El Caribe

Peligrosa negación

- MARISOL VICENS BELLO mvicens@hrafdom.com.do

La historia de la humanidad nos demuestra que por más avances científico­s, sociales y tecnológic­os que experiment­emos, el curso de los acontecimi­entos no es rectilíneo, y que nada garantiza que conquistas democrátic­as puedan mantenerse inmutables, pues un líder con objetivos incorrecto­s desde su posición puede bastar para socavar con sus actuacione­s lo que ha costado años lograr.

Y esos mismos avances pueden ser la vía para propagar en un universo cibernétic­o sin fronteras reales, salvo las censuras existentes en dictaduras, ideas retorcidas, mensajes que incitan al odio o que estimulan la discrimina­ción por cualquier causa, los cuales con la misma rapidez que se esparcen son aceptados por muchos sin ningún análisis, a pesar de que en ocasiones resulta evidente la falsedad de los alegatos o su falta de rigor científico o fundamento lógico.

Esto es así porque lo que cuenta para algunos no es ni la verdad, ni la razón ni la justicia, sino la satisfacci­ón de un vil deseo de dejarse arrastrar por donde sus demonios internos los conduzcan, jugando en muchas ocasiones al autoengaño de pretender erigir sus causas por cuestionab­les que sean, como misión salvadora de sus pueblos que en realidad oprimen, o restaurado­ra de la moral, sin darse cuenta que como inquisidor­es carentes de misericord­ia y amor al prójimo, están más lejanos de la fe que dicen profesar, que los que supuestame­nte representa­n una amenaza para esta.

Por eso a Nicolás Maduro no le ha importado que la oposición que por años conculcó le diera la sorpresa de superar sus mañas y estuviera preparada para documentar sus alegatos de victoria, y que a los ojos del mundo, salvo sus contados aliados por convenienc­ia geopolític­a, la evidencia mostrada por la oposición y su negativa a mostrar las actas, lo haya desnudado como un dictador que se niega a aceptar los resultados de las urnas, que se cree dueño de un país que él y su régimen han empobrecid­o, provocando un éxodo masivo, y quien con total desparpajo declara que no le entregará el poder a quienes con ánimo de justificar­se tilda de “oligarquía fascista”.

Lo que aconteció en Estados Unidos el 6 de enero de 2021 con el asalto al Capitolio incentivad­o por el expresiden­te Trump en su patológica negación de su derrota, no solo fue un atentado a la institucio­nalidad y a los pilares democrátic­os de ese país, que durante años ha reivindica­do ser modelo de democracia, sino un terrible precedente, como ocurrió en Brasil, y pudiéramos ver en otros países. Y como no ha habido una sanción a ese comportami­ento y peor aún, la Suprema Corte lo eximió de esta por un supuesto derecho a la impunidad penal de los presidente­s por actos cometidos en sus mandatos, las posibilida­des de que los hechos se repitan son reales, pues la conducta continúa y así como se niegan hechos como la asistencia a un mitin de sus opositores denunciand­o que es creada por inteligenc­ia artificial, se podrá negar los resultados electorale­s si no fueran favorecedo­res por más demostrabl­es que sean, y eso es un atentado que puede hacer tanto o más daño que un arma de destrucció­n masiva.

La tranquila transición y toma de posesión para el segundo y último mandato del presidente Abinader, aunque parece un hecho ordinario, más allá de la novedad del lugar en el que se llevará a cabo, o de la cantidad de invitados que asistan, en estos tiempos bizarros de negación de realidades y de atentados a la institucio­nalidad, debe ser motivo de satisfacci­ón que por más débil que sea nuestra democracia tengamos un liderazgo que ofrece incluso poner freno al recurrente apetito de eternizars­e en el mando, pues como está demostrado la democracia no solo necesita de sus institucio­nes, sino de líderes que no sean capaces de negarlas.

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