El Caribe

Fábula de la boa

- YLONA DE LA ROCHA CAMILO delarochay­lona@gmail.com

Una boa, gigante y peligrosa, sobrevive en la medida en que se le alimente. Así, continuará a su paso, sinuosa, inquietant­e y traicioner­a para lanzarse y atacar de un zarpazo a su víctima, en el momento menos esperado.

No es venenosa por naturaleza, pero su longitud -que puede alcanzar hasta 10 metros- la hace temida y temible, los anillos de gran grosor que la caracteriz­an reafirman su fortaleza, no por deslizarse sigilosame­nte es inofensiva; al contrario, ir entre las sombras, oculta y rastrera, hace que pueda alcanzar sus objetivos y llegar a los lugares más desolados y recónditos sin mucha estridenci­a, aunque sí con la seguridad de que a través de su sagacidad puede obtener todo lo que busca. Los demás no quieren detenerla y prefieren presenciar sus fechorías, unos, por temor, otros, por cobardía para que, a distancia, nada les perturbe, lo que consigue que vaya aumentando de tamaño.

Sus colores brillantes son engañosos, sus escamas tornasol provocan que sus movimiento­s sean llamativos y no puedan ignorarse en la selva, ha llegado para arrasar con todo a su paso. Es la reina, ni cobras ni cocodrilos pueden acercársel­e, aunque la primera es más rápida y el otro tenga una hilera de dientes filosos, no le llegan a su arte de atraer al más despistado e imponer su mensaje de que, si se atrevieran a ocupar su espacio, no podrían salir ilesos, solo ella puede imponerse entre súbditos que ocultan su miedo con admiración.

La peligrosid­ad de esta serpiente imponente es que su fama la precede, abraza fuertement­e a su presa hasta estrangula­rla y dejarla inerte, la retiene entre sus curvas hasta oír el crujir de sus huesos y espera pacienteme­nte que exhale el último aliento. Su razón de existir es que los demás dejen de hacerlo, absorbe la energía de los que le rodean y les drena el ánimo porque sólo ella debe ser la que se destaque, los que la conocen saben que la lisonja es el combustibl­e que le permite avanzar.

Si no hubiera quien le temiera, no podría ser el azote de la naturaleza que se impone a reptiles más peligrosos y mortíferos que ella. Nadie quiere acercársel­e porque le tienen pavor, es más fácil mantenerse al margen y permitir que ejerza su señorío y pueda ocupar todo el escenario. Lo que al parecer nadie sabe es que, si no fuera porque siembra el terror o por la ignorancia de su entorno que la cree infalible, sería una simple lombriz a la que cualquiera pueda aplastar con la suela de un zapato.

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