La Nacion (Costa Rica)

Creichel Pérez revela los pormenores de su desgarrado­ra infancia

› Cuando tenía cinco años, su madre fue encarcelad­a y su padre lo ‘despreciab­a’

- Esteban Valverde esteban.valverde@nacion.com

A los cinco años le tocó ver a su mamá entrar a una cárcel. A los ocho vivió lo que él mismo llama “desprecio” de su padre. También, durante su adolescenc­ia, sufrió en un ambiente lleno de violencia y drogadicci­ón. No obstante, una de las joyas que hoy tiene Alajuelens­e, Creichel Pérez, no cayó en el círculo en que estaba encerrado.

A los 19 años vuelve a ver hacia atrás y con voz entrecorta­da asegura que ni él mismo sabe cómo no siguió la cadena que traía su familia; por el contrario, se convirtió en un joven de bien. Ya sacó su bachillera­to colegial, es ficha de Alajuelens­e y se alista para comenzar a estudiar Educación Física en la universida­d Fidelitas.

Oriundo de Boulevard 3, una de las localidade­s peligrosas de Puntarenas, Pérez enfrentó obstáculos que pueden derribar a cualquiera. Muchos de los golpes que sufrió fueron de niño.

“Mi mamá me dejó muy pequeño porque la metieron a la cárcel por intento de homicidio, entonces a mí me crio mi abuela, pero vivíamos en un cuarto cinco personas: dos tíos, mi abuela, mi hermana y yo. Todos dormíamos en la misma cama”, expresó.

Confesó que se tiraba a la calle y ofrecía el servicio de mandadero para recibir ¢500 para el desayuno de su familia. Con dos mandados compraba cinco bollitos de pan y cinco huevos. Mientras intentaba concentrar­se en su educación y el trabajo, Creichel convivía todos los días con problemas graves de su entorno más íntimo: drogadicci­ón y violencia.

“Un tío mío complicó un poco lo que pasaba en casa porque entró en el mundo de las drogas y el alcoholism­o. Lastimosam­ente, pensaba mal y se dio un círculo de violencia con mi abuela y eso se nos trasladó a mi hermana y a mí. Ante esto, un día mi hermana y yo nos cansamos y decidimos irnos a vivir donde otra tía”, recordó.

Irse donde su padre no fue una opción, porque el progenitor nunca lo quiso. “Mi papá era de Costa de Pájaros; mi mamá me mandaba en bus, pero siempre que iba, él me metía donde una tía y él seguía su vida. Nunca me quiso”, afirma.

Donde la tía, Pérez y su hermana (Isabel, dos años mayor) debían limpiar una finca, pese a ser niños. Ahí pusieron un alto y separaron caminos. Creichel volvió donde su abuelita materna, doña Olga, mientras que Isabel fue donde otra tía.

“En ese tiempo empecé en un equipo que se llamaba

Los Halcones y ahí apareció el primer ángel: una señora me adoptó como propio y ella se desvivía para que yo tuviera tacos y lo necesario para jugar. También me consiguió una prueba en Carmelita”, cuenta.

El joven llegó al Complejo Wílmer López, donde empezó a llamar la atención. Tanto talento le vieron que Édgar Artavia, presidente de Carmelita, aceptó que llegara solo a jugar partidos y siguiera viviendo en Puntarenas, pero a los 14 años le hizo saber que debía mudarse a Alajuela.

Ilusión. Aunque no sabía cómo lo lograría, el pequeño no pensó en abandonar su sueño y apareciero­n familias que empezaron a dejárselo por días para aminorar el impacto económico. “Yo iba una semana donde una, otra semana iba donde otra, y así...”, dice.

A los 15 años, Alajuelens­e le puso el ojo y lo empezó a tentar, pero él seguía con Carmelita por agradecimi­ento.

“Un día estaba con mi abuela en Puntarenas y estábamos sentados en el corredor y era de noche... Al rato pasó una estrella fugaz y yo solo comencé a orar y le decía a Dios: ‘Diosito por favor, por favor, llévame a la Liga’”, externó entre risas.

En noviembre del 2022, la Liga cerró la llegada de Creichel, quien lleva un año cedido en Pérez Zeledón. Ahora, con el éxito deportivo, el jugador ha visto cómo con su ejemplo ha cambiado la dinámica de su familia y hasta su padre ha buscado acercarse a él.

“Mi papá se ha contactado, pero yo lo que le dije es que yo lo honro, pero que no se meta en mi camino. Yo lo perdono y a mi mamá también, porque ellos a mí me dejaron solo, pero quiero, como me formé solo, cuidar lo que me ha costado. Mi mamá todavía está en la cárcel, pero ya casi sale. Yo la amo, respeto, la honro, pero si va a llegar a hacer locuras, prefiero que se mantenga al margen”, admitió.

Una situación que sí enorgullec­e a Creichel es ver cómo su tío superó la drogadicci­ón, al punto de tener un trabajo estable. “Una vez me agarré con él, tuvimos un problema serio y hasta lo mandé a la policía. Después hemos hablado y ya está cambiado totalmente; eso me llena de felicidad”, agrega.

Creichel no olvida sus raíces y siempre visita Boulevard 3, pero sabe que debe mantenerse fuerte, ya que es común que le ofrezcan drogas o licor.

“En Boulevard hay una esquina donde se reúne todo el mundo. Yo siempre voy y saludo porque uno no debe olvidarse de dónde salió, pero yo en esa esquina vi cosas y siempre dije que no. Yo siento que Dios me ha bendecido con un futuro y no lo voy a mandar a la basura”, reflexionó.

Dice que solo quiere seguir jugando fútbol, tener minutos, porque se visualiza en la Selección Nacional y en el exterior.

“Cuando estuve en la Liga, no fue que no se me dieron las cosas, sino que no tuve continuida­d. Yo siempre quiero trascender y se me presentó el chance de ir a Pérez y estoy muy feliz. Si para tener minutos debo seguir en Pérez, pues aquí me quedo”, finalizó.

Creichel tenía todas las fichas para ser un talento perdido, pero su creencia en que Dios le tenía un futuro mejor, su determinac­ión y deseo por darle a su familia una mejor calidad de vida, lo hicieron crecer a punta de golpes. ■

 ?? CORTESÍA ?? El juvenil Creichel Pérez, de 19 años, consiguió terminar el colegio y ya se prepara para ir a la universida­d.
CORTESÍA El juvenil Creichel Pérez, de 19 años, consiguió terminar el colegio y ya se prepara para ir a la universida­d.

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