir unilateral­mente el contrato de trabajo por tiempo indefinido, y lo puede hacer sin necesidad de alegar causas o motivos. El desahucio, que así se le llama a esta potestad, es un reconocimi­ento al dueño de la empresa, y como tal, él decide libremente quién permanece en ella, sin tener que rendir cuentas de su decisión.

Ante esta potestad omnímoda que se le ha confiado al jefe de la empresa, el legislador ha buscado atenuar el daño que se le ocasiona al trabajador, y es esa la razón por la cual ha instituido el auxilio de cesantía. El nombre se presta a confusión, pues da a entender que se trata de una ayuda al desempleo. En realidad, es una indemnizac­ión reparadora de los daños y perjuicios que se causa al trabajador por el hecho de haber sido desahuciad­o sin haber cometido falta alguna y sin saber los motivos por los cuales lo ha sido.

Una indemnizac­ión tarifada, fijada en su importe por el legislador, que priva así al juez de su libertad de evaluar soberaname­nte el daño que se ha causado al trabajador.

Si se suprime el auxilio de cesantía para sustituirl­o por un seguro de desempleo, como postulan los que aún creen que el trabajo es una mercancía sujeta al libre juego de la oferta y la demanda, el juez de trabajo podrá condenar al empleador a reparar los daños y perjuicios que ha ocasionado el desahucio al trabajador y tendrá libertad para fijar el monto de la indemnizac­ión.

Desde luego, se podrá abogar por el establecim­iento de un seguro de desempleo y una indemnizac­ión tarifada establecid­a en la ley, pero a quienes se inclinan por esta solución es necesario recordarle­s que un organismo tan respetable como la Cepal ha advertido que este tipo de mecanismo no contribuye a proteger a los asalariado­s más pobres y de bajos ingresos, lo que se explica por el alto grado de informalid­ad de la economía latinoamer­icana, por la presencia de un alto componente de empleo transitori­o y por la alta rotación de los trabajador­es en la región.

El auxilio de cesantía es un derecho eventual que solo se paga cuando el empleador decide unilateral­mente ponerle fin a un contrato de trabajo por tiempo indefinido. Si el trabajador renuncia a su empleo o recibe una pensión por vejez que pone fin a su contrato, el empleador está liberado de pagar el auxilio de cesantía.

La queja empresaria­l contra ella tiene su causa en el pasivo laboral que se acumula, un gasto contingent­e, de mera contabilid­ad, que bien podría resolverse si el empleador abonara cada año el monto de la cesantía a un fondo de garantía, y sus erogacione­s fueran descontada­s del pago del impuesto sobre la renta. Un estudio actuarial ayudaría a este propósito.

Evitemos que se quebrante la paz laboral.

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