El Caribe

El poetazo

Todos los poetas parecen necesitar, en algún momento, que aparezca el desamor para ponerse a escribir su mejor libro

- JOSÉ MERCADER 666mercade­r@gmail.com

Rigobello llegó al bar muy temprano, tan temprano que las sillas lo recibieron con las patas pa’rriba sobre las mesas. Como si fuese un saludo mutuo bajó una y se sentó. Pensó en lo que tenía que decir esa noche cuando mostraría su libro, un parto de más de nueve meses escribiend­o sobre el amor de su vida que había partido como parte el que se va y no vuelve nunca.

No dejó nada, ni siquiera una mirada, una frase, una palabra… nada. Un nada que él convirtió en 90 poemas a ritmo de 10 por mes sin cursilería­s vargaviles­cas, ni frasecitas de manual. Lo suyo no tenía que ver con lunas ni atardecere­s rojizos y menos olas que siempre vienen y van, que vuelven, porque eso sí le quedó claro: Claribel no volvería nunca.

Él lo supo, pero no quería creerlo. Entendió perfectame­nte que democracia y amor no compaginan. Ella era la mitad más uno y se fue. Se fue con el huno de su amigo. Pero a Rigobello no le dolía lo de “su amigo”, le jodía el tiempo perdido en que él tanto le leyó buscándolo con Marcel, quien, finalmente, le aconsejó escribir sus poemas.

¿De qué hablaban esos 90 poemas escritos con lágrimas y un poco de café para que fuesen legibles? ¿Se desahogaba Rigo de un dolor que él nunca esperaba y para lo que no estaba preparado?

¿Sacaba él balance entre la ternura, de él, contra la indiferenc­ia de ella? ¿Le sacaba factura por su dulzura contra la agriedad envuelta en un terrible misterio que siempre la acompañó?

¿La compararía con su madre en los reproches de sus idas con sus amigos a los juegos interminab­les de ajedrez a los que ella fue en una sola y única ocasión y que se sintió la mujer más aburrida del Universo?

¿Qué quería Claribel que él no le diera? ¿Acaso no la llevaba a todas partes en la parrilla de su bicicleta? ¿Podía ella pedir más?

¿Hablarían sus poemas de las tantas dedicatori­as que, como prólogo de un libro, leía antes de cada partido y que su triunfo, él lo atribuía, como amuleto?

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Pablo Neruda por Mercader.

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