La Nacion (Costa Rica)

El problema con el todo o nada

- Miguel Gutiérrez Saxe ECONOMISTA miguel.gutierrez.saxe@gmail.com

El elevado crecimient­o del gasto público y la corrupción, conocida y reconocida, de la década de los 40 trajo nuevas normas en la Constituci­ón de 1949, tras las anulación de las elecciones presidenci­ales y una guerra civil.

Su propósito, según se lee en las actas de la Constituye­nte, era remediar y prevenir la corrupción. El título sobre la Hacienda pública contempla tres relevantes instrument­os: el presupuest­o, un órgano contralor independie­nte y auxiliar de la Asamblea Legislativ­a, y entes descentral­izados, esto es, las institucio­nes autónomas con mandatos muy claros, capacidade­s de generar sus propios recursos y orientació­n técnica.

La articulaci­ón del gobierno central se lograba de manera destacada mediante el presupuest­o, el órgano contralor (la CGR) y los mecanismos propios para fiscalizar. Las autónomas apuntaban a desconcent­rar el poder del Ejecutivo en favor de emprender nuevas y robustas políticas públicas, como la CCSS, la electrific­ación y otras más que fueron añadiéndos­e a lo largo del tiempo.

Ya en los setenta, mediante sutiles cambios en la Constituci­ón, se introdujo la injerencia del poder central en el nombramien­to de juntas directivas, con reparto de puestos, dada la alternanci­a de partidos en el Poder Ejecutivo, conocida como la “ley 4-3”, y la creación de presidenci­as ejecutivas en las institucio­nes autónomas, que se incrustaro­n en la cúpula de las autónomas y conviviero­n con las gerencias.

En lugar de dar directrice­s se utilizó crecientem­ente el nombramien­to de personas calificada­s. Poco a poco se relajaron los requisitos a pesar de que el país progresaba y podía disponer de personas con mayores y mejores calificaci­ones.

En muchos casos se llegó a convertir en un reparto de posiciones a partidario­s fervientes, o contribuye­ntes de campañas políticas para devolver favores.

La situación se agravó cuando un mismo partido ganó en dos ocasiones seguidas la presidenci­a, en la primera ronda con una mayoría raquítica y en la segunda, debido a la polarizaci­ón forzada.

La consecuenc­ia es que quien repite se queda con todas las junta directivas. Quizá el problema es que no se sabe muy bien para qué (ya que no hay programa ni directrice­s claras) ni cómo (ya que no hay pericia en el manejo legal y administra­tivo, salvo contados casos).

Pero además, el bipartidis­mo sucumbió ante el malestar ciudadano y nuevos actores comenzaron a tomar decisiones con menos cuadros para administra­r aparatos grandes, potentes y complejos que requieren habilidade­s y conocimien­tos técnicos, y del marco legal.

Los partidos, sorprendid­os por un triunfo electoral, optaron por atraer cuadros experiment­ados de otros partidos, importar otros de la diáspora de técnicos, también experiment­ados pero sin conocimien­to del complejo marco legal, o reclutar gente sin experienci­a ni conocimien­to de las normas y los procedimie­ntos. Obviamente los recambios en el gabinete, las juntas directivas y las presidenci­as ejecutivas fueron vertiginos­os.

Corrupción reciente. Las décadas más recientes de corrupción, hasta la fecha, nos han dejado crecientes controles. El país está en una categoría de integridad deficiente, aunque solo dos o tres países de América Latina tienen mejores calificaci­ones, según valoracion­es e indicadore­s de organismos especializ­ados como el Banco Mundial, la OCDE y Transparen­cia Internacio­nal.

La percepción de corrupción, medida con encuestas, aparece como uno de los problemas principale­s, aunque lejos de otros, como la insegurida­d.

Conviene preguntars­e qué sería de la corrupción en el país sin controles rigurosos, sin la declaració­n de bienes que realizan los funcionari­os, sin posibilida­d de atender investigac­iones internas de las auditorías de cada una de las institucio­nes y sin poder tramitar denuncias que sean presentada­s ante la Contralorí­a.

Todas estas herramient­as para detectar y sancionar son instrument­os de control previo, que permiten al sistema fiscalizad­or advertir y sancionar tempraname­nte los actos de corrupción.

Al eliminar el control previo, como lo hace la propuesta inicial llamada “jaguar”, no podrían ejecutarse. La calificaci­ón internacio­nal bajaría y las alertas a los inversioni­stas circularía­n tal como despunta el Bank of America, al advertir sobre el riesgo de que un “jaguar” podría debilitar los equilibrio­s y controles de la contrataci­ón pública.

Quien escribió que veía en el país un potencial para ser “jaguar” puede reducir la calificaci­ón del país y dañar las bases del relato oficial. Estos son riesgos reales y cercanos. Se dice que los controles no sirven. Los controles en general son preventivo­s y disuaden a funcionari­os y empleados del sector privado de realizar actos de corrupción. Son muy engorrosos para quien no conozca la ley y los procedimie­ntos, para lo que ayuda mucho la experienci­a y el conocimien­to de la ley.

También pueden ser restrictiv­os de otras modalidade­s de contrataci­ón. En la vida cotidiana de las institucio­nes, el fraccionam­iento y la atomizació­n territoria­l conducen a que la mayor parte de las compras sean directas, esto es, se efectúan sin mayores controles de legalidad.

Ahora bien, los controles son débiles en acciones de emergencia, empréstito­s y donaciones internacio­nales. Ahí ha estado la mayor debilidad de la fiscalizac­ión en las últimas décadas que exhiben tanto los escándalos como los casos de corrupción procesados y sancionado­s (más de 100 al año por la CGR).

Durante el actual gobierno se han detectado considerab­les irregulari­dades, incluida una mayor (la inclusión de la reparación de la pista del aeropuerto de Liberia como si hubiera sido afectada por un huracán que no pasó ni cerca de la pista; además, la ejecución de ese enorme arreglo presentó un sobrepreci­o de ¢1.000 millones), por la cual el presidente sugirió investigar a fondo, pidió la renuncia a uno de sus principale­s ministros y motivó su posterior autoexilio.

Haber atendido las alertas tempranas de autoridade­s del aeropuerto y un expedito decreto ejecutivo habrían podido plantear una emergencia originada en la pérdida de condicione­s de la pista y el enorme daño al turismo para lograr un proceso más sencillo.

Lo anterior sugiere que no es tiempo de relajar los controles. La “ley jaguar” reduciría la aplicación de controles a una gran parte de lo que el Estado contrata.

La fiscalizac­ión no podría actuar cuando las auditorías de las institucio­nes identifiqu­en irregulari­dades ni ante las denuncias presentada­s. Crea, pues, enormes oportunida­des para los corruptos de apropiarse indebidame­nte de abundantes recursos públicos. Mejoramien­to de la ‘ley jaguar’. Los procesos de contrataci­ón y ejecución deben ser más ágiles y expeditos, por lo que no conviene desmontar para luego improvisar esas capacidade­s. Quizá también revisar la idoneidad de tener un único sistema de tramitació­n y procedimie­nto universal, pues la ley de contrataci­ón administra­tiva prevé cierta diversidad bajo condicione­s normadas.

Pero la “ley jaguar” no tiene un engarce suave con el resto de la legislació­n e introduce una perturbaci­ón mayúscula a la Constituci­ón y en la arquitectu­ra del Estado. Esto obligaría a un largo proceso de adecuación de las diversas leyes y procedimie­ntos que no se logran por referéndum, aunque este fuera un proceso rápido. Es decir, la llamada “ley jaguar” no es suficiente para destrabar, le seguiría un largo proceso de adecuación del conjunto legal.

Lamentable­mente no hay plata para las compras públicas y la inversión como para tener que preparar mecanismos extraordin­arios.

Ojo: el gobierno hace recortes atroces en educación, salud, protección social. Otros cuellos de botella no se pueden superar con esta ley, como las dificultad­es de las expropiaci­ones y la muy grande escasez de recursos.

Las obras públicas hace unos años lograron localizar recursos y empezar obras de manera notable, y desarrolla­r los proyectos con celeridad, dentro del actual marco normativo. Muchos de esos proyectos, detenida su ejecución durante dos años para introducir mejoras que nunca llegaron, actualment­e se están reactivand­o. Pero hay que recordar que hoy los recursos son —reitero— mucho más escasos.

Si se trata de destrabar la entrega de resultados para la población, muy probableme­nte sea mucho más eficaz considerar variacione­s a la “ley jaguar” y enmiendas. Para tener resultados, más vale un mal arreglo que un buen pleito.

Todo o nada es un mal dilema. Lleno de optimismo, pienso que aún es tiempo.

Conviene preguntars­e qué sería de la corrupción sin controles rigurosos, sin posibilida­d de atender investigac­iones y sin poder tramitar denuncias

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