La voluntad de ignorar a los políticos
Para quitarles su poder contaminante a los políticos, uno solo necesita de una voluntad, la voluntad de ignorarlos. Sin nosotros, sin el pueblo que vocifera a su favor o en su contra, no tendrían a quién hablarle, a quiénes convencer de sus supuestas virtudes con sus eternas falsedades. Sin nosotros, sin el populacho adoctrinado para oírlos y votar por ellos y gritar sus nombres como si fueran realmente salvadores de algo, no tendrían apoyo ni podrían jactarse de haber movilizado a tantas miles de personas. Sin nosotros, que llevados por el morbo de sus enfrentamientos y odios nos volvimos adictos a sus acusaciones, a sus proclamas incendiarias, y nos convertimos en enemigos de sus enemigos y amigos de sus amigos, no habrían podido siquiera jugar a tener amigos o enemigos.
Para dejar de perder tanto tiempo de nuestro tiempo con los políticos y sus políticas de nacionalismos y odio, uno solo debe ser consciente de que ellos son los que en realidad nos necesitan. Viven de nosotros, en sentidos real y figurado. Comen y viajan, compran y venden, contratan, nombran, destituyen y se promocionan con nuestros dineros, y elaboran todas y cada una de sus teorías con un único fin: convencernos de que los sigamos eligiendo. Se visten, posan, sonríen, hablan, callan, saludan, se abrazan y pelean solo para obtener nuestro aplauso, que en el fondo es nuestro voto, y cuando hablan de defender unas ideas, lo que defienden en realidad es la idea de estar en el poder y cuidar desde allí este círculo vicioso en el que giramos y giramos, presos por nuestra propia ingenuidad.
Para quitarles un poco o mucho de su poder ensordecedor a los políticos, uno solo tiene que decidirlo. Ir por la calle y hacer de cuenta que las decenas de decenas de vallas que llenaron con sus nombres y sus supuestas obras no existen. Olvidarse de que las pagaron con las platas de nuestros impuestos y seguir envueltos en una idea, y más allá de una idea, en un proyecto. Escribir o pintar, bailar, componer una canción o fundar una empresa de muñecos de chocolate, o simplemente dedicarse a agudizar la mirada. Entrecerrar los ojos y concentrarse en todos y cada uno de los detalles que hay a nuestro alrededor y captarlos. Y después imaginar e inventar y empezar a darse cuenta de que uno puede vivir perfectamente sin políticos.