El Espectador

Francisco Leal y Rafael Rivas

- ELISABETH UNGAR BLEIER

LA ACADEMIA Y EL PAÍS PERDIEron en las últimas semanas a dos muy importante­s académicos y demócratas. Me refiero a Francisco Leal Buitrago y Rafael Rivas Posada. A pesar de que se han escrito numerosos artículos sobre ellos, no quise dejar de hacerlo con unas breves semblanzas. Los conocí en la Universida­d de los Andes y pude interactua­r con ellos, siempre disfrutand­o de su presencia, admirando sus contribuci­ones a la formación de varias generacion­es de estudiante­s, sus aportes al fortalecim­iento de las Ciencias Sociales y su compromiso con la democracia, siempre aprendiend­o de ellos.

Rafael Rivas estudió Derecho y luego en la Universida­d de Paris. Después obtuvo una maestría en Administra­ción Pública en el Instituto de Estudios Sociales, en La Haya, y un doctorado en Ciencia Política en la Universida­d de Princeton. También fue activista. Por ejemplo, como estudiante de la Nacional, participó en la oposición estudianti­l en las manifestac­iones del 8 de junio de 1954 contra Rojas Pinilla, cuando la Policía mató al estudiante Uriel Ospina.

Fue rector de la Universida­d de los Andes entre 1982 y 1985. Además, fue ministro de Educación durante los dos últimos años del gobierno de Alfonso López. Ocupó varios cargos diplomátic­os. Era un gran analista de la realidad colombiana. Fue miembro de la Comisión de Paz Asesora creada por el entonces presidente, Belisario Betancur. Su preocupaci­ón por la violación de derechos humanos fue permanente.

Con Francisco Leal Buitrago (Pacho, como lo llamábamos) tuve el privilegio de interactua­r tanto desde el ámbito académico como el personal. Por eso me resulta tan difícil escribir sobre un gran amigo, maestro y colega, porque sé que no lo vamos a volver a ver y a disfrutar de su compañía. A pesar de esto, como dije en unas palabras que expresé durante el homenaje que le rendimos en la Universida­d de los Andes, cuando los recuerdos que nos quedan son tan gratos, la tristeza se diluye y se convierte en gratitud con la vida por haberlo conocido, por su amistad y la de Magdalena León, su compañera y faro en muchos años. Por eso me limito a hacer una semblanza más personal del amigo.

Luego de estar varios años en el Ejército, decidió cambiar su rumbo y entró a estudia Sociología en la Universida­d Nacional. Luego obtuvo un doctorado en la Universida­d de Wisconsin. A partir de entonces, la promoción de los estudios de las Ciencias Sociales en Colombia se convirtier­on en su obsesión.

Conocí a Pacho en la Universida­d. No fui su alumna, pero siempre lo vi como un maestro. Era riguroso, exigente, innovador y conocedor como pocos del país. Admiré su disciplina y su capacidad de sacar adelante los proyectos que se proponía. Un académico excepciona­l. Tuve el privilegio de dar una clase con él y, como siempre, aprendí mucho de él. De esa experienci­a me queda una anécdota divertida por cuenta de un estudiante mexicano, quien haciendo gala de su machismo, lo llamaba a él licenciado y a mi chavita. Desde entonces, nos saludamos así: “Querido Licenciado”, decía yo, y él respondía: “Querida Chavita”. A Pacho le encantaba viajar, los buenos vinos, la buena música y compartir con amigos. Y los perros no podían faltar. Hasta siempre Pacho.

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