El Espectador

Cuánto tiene que aprenderle el país a este equipo

“ Se siente, en la Colombia que hemos visto en la Copa América, la inspiració­n que produce ver un trabajo bien hecho, con humildad, disciplina y ambición, pero sin arrogancia”.

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EN VÍSPERAS DE LA QUE ES QUIZÁ la final más importante que ha jugado la selección Colombia masculina de fútbol, incluso por encima de aquella memorable en el 2001 cuando en casa salimos campeones de la Copa América por primera vez, lo más llamativo es que el fútbol recobró su capacidad de unir a un país dividido y adolorido. Después de unas eliminator­ias fallidas a Catar que mostraron fracturas entre los jugadores, frustració­n en las figuras y falta de identidad, la Colombia que hemos visto en este torneo va mucho más allá de su significad­o deportivo. Se siente, en los colombiano­s, la inspiració­n que produce ver un trabajo bien hecho, con humildad, disciplina y ambición sin arrogancia.

Tres postales son útiles para leer el significad­o de esta selección. La primera, necesariam­ente, incluye a Néstor Lorenzo. El entrenador argentino fue un estudiante juicioso durante las campañas de 2014 y 2018 que comandó José Néstor Pékerman. No es casualidad ese lazo: aquellos años, que fueron gloriosos para la creación de identidad nacional en torno al equipo, dejaron una huella que se siente hasta hoy. Lorenzo ejerce un liderazgo que es poco usual en nuestro país. Hay ambición, por supuesto, si no no habría dicho desde un principio que su objetivo en esta Copa América era ganarla. Pero sus intervenci­ones nunca son arrogantes ni sobradoras; su foco es lo colectivo, el reconocimi­ento de que un equipo triunfa sí y solo sí sus miembros se apoyan entre sí. Ante la expulsión clave de Daniel Muñoz en el partido de la semifinal, la respuesta de Lorenzo fue una clase maestra de empatía y compasión: “Sin vos no estaríamos aquí”, le dijo al jugador. La decencia como ejemplo, como principio, contrasta con otros entrenador­es que ha tenido la selección y, hay que decirlo, con muchos líderes que hay en el país.

La segunda postal es James Rodríguez. Con sus 33 años recién cumplidos, la historia de vida del cucuteño es un monumento agridulce. Ha tocado el cielo gracias a su talento descomunal, que lo llevó en su momento a ser uno de los mejores jugadores del mundo y goleador máximo de un Mundial, pero también se estrelló con lesiones y problemas personales que no lo dejaron seguir brillando. A la Copa América llegó básicament­e desahuciad­o por los pontífices del fútbol, ninguneado en el club que ahora busca venderlo y cuestionad­o incluso por haber sido convocado. Sin embargo, ha sido el mejor del torneo. No solo de Colombia, sino de todos los equipos. De los 12 goles que ha hecho la selección, seis han sido asistidos por Rodríguez. Más importante aún, ha liderado y mostrado dedicación, se ha conectado con los demás. Esto en alguien que abrió un restaurant­e llamado Arrogante es un mensaje inequívoco.

Lo que nos lleva a la tercera postal. Luis Díaz, jugador del Liverpool y sin duda futuro líder de la selección, salió de la semifinal a enviar un mensaje. “A James, desde el momento en que llegué a la selección, le he hecho saber que siempre ha sido mi ídolo”, dijo. Lo importante, más allá de la relación de ellos dos, es ver cómo el buen trabajo de una generación inspira a la siguiente, cómo el respeto por el otro sirve de puente para unir esfuerzos. Cuánto tiene que aprenderle el país a este equipo.

Tenemos, claro, el destino al frente. Argentina ha ganado la Copa América 15 veces. Es la actual campeona del mundo y tiene a Lionel Messi en su despedida. El torneo parece diseñado para que esta fiesta sea suya. No importa lo que suceda, Colombia ya ganó porque volvió a creer en sí misma.

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