El Caribe

Los Atabales: Una ancestral cultura que mueve a miles en el Este

La velación-sonada de palos o atabales más vieja es la de Mariana Zorrilla Ozuna, que lleva 123 años de celebració­n en junio de manera ininterrum­pida

- MANUEL ANTONIO VEGA atacando10@gmail.com

“A tu hermana mándale a decir, que yo estoy vivo y con ella voy a salir”. Esta y otras frases de plenas cantadas en las sonadas de atabales enseñan que las manifestac­iones culturales están en pleno apogeo en los pueblos de la región este del país.

Desde enero el baile de palos como creación artística y cultural comenzó para no parar en las provincias, pueblos y campos de la región Este del país, donde se celebran 120 fiestas de atabales, muchas dedicadas a un santoral de la Iglesia católica o a un jefe de familia fallecido.

En ciudades como Higüey, Hato Mayor, El Seibo, San Pedro de Macorís y La Romana, así como en zonas rurales y barrios desde enero hasta noviembre las cocinas huelen a arroz con leche, carnes y víveres, por ser la temporada de mayor flujo de estas celebracio­nes, en las cuales cada vez más se observa un número significat­ivo de jóvenes.

En muchas de estas fiestas se hacen porfías, donde un cantante expone la problemáti­ca de un drama sentimenta­l y otro responde con música y décimas. En estos desafíos el trago de alcohol, que es provisto por el dueño de la fiesta y los padrinos juega un papel estelar. Estas sonadas son atrayentes e involucran aspectos mágico-religiosos que alegran el alma a quienes participan de las cantadas y al público que la observa.

La región Este, en particular las provincias de Hato Mayor, San Pedro de Macorís, El Seibo, Higüey y La Romana concentran raíces étnico-culturales, lo que permite que las sonadas de atabales

o velaciones como las llaman en algunos campos de la zona puedan tener una variedad y una riqueza extraordin­aria a nivel rítmico e instrument­al.

Los novenarios o sonadas de atabales más famosos se concentran en Hato Mayor, El Seibo e Higüey, donde se involucran autoridade­s municipale­s, provincial­es y hasta nacionales quienes las apadrinan por su relación con los protagonis­tas o porque les gusta ese tipo de actividad.

Las velaciones más sazonadas son las de los Toros de la Virgen, que pasan por Hato Mayor en procesión entre el once y el 12 de agosto desde Bayaguana y hace una parada en la comunidad de Las Guajabas de El Seibo, donde amanecen miles de personas cantando, tocando e ingiriendo bebidas alcohólica­s. Esta tiene 84 años celebrándo­se. Sin embargo, la más vieja es la de Mariana Zorrilla Ozuna, que tiene lugar desde hace 123 años de manera ininterrum­pida en el mes de junio. Es la fiesta más asistida, se celebra en casa de la familia y que tiene como epicentro la comunidad de Guayabo Dulce, a 12 kilómetros al sur de Hato Mayor.

En la velación de Mariana dan desayuno de víveres con carne a las 8:00 de la mañana, arroz blanco, moro de guandules y habichuela­s con carne a la 1:00 de la tarde; arroz con leche de vaca a las 4:00 de la tarde y cena de víveres con carne de cerdo a las 7:00 de la noche.

Quienes amanecen en la fiesta se quitan la resaca y el sueño con el desayuno de sopa de huesos, orejas, hocicos, patas y cabezas de cerdo y de vaca.

Otras fiestas sazonadas y las que asiste una gran cantidad de público son los atabales de la familia Amparo, que en honor al hacendado que más cacao tenía en Hato Mayor se celebran en dos fechas: 21 de enero por su devoción a la Virgen de la Altagracia y el 15 de agosto.

Los Echavarría son una familia de la comunidad de El Peñón, en El Seibo, que desde hace varias décadas celebra un novenario y cantada de atabales, donde se concentran cientos de personas y se sacrifican aves, cerdos y vacas que cocinan para el público asistente.

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F.E. Grupo de atabaleros en una exhibición en el parque Mercedes de la Rocha, Hato Mayor.

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